BERLÍN / ‘Il Teorema di Pasolini’ en la Deutsche Oper: una pobre alternativa al filme
Berlín. Deutsche Oper. 16-VI-2023. Giorgio Battistelli: Il Teorema di Pasolini. Ángeles Blancas Gulín, Davide Damiani, Andrei Danilov, Meechot Marrero, Monica Bacelli, Nikolay Borchev. Dirección musical:Daniel Cohen. Dirección escénica: Dead Centre.
Los estrenos mundiales suelen figurar entre los momentos estelares de la programación de la Deutsche Oper de Berlín; por desgracia, el más reciente no ha sido uno de ellos. El compositor italiano Giorgio Battistelli ya había creado en 1992 una composición basada en la película Teorema, de Pier Paolo Pasolini (1968), y ahora ha reelaborado el material, transformándolo en una pieza de teatro musical en dos partes bajo el título de Il Teorema di Pasolini.
Para su estreno berlinés, la compañía británico-irlandesa Dead Centre ha elaborado una puesta en escena, en lo que supone su primera incursión en el mundo de la ópera. En colaboración con la escenógrafa Nina Wetzel y el videoartista Sébastien Dodd, han concebido la desafortunada idea de que la acción tenga lugar en un laboratorio clínico experimental y doblarla con cantantes y actores. En la parte delantera del escenario, el personal médico, con mascarillas y batas blancas, mide la presión sanguínea, la temperatura corporal y el volumen de oxígeno de los intérpretes, que actúan en seis recintos repartidos en dos alturas. Además de habitaciones con papel pintado en las paredes, también se ve un jardín con una tumbona, un retazo de bosque y un FIAT rojo. Se trata del ámbito en el que vive una familia de clase media alta, compuesta por el padre (Paolo), la madre (Lucia), el hijo (Pietro), la hija (Odetta) y el ama de llaves (Emilia). La llegada del Huésped cambia la vida de todos, ya que nadie puede escapar a su fascinación erótica. Es el único personaje no doblado de la producción, pero es precisamente aquí donde uno habría deseado un doble carismático, ya que el barítono Nikolay Borchev carece de sensualidad vocal y está ayuno de cualquier aura erótica.
El equipo de dirección escénica tampoco logra captar adecuadamente la atmósfera inquietante de los acontecimientos. La presencia del laboratorio produce un efecto de alienación y crea una atmósfera fría y aséptica. Las escenas sexuales sólo se insinúan, no se muestran en absoluto o aparecen como vídeos borrosos: sorprende en este sentido la mojigatería de la puesta en escena. Tampoco la música de Battistelli ofrece nada realmente innovador: clusters masivos, agitadas figuras en las cuerdas, iridiscentes glissandi, motivos tenues y susurrantes y, al final, un tapiz sonoro de corte mahleriano no son un desafío radical para el oído, pero tampoco una revelación. Daniel Cohen los traduce, al frente de la orquesta de la Deutsche Oper, con la claridad y el rigor adecuados.
Tras la partida del Huésped, cada miembro de la familia intenta asimilar lo que ha vivido y dar un nuevo sentido a su vida. Lucía, en su exagerada pulsión sexual, se entrega a un grupo de jóvenes en el coche. La soprano Ángeles Blancas Gulín, de voz madura, aunque estridente en los agudos, logra evocar la figura original de Silvana Mangano en el filme. Pietro, pintor fracasado que acaba embadurnándose de pintura, es cantado por el tenor Andrei Danilov con voz rotunda y segura incluso en la zona más alta del registro. Su hermana Odetta (encarnada por la agradable soprano Meechot Marrero) pierde el juicio. La mezzo Monica Bacelli, cantante de renombre internacional, encarnó a la criada Emilia con una voz que sigue conservando rotundidad y presencia. La escena en la que, al final, se eleva en trance hacia el cielo con los brazos extendidos, como una mujer crucificada, fue tal vez la más efectiva desde el punto de vista escénico de toda la función. Después, desciende por una escalera al foso de la orquesta, ilustrando lo que en el filme es su propio autoenterramiento en un foso de tierra. La acción termina con el padre, Paolo (el expresivo barítono Davide Damiani), que, presa del delirio, se desnuda y lanza un estremecedor y primitivo alarido. La segunda representación fue muy celebrada por un público predominantemente joven.
Bernd Hoppe
(foto: Eike Walkenhorst)