BILBAO / Jaeden Izik-Dzurko y la independencia del espíritu
Bilbao. Palacio Euskalduna. 1-XII-2023. Jaeden Izik-Dzurko, piano. Sinfónica de Bilbao. Director: Pablo González. Obras de Beethoven y Shostakovich.
Aunque venía presentado por la Fundación Jesús Sierra como ganador del Maria Canals, a Jaeden Izik-Dzurko, de 24 años, le acompañaba también el mérito de su inapelable triunfo (primer premio, premio al mejor intérprete de música de cámara y premio del público) en la pasada edición del Concurso Internacional de Santander. En estos tiempos en los que proliferan pianistas sin alma ni personalidad, como si fueran productos de una fábrica de escala mundial, la presencia de Izik-Dzurko demuestra que se puede ser joven y hacer música sin aspavientos, sin exageraciones, pero con generosidad humana.
El ritual es invariable desde aquella noche en Santander: entra en escena completamente erguido y se da un cierto aire de persona clásica mientras camina hacia el piano, del que raras veces desvía la mirada. En el certamen cántabro tocó un Rachmaninov volcánico, grandioso, misterioso, que en parte chocaba con su porte sereno y contenido, resistente al vendaval de emociones que comunicaba a través de la música; esta vez, interpretó con la BOS el Cuarto de Beethoven en una línea sobria, más intelectual que visceral, con la destreza y la pulcritud de un artesano, impecable en lo técnico y con ciertos detalles (de fraseo y de acentuación) que, al salirse de lo habitual, conferían carácter a su interpretación. Si toda ella estuvo llena de sentido, en el movimiento final se lanzó y lo asumió todo con una entereza fuera de lo común entre los nuevos pianistas. Que no venía a lucir virtuosismo lo demostró con la elección de su única propina: el primero de los Momentos musicales de Schubert.
Con ese aplomo y esa firmeza solo se puede tocar si se tiene al lado a alguien de confianza, y Pablo González (que fue precisamente su acompañante en Santander) es uno de los músicos más de fiar que hay en nuestro país. Igual que podía darse por segura la empatía con que abordaría el concierto de Beethoven, siempre pendiente del solista y a la vez de mantener vivos los resortes expresivos de la música, se sabía de antemano que se implicaría a fondo en la Décima de Shostakovich y que le daría todo su empaque: el sentimiento trágico que apunta a obras futuras, la enorme fuerza del Scherzo (que puso en marcha todo el aparato orquestal de la BOS) y sus conexiones con la tradición rusa clásica. Krzysztof Meyer estimaba que “en una época en que se pisoteaba la dignidad humana y en que la tragedia de la guerra se extendía por el país, las sinfonías de Shostakovich eran un símbolo de la verdad y de la independencia del espíritu”; González lo refrendó con argumentos musicales y, de su mano, la orquesta cuajó una gran actuación que tuvo sus puntos fuertes en las maderas y la oscura sonoridad de la cuerda.
Asier Vallejo Ugarte
(foto: Miguel San Cristóbal)