BILBAO / ‘El retablo de Maese Pedro’: cien años de títeres
Bilbao. Palacio Euskalduna. 24-III-2023. Naroa Intxausti, soprano. Mikeldi Atxalandabaso, tenor. José Antonio López, barítono. Compañía de títeres Per Poc. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Erik Nielsen. Obras de Farrenc, Ravel y Falla.
Desde el inicio de la temporada de la BOS, estaba marcada en el calendario la fecha de El retablo de Maese Pedro, que sigue siendo, después de cien años del estreno de la obra de Falla y de más de cuatrocientos de El Quijote cervantino, “una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo”. Antes se escuchó (por vez primera en la historia de la orquesta) la Sinfonía n° 3 en sol menor de la compositora francesa Louise Farrenc, que vivió en el París del XIX a la luz de un movimiento romántico nítidamente visible en su música: sus potentes temas y sus sólidos contornos desmienten la frase, recogida por Anna Beer, de que “todas las gracias de su sexo están en sus melodías”, pero ello no impide reconocer que a la obra entera le falta una atmósfera más definida.
Sí la tienen las tres canciones de Don Quichotte à Dulcinèe de Ravel, de las que Nielsen desveló acentos populares y la atracción instintiva de toda su música hacia la danza, así como algo proscrito en el mundo de entreguerras: un leve romanticismo. José Antonio López destiló una calidez exquisita con su voz rotunda y en buena forma, abriendo el camino a la carreta que traía el retablo de Falla. Se sabía de antemano que en el enorme auditorio del Euskalduna quedaría pequeño el montaje de la compañía Per Poc, pero era difícil no sucumbir al encanto de su austera escenografía y al movimiento de sus marionetas talladas en madera natural con pedazos de palos, leños y troncos. Sobre todo, en el encuentro de Melisendra con don Gaiferos los títeres se veían llenos de humanidad, como si en cuestión de segundos pudiesen hablarse desde lo profundo.
Nielsen volvió a ser un orfebre del sonido, un alquimista de la orquesta en este Falla que unía las tendencias neoclásicas de su época y su devoción por la cultura española del pasado. En esa mezcla de clasicismo y modernidad, de tradición y vanguardia, los tres solistas estuvieron realmente magníficos, tanto Naroa Intxausti con su timbre infantil en la piel del muchacho “intérprete y declarador de los misterios de tal retablo” como Mikeldi Atxalandabaso en su excepcional capacidad para comprender cualquier papel que le pongan encima de la mesa, y José Antonio López como un hidalgo noble dentro de la confusión del mundo que simbolizaba su figura. Nada faltaba y nada era del todo real: la vida y el arte eran una sola cosa.
Asier Vallejo Ugarte
[Foto: Compañía de títeres Per Poc]