BILBAO / ‘Cain’, de Scarlatti: la inocencia perdida
Bilbao. Teatro Arriaga. 15-IV-2023. A. Scarlatti, Cain, overo il primo omicidio. Christian Borrelli, Lucía Caihuela, Sonia de Munck, Josu Cabrero, Carlos Mena, Ferran Albrich. Sinfónica de Bilbao. Director musical: Carlos Mena. Directora de escena: Tatjana Gürbaça.
Durante años, el Arriaga acogía música barroca dentro de un ciclo que desapareció tan silenciosamente como había aparecido. Una sola noche le ha bastado para rememorar aquel resplandor con una elegante y refinada puesta en escena del oratorio Cain, overo il primo omicidio de Alessandro Scarlatti, compuesto en un momento (1707) en el que el género vivía un momento especialmente elevado en Europa. No es una pieza fácil de escenificar, no es una obra de acción, aunque la historia bíblica del fraticidio de Abel a manos de Caín sigue teniendo un atractivo enorme por lo que cuenta y por la trascendencia de sus personajes: seis, como era frecuente en la época, incluyendo las voces incorpóreas de Dios y Lucifer.
Tatjana Gürbaça convierte a los cuatro protagonistas (Adán, Eva, Caín y Abel) en personas contemporáneas que ven desmoronarse su núcleo familiar. Son muchas las sutilezas que componen su relato, muchos los tonos y los matices. El drama se incuba lentamente sobre una plataforma giratoria que parece simbolizar el eterno curso de la vida, la imposibilidad de detener el tiempo y volver hacia atrás. Por otro lado, que Caín y Abel sean capaces de disfrutar jugando juntos muestra con especial crudeza lo que supone la pérdida de la inocencia, aunque no haya una brutal violencia en la escena del homicidio, en la que Caín arroja sangre de un balde a su hermano. Una escena muy distinta de la sugerida por Rubens, Tiziano o Tintoretto. Su vida como fugitivo errante se convierte entonces en un largo lamento que culmina con su hermoso abandono del escenario por el patio de butacas, y después es Eva quien en “Madre tenera, et amante” revive el recuerdo de los hermanos envolviéndose en una sábana sobre la que previamente ha creído acunarlos. En ese momento tan conmovedor Cain parece transformarse en la historia de una madre que muestra cómo se vive la pérdida de los hijos. Finalmente, la voz de Dios se convierte en una voz en la oscuridad al cantar “L’innocenza peccando perdeste”. Tanto sentido tenía todo que no era realmente necesaria la presencia de intérpretes para dar cuerpo a Dios (madre y hija) y a Lucifer.
Musicalmente, Carlos Mena mostró cuán profundo y expresivo es el lenguaje de Scarlatti, la manera en que supo dotar de sentido dramático al aria, esa serenidad concentrada y eventualmente doliente. De la orquesta, acompañada de especialistas para la ocasión, obtuvo una respuesta importante y como cantante (la voz de Dios) sobresalió por su amplio y elegante fraseo. Habrá contratenores más mediáticos, pero difícilmente los habrá mejores. Del resto del elenco habría que destacar a Lucía Caihuela en un Abel magníficamente perfilado en lo vocal y lo estilístico, así como a Sonia de Munck (Eva) por su intensa expresividad, aunque la implicación de todos hizo que primara el conjunto sobre las individualidades, la absoluta integridad de una obra maestra que, como todas las que lo son, nunca sería reducible a la suma de sus partes.
Asier Vallejo Ugarte
Foto: E. Moreno Esquibel / Teatro Arriaga