BERLÍN / El equipaje de los refugiados en el reino del Walhalla
Berlín. Deutsche Oper. 27-IX-2020. Wagner, La valquiria. Brandon Jovanovich, Andrew Harris, John Lundgren, Lise Davidsen, Nina Stemme. Director musical: Donald Runnicles. Director de escena: Stefan Herheim.
Stefan Herheim utiliza el problema actual de los refugiados como modelo para brindar un nuevo enfoque de El anillo del Nibelungo de Wagner. Después de que, debido a la pandemia, tuviera que aplazarse el estreno de El oro del Rin, ha podido sin embargo representarse La valquiria, aunque bajo las condiciones sanitarias a las que obliga el coronavirus.
Junto con Silke Bauer, Herheim es también creador del decorado y de la escenografía. El montaje reproduce en el centro los rocosos muros de La isla de los muertos, la célebre pintura de Böcklin, que ya Patrice Chéreau y Richard Peduzzi habían mostrado en la gran puesta en escena que conmemoró, en su día, el centenario del Festival de Bayreuth. Esta vez el montaje se construye en torno a una multitud de maletas que simbolizan el destino de los innumerables exiliados contemporáneos. Más tarde, esos equipajes se separan con fuerza y el muro adquiere el aspecto de unos desafiantes peñascos. En mitad de la escena hay un piano de cola negro, en cuyo teclado está clavada la espada Nothung. Del instrumento no solo surgen sucesivamente Sieglinde, Brünnhilde y Wotan, sino que también se convierte en el lugar sobre el que se duerme, se ama, se presagia la muerte, o se viene a este mundo. Como ejemplo, después de que Brünnhilde, hija de Wotan, cae presa del sueño tumbada sobre el instrumento, saldrá de él Sieglinde y dará a luz a Siegfried.
Como asistente en el parto aparece el propio Wagner en persona, reconocible por su poderosa nariz y su indispensable boina. También guarda un parecido con otra figura, inventada por el director, a la que se ve pulular de un lugar a otro durante el primer acto. Se trata del niño deforme, algo retrasado, de nombre Hundingling (Eric Naumann en un papel mudo) fruto de una violación de Sieglinde a manos de Hunding (Harris como tremendo y tenebroso bajo de fiera expresión). Se muestra trastornado, agresivo y Sieglinde le sigue con desconfianza. En el extático y emocionante final del primer acto, ella lo rechaza de forma brutal, lo que no le granjea precisamente muchas simpatías. Es entonces cuando, sin aparente esfuerzo, canta Lise Davidsen, soprano dramática, desde lo alto de la orquesta. El oscuro y misterioso registro de matices medios de su soprano, con metálicos y potentes altos y su exuberante volumen, hacen que al Siegmund interpretado por Brandon Janovich no le sea sencillo seguirle el paso. Este tenor ‘abaritonado’ tiene sus momentos (como cuando entona sus casi incesantes gritos al personaje de “Wälse”), pero a menudo suena también opaco y de entonación turbia. Rápidamente se desarrolla entre ambos una fuerte atracción corporal, que queda ilustrada mediante una tira de tela blanca, que va creciendo desde el piano hasta terminar conformando un árbol. La proyección visual de William Duke y Dan Trenchard hace brotar hojas en sus ramas, en tonos verdes y dorados, así como una luz centelleante –una imagen de gran efecto, aunque dotada a la vez de un toque artesanal-.
En el segundo acto sube al escenario Wotan desde la concha del apuntador, ataviado con ropa interior de punto (Vestuario: Uta Heiseke), y se sienta al piano con la partitura de Wagner para entonar la música de Brünnhilde. Del interior del instrumento sale ella, con vestimenta histórica. La lanza, el casco de plumas y el peto de su armadura dan a la figura un aire de parodia y quizá el director se exceda al presentarla de un modo tan inapropiadamente chistoso. Nina Stemme interpreta bien su papel y canta también con solidez, pero, vocalmente, queda ensombrecida por Sieglinde. En cuanto al canto, el punto débil está en el Wotan de John Lundgren, con su hinchada voz de barítono bajo, su declamación descuidada y su falta de tensión en el desarrollo de su historia. Tan solo en su enfrentamiento con Fricka es capaz de despertar la atención con algún esporádico arrebato de ira. Su esposa la representa Annika Schlicht, con abrigo blanco guarnecido de pieles. Al comienzo también le falta personalidad, pero, poco a poco, su canto crece, hasta conseguir un aire fiero y salvaje. Desde el fondo, un grupo de refugiados con sus equipajes observa sorprendido el conflicto de la pareja de deidades. Este grupo participará en la historia en el tercer acto. En torno a Brünnhilde y su piano de cola se forma un círculo y se extiende una tela blanca sobre la que resplandece la magia del fuego.
Con el adiós de Wotan llega también, en lo vocal, el punto más bajo, pues Lundgren fracasa en las exigencias dramáticas que requiere la pieza. También Donnald Runnicles, a cargo del atril de la orquesta de la Ópera Alemana de Berlín, se muestra poco inspirado durante muchos tramos de la obra, y sólo en el tercer acto es capaz de marcar la pauta, aunque con una clara tendencia a atacar en fortissimo. El público acogió el estreno entre división de opiniones, lo que hizo que ahora se aguarde con escepticismo la futura representación del Sigfrido.
Bernd Hoppe
(Traducción: Ernesto Calabuig)