BILBAO / Clasicismo y fuertes sentimientos en ‘La Bohème’
Bilbao. Palacio Euskalduna. 18-V-2024. Temporada de ABAO Bilbao Opera. Miren Urbieta-Vega, Celso Albelo, Manel Esteve, Marina Monzó, David Lagares, José Manuel Díaz, Fernando Latorre. Leioa Kantika Korala. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director musical: Pedro Halffter. Director de escena: Leo Nucci. Puccini, La Bohème.
Pasa el tiempo pero no hay modas ni tendencias pasajeras que desplacen a La Bohème del grupo de las óperas más representadas en el mundo. Lo es también en la historia de la ABAO. Sus personajes son personas corrientes, sin la grandeza de los verdianos ni la trascendencia de los wagnerianos, pero respiran autenticidad tanto al disfrutar de la hermosura de la vida como al enfrentarse a su lado más oscuro, y es esa autenticidad de la que se sirve Puccini para merodear en lo profundo de sus emociones. El realismo de La Bohème requiere también atmósfera, un ambiente que dé sentido a la historia y al que los personajes se puedan vincular, lo que Leo Nucci (en su nueva faceta de director de escena después de una dilatada y triunfal carrera como barítono) asimila con una propuesta de lo más clásica, de aire vintage, sin tensión entre lo que uno ve y no ve en esa buhardilla con su ventanal a las chimeneas de París, en ese Barrio Latino con sus cafés, sus vendedores ambulantes y sus enjambres de niños, o en esa barrera d’Enfer envuelta por el frío del invierno.
Según afirmaba Celso Albelo en SCHERZO, Nucci “no deja nada al azar. Cada respiración, cada pequeña coma tiene un cómo y un por qué”. La escena no da lugar a dobles sentidos. Los bohemios están retratados en su modestia unida a su alegría de vivir y Mimì adquiere cierta picardía dentro de su candidez, despojándose de la imagen casta que a veces se le atribuye. Apenas se da Nucci unas pequeñas licencias (reconcilia a Marcelo y a Musetta tras su discusión en el tercer acto como si nada hubiera pasado) sin ninguna trascendencia en el conjunto de la historia. Se pueden preferir montajes más innovadores, sin duda, pero de un hombre de la vieja escuela como es Nucci no se esperaba una mirada diferente.
La descripción de los diferentes ambientes de La Bohème tiene, además de su significado escénico, su traducción musical. Pedro Halffter es una garantía infalible que no solo extrajo de la BOS la paleta completa de colores que alberga la partitura, sino que combinó ímpetu y sensibilidad para manejar la acción (la orquesta narra, encuadra y a veces adelanta a los personajes lo que sucede en escena) y una mirada constante al escenario para no dejar solos a los cantantes. En el acto del Barrio Latino, sobre todo, apenas se dio respiro para poner en orden su imparable actividad musical echando mano de técnica, experiencia y su afinidad largamente demostrada con el lenguaje del compositor. Los cantantes, todos ellos nacionales, le dieron una réplica homogénea: de su unión les vino la fuerza. No hubo ninguno más destacado que otro a la hora de realizar lo que a cada uno le demandaba su papel. Fernando Latorre puso su bis cómica al servicio de Alcindoro y de Benoit y José Manuel Díaz llenó de optimismo el ambiente en las llegadas de Schaunard a la buhardilla en la misma medida en que David Lagares mostró la nobleza de Colline en una sentida “Vecchia zimarra”.
Manel Esteve redondeó un Marcello abierto a todas sus vertientes, las más cómicas y las más dramáticas, con una voz que con el paso del tiempo ha ganado en anchura y expansión. La de Marina Monzó es ideal para Musetta: fresca y juvenil, bien emitida, igual en toda la tesitura. Más dudas suscitaba la presencia de Celso Albelo como Rodolfo por el reto vocal y de estilo que supone entrar en Puccini desde el mundo del belcanto, pero supo llevar el papel inteligentemente a su terreno y darle pasión aunque ello conllevara llegar con la voz casi al límite al cuadro final, donde mostró una expresividad que no le conocíamos. Por su parte, Miren Urbieta-Vega mantuvo cierta contención desde el momento en que Mimì tomó conciencia de su enfermedad, pero vocalmente estuvo brillante y siempre en el papel, con pianissimi de buena factura y un fraseo de amplio vuelo que lució de manera especial en “Sì, mi chiamano Mimì”, en algunas de esas expansiones líricas con las que Puccini se daba a transmitir sus más fuertes sentimientos.
Asier Vallejo Ugarte
(fotos: E. Moreno Esquibel)