BILBAO / Premios Fundación BBVA: La memoria contemporánea
Bilbao. Palacio Euskalduna. 17-VI-2019. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Robert Treviño. Obras de Adams y Mahler.
El Euskalduna se vistió de gala para recibir por primera vez en Bilbao el concierto en homenaje a los galardonados con los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, que dibujan en sus ocho categorías el mapa del conocimiento contemporáneo, “la señas de identidad de la ciencia y la creación artística del siglo XXI”. No era la única novedad de esta edición, pues también la Sinfónica de Euskadi se estrenaba como principal orquesta asociada a los premios, aunque ya antes había sido su celebrante; precisamente, el primer concierto de Robert Treviño como titular tuvo lugar en el Teatro Real con ocasión de la novena edición, en junio de 2017, con Sofia Gubaidulina premiada en la categoría de Música Contemporánea.
El honor en esta ocasión recaía sobre John Adams, valorando la Fundación que haya sabido crear “una música genuinamente de nuestro tiempo, con una voz única basada en los estándares más elevados de excelencia técnica que, a la vez, ha logrado una poderosa conexión con un público amplio a través de una rica paleta de emociones. Sus óperas, además, abordan con audacia acontecimientos de la memoria contemporánea y cuestiones controvertidas de nuestra época, como la amenaza de una guerra nuclear, el terrorismo, la desigualdad de género y la inmigración”.
En la obra escogida para el concierto, Harmonielehre (1985), convertida ya en clásica, convive el minimalismo de sus referentes más próximos (Steve Reich o Philip Glass), a cuya estirpe pertenece por origen, audacia y ritmo, la constancia de la música que dura y se toma su tiempo, con la seducción de la sonoridad posromántica, masiva y poderosa, que entronca directamente con el sinfonismo de Mahler. Pero lo que destaca en ella, aún más que su capacidad de aunar distintas influencias sin líneas divisorias a la vista, es su tono humano, tan lúcidamente expresado entre cantos aéreos, atmósferas oscuras y golpes violentos.
Treviño, con su pasión habitual, dio aire a sus largas melodías sin eludir la tensión de los patrones repetitivos. Al término del temporal de metal y percusión con que termina la obra, luego de la pausa, volvió a una obra que parecía inevitable en este ambiente, la Primera de Mahler, que fue la primera gran sinfonía que interpretó como titular dentro de los conciertos de abono de la orquesta. Viéndole dirigirla nadie dudaría de su amor hacia ella. Todo fue potente y cercano, sin apenas contención, lo que hacía sentir el vértigo del alboroto en los compases finales, trompas en pie, pero acabó la sinfonía sin perder la perspectiva del sonido, detrás del cual rondaban todas las vivencias del compositor.