BERLÍN / Daniel Barenboim: cuando la batuta suena
Berlín. Staatsoper Unter den Linden. 13-X-2021. Mozart, Così fan tutte. Federica Lombardi, Marina Viotti, Paolo Fanale, Gyula Orendt, Lucio Gallo, Barbara Frittoli. Orquesta y coro titulares de la Staatsoper Berlín. Director musical: Daniel Barenboim. Director de escena: Vincent Huguet.
Dicen que la batuta no suena. Pero no, es falso, como demostró rotundamente el mejor Daniel Barenboim desde el profundo foso de su Staatsoper berlinesa. Después de la tremebunda Madama Butterfly sufrida el domingo en el mismo lugar, la nueva producción de Così fan tutte gozada solo tres días después —el miércoles —, de la mano escénica del francés Vincent Huguet y musical de Barenboim, devolvió de un plumazo a la tricentenaria Staatsoper su solera y bien labrado nivel. Fue una función redonda, feliz, cargada de desparpajo, chispa, pulso dramático y desbordante calidad musical. Huguet y Barenboim se han hecho cómplices del gran Da Ponte y de Mozart, y, aliados, además, con Don Alfonso y una Despina —Barbara Frittoli— que nunca antes había cobrado tal protagonismo, han cuajado un espectáculo colmado de calidad, humor, imaginación y atrevimiento.
Es una escena trepidante, de vibrante pulso, vistosidad y detalles. Acorde con el libreto y el preciosismo musical que vuelca Mozart en una ópera (dramma giocoso) que combina humor y lirismo, bufonería y honduras. Todo, todas las aristas de la obra maestra fueron recreadas por un Barenboim en noche de gracia, animado también por un engrasado sexteto vocal sin fisuras. Ni siquiera la mezzosoprano Marina Viotti (hija del desparecido director Marcello Viotti y hermana del también director Lorenzo Viotti), de la que se anunció que “se encuentra indispuesta, pero cantará”, dio muestras de ello.
La soprano Federica Lombardi, que ya dejó en Valencia, en el Palau de les Arts, constancia del empaque de su Fiordiligi, volvió a redondear un personaje que hoy le viene como anillo al dedo, a pesar de que —como en Valencia— volviera a ir apretada en un destemplado Come scoglio que, sin embargo, despertó una sonora ovación en el público. Marina Viotti fue una Dorabella total. Seductora, plena de intenciones musicales y escénicas. Estrecha y descarada, recatada y luego casi promiscua. Junto a Lombardi, y de la mano maestra de Huguet, desarrolló con sobresaliente pericia la evolución de las dos famosas ‘hermanas de Ferrara’. Ambas, maravillosas en los dúos Ah guarda sorella y Prenderò quel brunettino, junto con el perfilado Don Alfonso (que más parece un Don Giovanni: se beneficia a toda la que se le ponga a tiro, comenzando por Despina) de Lucio Gallo, emocionaron y elevaron la alta temperatura emocional de la noche en el sublime terzettino Soave sia il vento de la segunda escena del primer acto.
No menos excepcionales fueron sus pintorescos prometidos. El tenor Paolo Fanale —Ferrando— cantó con estilo, belleza vocal y estilizado fraseo, con Un aura amorosa perfectamente ubicado en el altísimo nivel vocal de la noche. El barítono húngaro Gyula Orendt bordó, por su parte un Guglielmo cuajado de vitalidad escénica y generosidad vocal. Se lució en sus dos divertidas arias, y en el dúo Il core vi dono junto a la ya —a estas alturas de la ópera y de la noche— entregada y hasta pícara Dorabella de Viotti. Lucio Galló triunfó sin ambigüedad con un Don Alfonso tan bien cantado como encarnado en su novedosa perspectiva.
Vincent Huguet hacer recaer el peso del simétrico curso dramático de la acción en Despina y Don Alfonso. Con la astuta sirviente así, ubicada en primer lugar. Es ella, y no el pobre calentón del ‘viejo filósofo’, quien realmente mueve los hilos de todo. También es ella, y no las inocentes hermanas ferrarenses, la verdadera señora de la casa: la que manda, dispone y predispone. La que se tumba en la hamaca y se pinta las uñas. El salido de Don Alfonso queda como mera marioneta de esta mujer excepcionalizada por el olfato dramático del realizador francés y la complicidad de un Barenboim involucrado musicalmente hasta la médula en la propuesta escénica. Despina, que se deja besuquear, tocar y retocar por su marioneta Don Alfonso, marca incluso el hacer y vestir de sus ‘señoras’: hasta el punto de acicalar a su antojo a Fiordiligi y hasta ‘levantar’ despectivamente con sus manos los pechos caídos de Dorabella.
Artífice inesperada de esta subida Despina tan plena de vis cómica y descaro escénico es Barbara Frittoli, reconvertida en un personaje aquí de fascinante enjundia, que se impone con un trabajo redondo, perfiladísimo y rico de perfiles y referencias, incluida la Commedia dell’Arte. Salió bien airosa de sus dos divertidas y ligeras arias, y brilló en los concertantes, como en el inolvidable sexteto Alla bella Despinetta. Tronchante cuando, disfrazada de médico, ‘devuelve’ a la vida a los disfrazados Ferrando y Guglielmo: al entonar como elemento curador la “piedra mesmérica, que tuvo su origen en Alemania…”, saca del refajo una ostentosa estrella de Mercedes-Benz que pasa por ‘las partes’ de los supuestos finados para provocar la absoluta risa del público.
Es solo un detalle de entre los muchos de esta ingeniosa, divertida y en absoluto naíf producción, cargada de efectos y de hallazgos, que atiende con pareja fortuna la dual condición, bufa y dramática, de la última ópera en común de los genios Mozart y Da Ponte. Hay desnudos, bañadores, piscina, barca hinchable, humo, bañeras, hamacas y hasta una enorme nave móvil que casi parece emular el buque fantasma del pobre holandés. Pero, sobre todo, una maravillosa imaginación cargada de conocimiento e implicación con la obra de arte.
Todo lo lleva Barenboim con transparente ligereza, con una narración musical que nunca es morosa ni precipitada. El veterano mozartiano Barenboim dejó volar la música, hasta el punto de que parecía ser ella misma la que marcaba la pauta. Con naturalidad, soltura y luminoso rigor. Con la experiencia de una larga vida de convivencia con todos los Mozart. Quizá el verdadero Don Alfonso estaba el miércoles más en el foso que en una escena que plantea perspectiva tan absolutamente novedosa. ¡El mejor Barenboim! Ni que decir tiene que el coro —divertidísimo resultó el aquí muy irónico y antimilitarista Bella vita militar— y la Staatskapelle Berlin sonaron casi a gloria al dictado de la batuta de su todopoderoso Generalmusikdirector.
Justo Romero