BILBAO / Euskadiko Orkestra: un mundo con Mahler

Bilbao. Palacio Euskalduna. 4-V-2022. Mahler: Sinfonía n° 2. Sarah Fox, soprano. Justina Gringyte, mezzosoprano. Orfeón Donostiarra. Euskadiko Orkestra. Director: Robert Treviño.
Han querido las circunstancias, pero no la necesidad, que la enorme Segunda de Mahler se haya interpretado por las dos grandes orquestas vascas en un lapso de apenas dos meses. Es como si de pronto se hubiera desatado la euforia y nos viésemos recuperando el mundo que la pandemia nos robó en 2020, el año más triste de nuestra reciente historia musical, y Mahler (por todo lo que demanda e implica su música, muy en especial esta sinfonía) parece haberse convertido en uno de los símbolos de ese renacimiento.
La ocasión casaba bien con la manera de pensar de Treviño, con esa ambición suya de dejar atrás las penurias y seguir viviendo a lo grande, con esa generosidad que mejora el bienestar de sus músicos al tiempo que le permite ser exigente con ellos. Esta Segunda de Mahler estaba prevista para 2020, pero entonces no habría sido la misma que ahora ya que la relación entre Treviño y la orquesta es más franca, más cercana y estrecha, y los logros alcanzados han desbordado unas previsiones que ya apuntaban alto cuando en su presentación ante el público de Bilbao brindó una apasionada y monumental Primera mahleriana. Tan reciente el ejemplo de Slatkin en el centenario de la BOS (una mirada madura, un Mahler surcado por un lirismo contenido que, sin embargo, no eludía la grandeza), Treviño golpeó el arranque de la Segunda con una agresividad que no admitía medias tintas en la orquesta: o se metía en la obra o quedaba fuera.
En ese movimiento inicial, con sus feroces acentos y contrastes, retrató a Mahler como un héroe romántico que vivió sin pisar el suelo del mundo, dándolo todo sin reservas, pero ello no le impidió mantener la intensidad en los movimientos centrales y lograr que la sinfonía llegase intacta a un “Urlicht” delicadamente cantado por la mezzosoprano Justina Gringyte. A partir de ahí habrían hecho falta dos Treviños más para expresar con sus brazos todo lo que él quería expresar, y aun así quedó meridianamente claro que buscaba para Mahler una gran presencia de la percusión y el empuje de la orquesta como un atronador instrumento, aunque de repente sorprendiese con un pianissimo de lo más sutil, casi en la frontera de lo perceptible, y en ese doble juego el Orfeón fue el aliado perfecto. Llamó la atención la juventud de los donostiarras, reflejada en una potencia y una pureza tímbrica tan admirables como la clase mostrada por la soprano Sarah Fox. Aunque Treviño pareciera exhausto al término de la velada (era su cuarta Segunda en seis días), su rostro se había convertido en la viva imagen de la felicidad.
Asier Vallejo Ugarte