BILBAO / Poulenc y Zemlinsky: emociones inmensas
Bilbao. Palacio Euskalduna. 17-II-2022. Poulenc, La voix humaine. Zemlinsky, Eine Florentinische Tragödie. Temporada de ABAO. Nicola Beller Carbone, Giorgio Berrugi, Carsten Wittmoser. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director musical: Pedro Halffter. Director de escena: Paco Azorín.
En una temporada de corte tan clásico como la de ABAO la presencia de compositores como Poulenc y Zemlinsky se ha convertido en una rareza que devuelve el recuerdo de los tiempos en los que se programaba con menos timidez, de cuando Erwartung se podía hacer con Salomé (2005) o El castillo de Barbazul con Elektra (2007). Aunque ambas estén compuestas en la primera mitad del XX y versen sobre el ancestral tema de la infidelidad, La voz humana y Una tragedia florentina no son dos obras afines ni estética ni conceptualmente, y era ese violento contraste entre los mundos que representan lo que daba valor al programa: la colisión del lirismo claro y sin estridencias de Poulenc con el expresionismo posromántico de Zemlinsky daba una sensación muy nítida de las atmósferas que buscaban al tiempo que descubría completamente sus personalidades musicales.
Por ello no era necesaria la idea de Azorín de unir las dos obras en torno a una misma historia y de convertir a la protagonista de Poulenc en la Bianca de Zemlinsky. En nada se parecían. Insertadas en una escena minimalista con una bañera y un espejo en la pared como únicos elementos de atrezzo, la primera era retratada como una mujer al borde de un ataque de nervios, angustiada y deprimida, incapaz de quedarse quieta y sentenciada desde su aparición ante el público, mientras que la segunda mantuvo una frialdad expresiva absoluta hasta el momento de entregarse apasionadamente a los brazos de su marido. Por esa sobriedad devastadora y por la calma tensa que se respiraba en el ambiente, oscuro como el interior de una gran tumba, Una tragedia florentina fue escénicamente más atractiva que La voz humana pese a la gran capacidad de Nicola Beller Carbone para llenar el espacio y transmitir los temores internos del personaje creado por Cocteau.
Como cantante rayó casi al mismo nivel que como actriz, bien secundada en la obra de Zemlinsky por el tenor Berrugi, que lució un timbre grato y un fraseo de considerable amplitud. No así Wittmoser, que sustituía a Egils Silins; su Simone careció de empaque y de expansión, de la proyección necesaria para hacer ópera en una sala grande como la del Euskalduna. Siendo el personaje central de la pieza, habría quedado musicalmente débil de no ser por la minuciosa dirección al de Pedro Halffter al frente de la BOS, que impuso una precisión microscópica unida a la exaltación del sonido vienés de la época. Sin desmerecer la importancia de su Poulenc, en Zemlinsky alcanzó cotas expresivas más altas, la impresión de estar contando una historia de intimidad extrema en la que, sin embargo, las emociones eran inmensas.
Asier Vallejo Ugarte
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