BERLÍN / El viaje en el tiempo de Arabella
Berlín, Deutsche Oper. 18-III-2023. Richard Strauss, Arabella. Sara Jakubiak, Elena Tsallagova, Russel Braun, Robert Watson, Doris Soffel, Albert Pesendörfer. Coro y orquesta de la Deutsche Oper, Berlín. Director musical: Donald Runnicles. Director de escena: Tobias Kratzer
El director de escena Tobias Kratzer ha dado inicio en la Deutsche Oper de Berlín a un proyectado ciclo Strauss, y lo ha hecho con la comedia lírica Arabella. El regista y su escenógrafo Rainer Sellmaier, responsable a su vez del vestuario junto con Clara Luise Hertel, han ambientado los tres actos en épocas diferentes, con el resultado de que la velada carece de unidad estética y el público tiene la sensación de hallarse ante tres representaciones diferentes. En el primer acto, ambientado en la década de 1860, el escenario se divide en dos espacios, mostrando en una mitad varias habitaciones del hotel vienés en el que se ha instalado la familia Waldner y en la otra una pantalla en la que se proyectan secuencias de películas en blanco y negro. Se trata de escenas filmadas en directo por tres cámaras, en algunos casos vídeos preparados por Manuel Braun y Jonas Dahl. Los trajes al estilo de los años de la Gründerzeit [la época de los fundadores], confeccionados con las telas más delicadas, minuciosamente elaborados y ornamentados, resultan deslumbrantes.
La ambientación del segundo acto remite al año del estreno de la obra, 1933, ya que en el pasillo exterior de un salón de baile aparecen ruidosos soldados con uniformes nazis. Sin embargo, las épocas cambian rápidamente, ya que Arabella y su madre lucen opulentos trajes de estilo Belle époque que se mezclan en el baile con los típicos vestiditos de los tiempos del charlestón, con relucientes trajes con enaguas e incluso con el look más desenfadado y actual de los pantalones femeninos con peinados teñidos a juego. El tercer acto presenta un escenario casi vacío con un banco blanco delante de una gran pantalla, en la que se muestra de forma más que llamativa el encuentro amoroso (sexual) entre Zdenka y Matteo durante el preludio orquestal, y más tarde también una especie de visión del hipotético (y nunca realizado) duelo entre Waldner y Mandryka en un claro del bosque. El espacio cerrado y la vestimenta de todos los presentes son negros, quedando el anorak morado que viste Arabella como único y aislado toque de color. Se trata de una imagen sombría y algo deprimente de nuestro presente, un tiempo en el que se ha perdido todo colorido, variedad, ornamentos, decoraciones. El final muestra a Arabella como una mujer completamente emancipada que empuja a Mandryka del banco y le salpica en la cara el famoso vaso de agua.
Hay que agradecer a Sara Jakubiak su presencia en el estreno para encarnar el rol protagonista, ya que las dos sopranos previstas inicialmente habían cancelado pocos días antes su participación en esta producción. Sin embargo, la voluminosa voz de la cantante alemana, capaz de abarcar un amplio registro, se antoja demasiado gutural y áspera y carece de la melancolía y el sentimiento que demanda la exigente parte. En cambio, la también soprano Elena Tsallagova en el papel su hermana Zdenka resultó ideal; caracterizada con un bigotito negro y un peinado corto masculino, la cantante brindó una actuación ágil y brillante, haciendo muy creíble su transformación en ‘Zdenko’. Su timbre brillante y luminoso, de genuinas tonalidades líricas, combinó maravillosamente con el de Arabella en los dos hermosos pasajes a dúo. A pesar de que, antes de comenzar la función, anunciaron por megafonía que el barítono Russel Braun se encontraba ligeramente indispuesto, lo cierto es que su Mandryka resultó tan viril como ferviente, servido por una voz rotunda y de gran expresividad. El Matteo de Robert Watson resultó más heroico y baritonal que arrebatador y lírico, mientras que el Elemer de Thomas Blondelle resultó plenamente convincente tanto en sus aspectos dramáticos como canoros. Albert Pesendörfer interpretó con eficacia a un jovial y resuelto Waldner, mientras que la veterana Doris Soffel, en el papel de la madre, ofreció un magnífico y sofisticado estudio de carácter, si bien su voz mostró en más de un momento el inexorable paso de los años. Por último, la soprano ligera Hye-Young Moon, embutida en una chaqueta de cuero negro, sirvió las coloraturas de la Fiakermilli con eficacia no exenta de estridencias.
El director de orquesta Donald Runnicles no siempre consiguió mantener el adecuado equilibrio entre el escenario y el foso de la Deutsche Oper (los metales en especial no tuvieron su mejor noche), pero también se escucharon innumerables bellezas y momentos de gran delicadeza orquestal. Las muestras de desaprobación del público hacia el director resultaron, en opinión de este crítico, excesivas. El equipo de producción, en cambio, fue saludado con grandes ovaciones.
Bernd Hoppe
[Fotos: Thomas Aurin / Deutsche Oper Berlin]