BERLIN / Falstaff cocina desnudo en la Komische Oper
Berlín. Komische Oper. 5-V-2022. Verdi: Falstaff. Scott Hendricks, Jens Larsen, James Kryshak, Ivan Tursic, Günter Papendell, Ruzan Mantashyan, Karolina Gumos, Agnes Zwierko. Director musical: Ainars Rubikis. Director de escena: Barrie Kosky.
La producción de Barrie Kosky del Falstaff verdiano procede del Festival de Aix-en-Provence, donde fue celebrada con entusiasmo en su estreno el año pasado, entusiasmo que ha sido refrendado en su reciente estreno en la Komische Oper de Berlín, coproductora del montaje. La música de esta maravillosa obra tardía de Verdi no es una burda bufonada; se trata por el contrario de una obra ingeniosa, divertida y poética. En esta producción hay muy poco de eso, ya que está dominada por extrañas ocurrencias y gags tontos. Uno de ellos, sin embargo, da en el blanco: entre los cuadros individuales, se escuchan recetas pronunciadas por una voz femenina y otra masculina, desde un entrante de gamberoni hasta el plato principal con ternera o el dolce con melocotones. Todo ello se expone con tal fruición y creciente estimulación sensual que, como oyente, uno mismo cae en un estado de excitación gástrica.
La escenógrafa Katrin Lea Tag enmarca el espacio escénico hasta la mitad con papel pintado de estilo Art Nouveau. En el primer cuadro vemos a Falstaff como un maestro cocinero frente a una mesa con frutas, verduras y flores preparando un plato en el que no se escatiman las especias. La idea de mostrarlo como un gourmet y no como un gordito borracho no está mal, pero ¿por qué hay que llevarlo a tal grado de exhibicionismo? Pronto deja al descubierto su vientre, se deshace de su chaleco y, para sorpresa de todos, se queda completamente desnudo. Un delantal de cocina blanco cubre misericordiosamente su sexo, pero sus nalgas se muestran en todo su esplendor. El barítono Scott Hendricks compone un personaje titular inusualmente joven y simpático, muy convincente desde el punto de vista vocal. Se impone en su primer monólogo, L’Onore, mientras que Ehi! Taverniere suena debidamente quejumbroso y Mondo ladro es gruñido entre dientes con maestría. Sorprende su soberanía en el uso del falsete y su agilidad física, que exhibe a todas luces en su anticipación de la cita con Alice. Para ello, aparece con un globo rosa y con un traje del patrón del papel pintado, así como con una peluca de pelo gris rizado, lo que le convierte en un doble de Simon Rattle. Sus dos esbirros tienen que actuar como si fuesen marionetas, a menudo cayendo al suelo sin motivo alguno; Jens Larsen como Pistola desplegó una voz retumbante, mientras que James Kryshak como Bardolfo se antojó vocalmente subexpuesto. Aún más débil resultó la voz del tenor de Ivan Tursic como el Dr. Cajus, vestido de rosa.
En el papel de Ford, el barítono Günter Papendell estuvo vocalmente a la altura del protagonista, ataviado con traje gris claro, más tarde blanco, con una flor roja en el ojal y una peluca negra de pelo ondulado. Pese a negociar de forma grandiosa el monólogo È sogno?, el director de escena escamoteó la deliciosa escena de Ford con Falstaff, en la que ambos planean la seducción de Alice, al trasplantarla fuera del escenario.
La escenografía se mantiene sin cambios en el cuadro de las mujeres, salvo un sofá verde y un friso en la pared. En el rol de Alice, vestida con un atractivo traje rojo, la soprano Ruzan Mantashyan deleitó al respetable con una voz juvenilmente luminosa, igualmente cómoda en la radiante cantilena en el estilo de la Amelia de Un ballo in maschera como en la animada charla con sus comadres. Karolina Gumos como Meg Page, con un traje azul, se integró a la perfección en el conjunto. Por su parte, Agnes Zwierko en el papel de Miss Quickly derrochó picardía en su actuación, pero vocalmente es un peso ligero. Su voz de contralto carece de profundidad y volumen, de modo que su cavernosa Reverenza! quedó completamente sin efecto. Sólo en el tercer acto se pudieron escuchar algunas notas que la acercaban a Ulrica.
La pareja de jóvenes contó con un casting adecuado tanto en lo visual como en lo actoral. La soprano Alma Sadé confirió un gran encanto a Nanetta, aunque sus pianissimi en la canción del elfo hubieran podido ser más etéreos. Parecido problema mostró el tenor Oleksiy Palchykov, quien como Fenton lució como un joven deportivo con ropa de internado, aunque su faceta lírica dejó que desear.
El punto más bajo de la representación es el último cuadro, que normalmente se desarrolla en el parque de Windsor por la noche, pero que aquí se traslada a una habitación vacía, débilmente iluminada por un tubo de neón. La escena carece de toda magia y de todo encanto. Los ‘espíritus’, ataviados de negro, aparecen saltando o flotando, maltratando al caballero, que aparece con dos baguettes como orejas de burro y una larga peluca rizada. Al menos la fuga final compensó musicalmente, porque estuvo cuidadosamente planificada y perfectamente ejecutada, al igual que todos los conjuntos anteriores, gracias al excelente y minucioso trabajo del director de orquesta Ainars Rubikis. Sin embargo, el equilibrio entre el escenario y la orquesta no siempre fue óptimo; a veces el sonido era ruidoso, mientras que en otras ocasiones se imponía con naturalidad la chispeante música de Verdi.
Bernd Hoppe