BILBAO / La paz de los montes
Bilbao. Teatro Arriaga. 20-VI-2019. Usandizaga, Mendi-Mendiyan. Ausrine Stundyte, Mikeldi Atxalandabaso, Olatz Saitua, Christopher Robertson, José Manuel Díaz, Gexan Etxabe. Sociedad Coral de Bilbao. Sinfónica de Bilbao. Director musical: Erik Nielsen. Director de escena: Calixto Bieito.
Hubo un antes y un después en la vida musical de Bilbao tras la creación, en 1886, de la Sociedad Coral, que en sus primeros años de vida no solo estrenó en España algunas obras muy relevantes (como La condenación de Fausto de Berlioz o el Requiem alemán de Brahms) sino que buscó dejar su impronta con el impulso de un verdadero teatro musical vasco. Dado el primer paso con el estreno en 1909 de la pastoral lírica Maitena en el Teatro Campos, con música de Charles Colin, su presidente, Alfredo de Echave, encargó tres nuevas obras para representarse en mayo de 1910. Dos libretos sería suyos, el tercero de José Power; la música sería de Jesús Guridi (Mirentxu), Santos Inchausti (Lidi ta Ixidor) y José María Usandizaga (Mendi Mendiyan).
Usandizaga era entonces un joven de veintidós años que había estudiado en la Schola Cantorum de París con Vincent D´Indy, de quien había recibido una formación musical severa, estricta y a la antigua usanza, aunque no por ello había dejado de vivir el ambiente de la capital francesa y de frecuentar, junto a su compañero y buen amigo Guridi, el Chätelet, el Variétés o la Porte Saint-Martin. Usandizaga quería ser un compositor moderno, ligado a su tiempo y a su momento. En Mendi-Mendiyan (En la cumbre del monte) aseguró desde el principio los pilares de toda obra nacional, la melodía popular y la lengua, además de elementos distintivos como la danza, la romería o la montaña como paisaje, todo ello desde su maestría como orquestador y su conocimiento del teatro musical contemporáneo: la continuidad de la estela wagneriana, la potencia del verismo italiano y el refinamiento del simbolismo francés, sobre todo.
Mendi-Mendiyan se estrenó en el Campos el 21 de mayo de 1910 con un éxito que resonó en todos los rincones de la capital vizcaína. El triunfo se repitió un año más tarde en San Sebastián, su ciudad natal, aunque entonces muy pocos podían esperar que esta sería su única aportación a la lírica vasca, pues Las golondrinas y La llama irían por caminos muy distintos. Tampoco que la tuberculosis que latió desde su infancia se lo llevaría tan pronto, a los veintiocho años.
Sobre el papel, Mendi-Mendiyan destaca esencialmente por su clima pastoral, ambientada la historia en las montañas de Aizkorri, pero Bieito centra su mirada en su desenlace trágico: en lugar de poner en escena una ópera folclórica, narra y traduce teatralmente la historia de un crimen. La romería celebra una fiesta negra. El vestuario es intemporal y la escenografía tan austera como personal; de una montaña de plásticos se pasa, en el segundo acto, a una estructura metálica que muestra el interior desnudo de la choza familiar. Todo es lúgubre, oscuro y sombrío dentro de ese trayecto infernal, unos personajes tienen instintos animales, otros se sienten obsesivamente atraídos por la sangre y en medio de todos ellos, Andrea y Joshe Mari viven una pasión en la que no penetra la luz del sol.
La Coral se citaba con su propia historia y tuvo su momento de lucimiento en la romería. Nielsen se entiende de maravilla con la BOS y Usandizaga le ofrece una obra de trazados vehementes en la que combinar el sonido de época con largas líneas melódicas. Dentro del reparto destacó Mikeldi Atxalandabaso por la calidad de su voz y de su canto, admirables en todos sus repertorios. Ausrine Stundyte fue una Andrea tan intensa como demandaba la puesta en escena de Bieito, aunque vocalmente no eludió estridencias en la zona alta. En papeles breves, Olatz Saitua, Christopher Robertson, José Manuel Díaz y Gexan Etxabe hicieron creer a sus personajes, más potentes en el montaje que en el libreto, agrandados por la tensión teatral, por el impacto de la sangre derramada.
Asier Vallejo Ugarte