BILBAO / BOS: Los pájaros de Rautavaara

Bilbao. Palacio Euskalduna. 4-II-2022. Gabriela Montero, piano. Sinfónica de Bilbao. Directora: Shiyeon Sung. Obras de Rautavaara, C. Schumann y Dvorák.

En vísperas de su centenario y con el aforo del Euskalduna aún reducido a 800 personas, la Sinfónica de Bilbao reunió a Gabriela Montero y Shiyeon Sung en torno a un programa protagonizado en su lugar central por Clara Schumann, demostrando un rotundo reconocimiento de la música hecha por mujeres. El concierto tuvo un arranque espléndido de la mano de Rautavaara, el compositor finlandés de mayor éxito y popularidad de la era post-Sibelius precisamente por piezas como Cantus Arcticus (1972), su llamado Concierto para pájaros y orquesta, en la que despliega toda una reflexión sobre la incorporación de los sonidos de la naturaleza en una obra musical; a la vez, es representativa de su instintiva atracción por un neorromanticismo contenido e íntimo al que llegó después de haber transitado por los diversos caminos que tuvo delante en su juventud. La coreana Shiyeon Sung desprendió una serenidad que se volvía más misteriosa según la pieza iba desplegando sus matices y el canto de los pájaros se iba adueñando de ella, lentamente, ajeno a las prisas de la vida moderna.

Como obra valió mucho más que el Concierto para piano de la adolescente Clara Schumann, que ella defendió siempre con orgullo aun siendo consciente de sus debilidades. A las críticas de Robert respondía que al público le encantaba y que nada era más placentero que agradar a las personas. Gabriela Montero iluminó el talento y la personalidad que la pieza lleva dentro, un aroma que es el de juventud de Clara, imponiendo un sonido de gran presencia con el que bordeaba los puntos muertos del conjunto y lograba compensar el triste papel de la orquesta. Tratándose en origen una obra de lucimiento, sin apenas giros dramáticos, en sus manos adquirió intensidad y cierta grandeza, las mismas que presidieron la espectacular improvisación que regaló fuera de programa. De la Sexta de Dvorák que vino después se esperaba más por la identificación de la orquesta con el sonido de la época y del lugar, con ese color tan suyo y tan claro que impregna su mejor música. Sung lo halló pese a ocasionales durezas en el movimiento inicial, pequeñas grietas en la entereza de la sinfonía que fueron desapareciendo hasta permitir el pleno brillo del Scherzo (el más poderoso y vibrante del compositor) y un cierre triunfal del Finale, llevado con una naturalidad exenta de alardes.

Asier Vallejo Ugarte