BERLÍN / Una ‘Aida’ pasada por el filtro de Calixto Bieito

Berlín. Staatsoper. 3-X-2023. Giuseppe Verdi: Aida. Marina Rebeka, Elina Garanca, Yusif Eyvazov, Gabriele Viviani, René Pape, Grigory Shkarupa. Coro de la Staatsoper. Staatskapelle Berlin. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección escénica: Calixto Bieito.
La Staatsoper ha inaugurado su temporada con una nueva producción de Aida dirigida por Calixto Bieito. El director español, especialista en escándalos, no consiguió aportar una interpretación válida a los muchos modelos existentes de la ópera de Verdi. Uno se queda perplejo ante el tratamiento de los personajes, con ideas muy cuestionables. ¿Por qué Radamès parece más preocupado por su pistola en su aria de apertura ‘Celeste Aida’ que por su amada? ¿Por qué se inflige heridas sangrantes en el acto triunfal? ¿Por qué dispara a los prisioneros etíopes tendidos en el suelo en el acto del Nilo antes del dúo con Aida, para los que poco antes ha suplicado clemencia? ¿Por qué aparecen una y otra vez payasos con la cara blanca y el pelo rojo brillante, como salidos de la película The Joker?
La escenografía firmada por Rebecca Ringst carece de cualquier color local; se trata más bien de uno de esos decorados que podrían valer para cualquier cosa. El espacio blanco y vacío, variado con pedestales y paredes inclinadas, está ilustrado con imágenes videográficas de Adrià Reixach (puentes, túneles, buques de carga, aviones de combate, cacerías de leones en África, compradores en un supermercado). El vestuario de Ingo Krügler, absolutamente incoherente desde el punto de vista estilístico, va del presente a la Belle Epoque. En el acto triunfal, las damas llevan amplias faldas con miriñaques como en la época de Verdi (uno casi cree que Giuseppina Strepponi aparecerá en escena en cualquier momento). Absurdo es el atuendo de la heroína titular, que, con su brillante vestido verde de noche, parece cualquier cosa menos una esclava etíope capturada. Marina Rebeka ofreció una actuación estimable en su debut en el papel. Naturalmente, no se puede esperar un timbre negroide de su voz, pero sí cabría desear un cierto exotismo y un mayor atractivo sensual. Así y todo, la soprano dotó de una bella intimidad a ‘Numi pietà’, al final de su primera aria, cantó el recitativo previo al aria del Nilo con un convincente anhelo y tradujo con seguridad el difícil Do agudo del final. En el dúo conclusivo, cantado con melancólica dulzura, se impuso con sus delicados pianissimi, logrando el punto culminante de su interpretación. A su lado, Yusif Eyvazov fue un Radamès vocalmente poderoso, pero poco distinguido, que reveló dificultades en el passaggio de la primera aria y exhibió un timbre áspero al que costaba acostumbrarse. En todo caso, no se puede negar su total compromiso vocal, y los abucheos que recibió al final tenían probablemente un motivo más político que artístico. El vestuario de Amneris también resultó peculiar: al principio apareció con un traje pantalón negro con chaqueta de lentejuelas plateadas, luego con una reluciente vestimenta dorada y abrigo de piel por encima, y finalmente con un vestido de novia blanco con velo nupcial. Elina Garanca comenzó con cautela y su canto en general careció de sustancia, especialmente en los registros medio y grave. Uno podría imaginarse el papel con un tono más brillante y oscuro y una mayor profundidad, pero al menos la mezzosoprano fue capaz de conducir la escena de la corte hasta el clímax de la representación, también con una incondicional entrega interpretativa.
Una agradable sorpresa fue, como Amonasro, el italiano Gabriele Viviani, barítono de voz robusta y de potencia casi brutal que se ajusta perfectamente al carácter del personaje. A pesar de la grotesca escenificación de su dúo con Aida en el Nilo, en el que tiene que saltar de un cajón blanco y rasgar su pared de papel, la fuerza de su canto resultó sobrecogedora, y la imagen cuando envuelve a su hija en la bandera etíope produjo un poderoso efecto. Fue un placer volver a escuchar a René Pape como Ramfis; aunque pálido desde el punto de vista escénico, su voz de bajo se ha estabilizado audiblemente. Vocalmente, Grigory Shkarupa no le fue a la zaga como Rey, en un decorado azul y amarillo que parece diseñado por Versace.
Al frente de la Staatskapelle Berlin, el director italiano Nicola Luisotti supo equilibrar con sutileza el transfigurado lirismo con las escenas dramáticamente inflamadas. El coro de la Staatsoper, que aparece en el tocador de Amneris como refugiados con vestidos a cuadros rojos/azules, cantó con brillo y delicadeza. Especialmente inquietante resulta la imagen de unos niños que clasifican residuos eléctricos en bolsas de plástico negras y luego son equipados con ametralladoras. También es idiosincrática la solución final de Bieito, cuando Radamès es transportado por dos payasos en una silla y Amneris arrastra tras de sí a su rival Aida en una bandera etíope. No hay más contacto entre los amantes; ambas canciones de despedida siguen siendo sueños. La última acción de Amneris (una demostración, por así decirlo, de su amor) es redimir al añorado Radamès asfixiándolo hasta la muerte.
Cantantes y director de orquesta fueron aclamados, mientras que el director escénico y su equipo tuvieron que soportar feroces muestras de desaprobación.
Bernd Hoppe