BILBAO / Erik Nielsen y el valor de la humildad
Bilbao. Palacio Euskalduna. 18-IV-2024. Emmanuel Pahud, flauta. Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS). Director: Erik Nielsen. Obras de C. Nielsen, Mozart y Mahler. 25-IV-2024. Alexandre Kantorow, piano. Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS). Director: Erik Nielsen. Obras de Schoenberg, Saint-Saëns y Strauss.
Con estos dos programas terminaba Erik Nielsen su etapa como titular de la Sinfónica de Bilbao después de nueve temporadas. Por su dedicación, su inteligencia, su amplitud de miras y su talente ante los músicos y ante la música deja tras de sí un legado imborrable. Lo reconoce la orquesta al escribir que “tenemos muchos motivos para estarle agradecido por su calidad artística, su magnífico trabajo y su implicación. Por ejemplo, aportando su conocimiento y curiosidad para renovar el repertorio de la orquesta, explorando nuevos territorios musicales, o participando en la selección del personal músico en un momento clave de relevo generacional. Todo ello desde el respeto, la amabilidad y una impecable ética de trabajo”.
En un mundo en el que lo mediático tiene una fuerza incalculable, su labor discreta y absolutamente ajena a la grandilocuencia cobra un valor especial. Nielsen nunca ha perdido de vista la humildad. “Lo importante es dar a la orquesta lo que necesita, no dirijo para que el público me mire”, confesaba hace unos años en el periódico Bilbao. Y deja una orquesta mejor que la que encontró. Durante todo este tiempo ha ofrecido grandes conciertos partiendo siempre de una premisa fundamental: la importancia del estilo. No ha buscado incidir en unos márgenes estrechos del repertorio, sino que lo ha ampliado en todas las direcciones. De su mano el público de Bilbao ha conocido muchas obras que nunca antes había escuchado. Y hoy la BOS se desenvuelve igual de bien en cualquier periodo de la historia de la música desde el clasicismo (del que muchas orquestas se han alejado) hasta nuestros días.
Los dos conciertos reseñados en estas líneas estuvieron a la altura de su magnífico legado. Nada menos que Emmanuel Pahud fue solista en el primero, cautivando al oyente con la pureza del sonido y los infinitos matices de su flauta a lo largo del neoclásico Concierto (1926) del danés Carl Nielsen, pieza luminosa que, sin embargo, contiene algunas zonas de sombras. Entre sus dos movimientos intercaló el Andante en sol mayor, K. 315 de Mozart y ahí subió aún más el nivel, también por obra de una orquesta que mostró su capacidad para moldear sutilmente el sonido. Se veía a Nielsen más feliz en este ambiente de claridad y de ternura clásica que en la grandiosa Quinta de Mahler, pero su actitud mesurada ante la música le permitió destacar el elemento sentimental que siempre alberga el compositor por encima de una potencia que también tuvo su lugar.
El segundo programa ponía en primer término las Cinco piezas para orquesta op. 16 de Schoenberg, cuya importancia histórica es más significativa que su presencia en las salas de conciertos. De ellas escribió Rosen que “a cada frase puede dársele un colorido instrumental diferente, quedando así menos caracterizada por su contenido armónico que por la combinación instrumental que la informa”, una enseñanza que Nielsen aplicó por la vía práctica con el estilo detallista que le ha caracterizado a lo largo de estos años. En el Concierto para piano n° 5 de Saint-Saëns compareció un Alexandre Kantorow que, más allá de su virtuosismo volcánico, en su actuación lució una hondura y un cuidado del sonido que atestiguaban la presencia de un gran músico detrás. El desenlace vino de la mano de Una vida de héroe, en la que Nielsen demostró una comprensión profunda del lenguaje straussiano. Todo resultó tan limpio como deslumbrante, sin aristas ni acentos para la galería, con la música siempre por delante. Frente a los directores que vienen a este mundo para ser protagonistas, Nielsen volvió a demostrar que la humildad es un rasgo que define a los grandes.
Asier Vallejo Ugarte
Foto: BOS – Miguel San Cristóbal