BILBAO / Euskadiko Orkestra: marcas de regreso
Bilbao. Palacio Euskalduna. 7-XII-2022. Euskadiko Orkestra. Director: Robert Treviño. Obras de Generabarrena y Bruckner.
Terminaba con este programa el proyecto Elkano: Mundubira musika bidelagun, con el que la Euskadiko Orkestra ha conmemorado en sus últimas temporadas (ya desde antes de la pandemia) la primera circunnavegación del planeta llevada a cabo hace 500 años por la expedición capitaneada por el marinero de Guetaria desde la muerte de Magallanes en la isla de Mactán hasta la llegada de los supervivientes a Sanlúcar de Barrameda. Tras los estrenos de obras de Mikel Chamizo, Mikel Urquiza, Joel Merah y Teresa Catalán, el viaje concluía con Lorratz de Zuriñe F. Gerenabarrena, una pieza compleja en la que no pasaba inadvertida la maestría de la compositora para combinar timbres y texturas con el fin de recrear musicalmente una sensación particular, en este caso de estupor hacia lo desconocido. La obra toma su nombre de la estela que dejan en la tierra los barcos cuando arrastran playa arriba. “Marcas de regreso —describe la compositora—, representando el final de una experiencia, en los tiempos trastocados del que vuelve; sentirse extraño, sin ser el mismo que partió”.
Larratz es una obra de extremos que crece como un universo a partir de una pequeña semilla, como lo son las sinfonías de Bruckner, un compositor que une a Treviño con la Euskadiko Orkestra desde el primer programa que ofrecieron juntos en marzo de 2016. Ha pasado el tiempo y la promesa de aquel encuentro inicial (“no nos conocíamos, pero vi que cuanto más les empujaba, más daban, más me devolvían” reconocería un año después en una entrevista a SCHERZO) se ha ido convirtiendo en una realidad sobre la que la orquesta construye su magnífico presente.
Asentado Bruckner como una presencia familiar en las temporadas de nuestras orquestas, la grandeza de sus sinfonías y sus densos volúmenes sonoros no producen vértigo o desasosiego, pero aún mantienen (especialmente las tres últimas, sin duda la cúspide de su producción) cierta capacidad de impresionar y, en algunos momentos, de conmover. Esta Octava tuvo toda la fuerza y el músculo que se esperaba de ella, el Scherzo una especial fiereza, el Adagio un tono sublime y la coda del Finale una consistencia como si fuera esculpida en mármol, con un admirable equilibrio entre todas las familias instrumentales, aunque a la vista de los dos programas restantes de Treviño en Bilbao, en los que a esta Octava se suman la Quinta de Mahler y la Decimoquinta de Shostakovich, es inevitable preguntarse si no desgastará vivir permanentemente a lo grande.
Asier Vallejo Ugarte
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