BILBAO / Dos románticos en el Euskalduna

Bilbao. Palacio Euskalduna. 6-X-2021. Tom Borrow, piano. Euskadiko Orkestra. Director: Robert Treviño. Obras de Brahms. • 8-X-2021. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Piano y dirección: Christian Zacharias. Obras de Schumann.
Con las vistas al futuro cada vez más despejadas después de todo lo vivido en los últimos tiempos, las dos orquestas vascas afrontan sus nuevas temporadas mirando al frente, con los ánimos renovados y una gran necesidad de recordar al público que la vida vale más cuando existe el milagro de la música en vivo. La Euskadiko Orkestra arrancó repartiendo por las capitales vascas tres de los conciertos y las cuatro sinfonías de Brahms, uno de esos retos que alimentan el hábito de Treviño de pensar y programar a lo grande, su deseo de dejar huella en el momento presente de la orquesta. El segundo de los programas en Bilbao presentó a Tom Borrow ante el monumental Concierto para piano n° 2, quizás demasiada obra para un pianista de veintiún años, demasiado profunda en su contenido, pues la encaró con una fiereza más propia de los impetuosos inicios del compositor que de las exigencias de su madurez, aunque ello no impidiese advertir muestras de gran talento en el Scherzo, el único rotundamente certero de los cuatro. También Treviño alineó a Brahms junto a Beethoven más que junto a Mozart o Schubert, e hizo destacar la grandeza del concierto y los impulsos románticos que circulan por su interior, incluidos algunos no muy evidentes a primera vista. De idéntica manera, frente a miradas más líricas y poéticas, en sus manos la Tercera lució ampliamente su personalidad heroica y poderosa, remarcando las fuertes tensiones rítmicas que la propulsan y hallando su centro de gravedad en un Poco Allegretto de resonancias sombrías, presagios de la melancolía con la que Brahms observaría el mundo en sus últimos años.
Dos días más tarde la Sinfónica de Bilbao congregó a un público más numeroso en torno a la presencia de Christian Zacharias como músico con historia y gran conocedor del universo schumanniano. Lo que marcó distancias con la velada anterior fue el tono impuesto por el alemán, más reposado, íntimo y personal que el del estadounidense, más en la línea de desgranar las partituras en texturas transparentes que en la de mostrar las tensiones del movimiento romántico. Ya desde las primeras notas al piano fue claro el encanto de Zacharias, lo bien que sienta su toque tan rico y variado a la música de Schumann, pero eso no fue suficiente para levantar un Concierto para en la menor a la altura, pues la ubicación del instrumento dentro del escenario contenía la expansión del sonido y, en consecuencia, dificultaba la cooperación entre solista y orquesta como fuerzas perfectamente equilibradas. Sí fueron modélicas la obertura de Manfred y, sobre todo, la Cuarta, que combinó la pureza del Schumann más poético, el más elegante y expresivo, con una narrativa tan limpia como diversa, tan elevada como diáfana a la hora de unir sus cuatro movimientos en torno a un relato común.
Asier Vallejo Ugarte