BILBAO / La fuerza de la tierra

Bilbao. Edificio San Nicolás del BBVA. 11-II-2020. Luis de Pablo, Zurezko Olerkia. Grupo Vocal KEA. Director: Enrique Azurza.
Luis de Pablo comenzó su carrera en un momento en el que en España se hacía irrespirable el hábito de vivir aislados, encerrados, maniatados, y fue de los primeros en romper con una pretendida tradición musical que representaba, para él, “una tiranía de la mediocridad y la ignorancia nacida como mera postura defensiva”. Eran años duros de la dictadura y De Pablo, como otros compositores de su generación, tuvo que buscar fuera lo que no encontraba dentro, transitando por todas las formas del conocimiento, por todas las formas musicales, y como resultado sus obras hicieron posible conocer mejor su época, son testamentos poderosos, crónicas de enorme potencial humano, ásperas, duras y profundas, atravesadas por un estilo que nunca se dejó llevar por la disyuntiva pasado/presente y que fue depurando hasta hacerlo tan personal como el de los grandes clásicos.
Ahora, vista su carrera con perspectiva, es más fácil encontrar en su música la hermosura. Zurezko olerkia (Poema de madera) es una obra que compuso en 1975, justo en el ecuador de sus noventa años, para txalaparta, cuatro percusionistas y ocho voces. Se estrenó en Bonn y de ahí viajó a París y a Estoril antes de llegar a Madrid. Y este martes marcó un hito en la programación del Ciclo de Música Contemporánea de la Fundación BBVA en Bilbao. Ha pasado el tiempo y la pieza, interpretada por Enrique Azurza y los suyos con extrema contención, mantiene la fuerza de lo que es íntimo y sentido, que es la fuerza de la tierra, de la música que tiene raíces. De Pablo, presente en la sala, obtiene esa fuerza de la txalaparta, a la que ofrece una escritura muy libre, mientras que las voces y las percusiones configuran espacios circulares, envolventes, que necesitan tiempo (cerca de una hora) para convertirse progresivamente en recuerdos cercanos. La ausencia de melodías, de puntos de referencia en los que detenerse a respirar, es precisamente lo que permite mantener el ambiente, la fina frontera que hay entre sueño y realidad, durante toda la obra. Y hacia el final la música navegaba sola, lentamente, mágicamente, hacia un lugar desde el cual todo podría volver a empezar.