Beethoven y el biógrafo

Soy un compositor que escribe biografías de compositores dirigidas fundamentalmente al público general y a los amantes de la música, si bien espero que en ellas se incluyan aspectos susceptibles de resultar útiles también a los intérpretes y a los estudiosos. Beethoven: tormento y triunfo fue mi tercera biografía, después de las que dediqué a Charles Ives y a Brahms. Actualmente estoy a punto de terminar una sobre Mozart. (*)
Supongo que la mayoría de la gente ve la biografía como una interpretación literaria de la vida de alguien. No es esta la manera como yo me enfrento al género. Para mí, la biografía no es una forma literaria, ni principalmente la interpretación de una persona. Habida cuenta que, en sentido estricto, jamás podemos llegar realmente a comprender al otro, como de hecho tampoco nos comprendemos del todo a nosotros mismos, me parece poco realista y moralmente cuestionable interpretar la vida de otra persona desde la distancia temporal, en beneficio propio, cuando tal persona no se encuentra ya presente para poder defenderse.
Una biografía es, para mí, la narración de una vida, no una interpretación de la misma. Lo que quiere decir que entiendo la biografía como una especie de periodismo: lo más importante es la vida tal y como se vivió, no su interpretación. Pienso, además, que los hechos son por regla general más interesantes que las interpretaciones, y también más conmovedores, reveladores y divertidos. Las pocas interpretaciones sobre mis personajes que se pueden encontrar en mis libros son aspectos que, en el curso de un proyecto, acaban por volverse más o menos obvio. Por ejemplo, decir que Beethoven fue una persona problemática es una interpretación, pero una interpretación inevitable. En general, sin embargo, me inclino por presentar una narración, dejando la interpretación a mis lectores.
Mi principio rector es que la vida humana no se parece a un libro. Se asemejaría más bien al hecho de caminar a tientas en la oscuridad buscando el interruptor de la luz. Pienso que la vida no es tanto una cuestión de estructura lógica cuanto de temas y variaciones. El tema principal en la vida de un o de una artista es su arte; los diversos elementos y peculiaridades de la personalidad son otros tantos temas. No quiero imponer ningún tipo de forma literaria sobre la historia de una persona. Pretendo más bien que mis biografías se parezcan más a la vida que a un libro. Las vidas reales divagan, y mis libros divagan con ellas. Cuando todo está dicho y hecho, al final del libro, espero que los lectores hayan llegado a conocer a esta persona como se conoce a un amigo, a partir de una acumulación de encuentros.
Al mismo tiempo, el ‘arte’ de mi personaje es algo completamente distinto. El arte existe para disfrutar, para que nos conmueva, nos instruya, nos divierta y exalte, para que suscite nuestra reflexión, para que forme parte de nuestra vida y de nuestros sentimientos, e invariablemente para juzgar e interpretar. Aunque me resisto a interpretar a una persona en un libro, me siento totalmente libre para interpretar su arte. De modo que una buena parte de mis libros está dedicada a examinar la música de mis personajes. Esto me ocupó particularmente en la biografía de Beethoven, en parte porque los arcos emocionales y narrativos de su música son a menudo transparentes, pues él quería que así lo fueran, y por ello se presta más a la escritura que la mayoría de los compositores (he comprobado que la música de Mozart es mucho más difícil de evocar con palabras; su música invariablemente se empobrece con el lenguaje). También tuve la sensación de que gran parte de la literatura disponible sobre la música de Beethoven no acababa de penetrar la totalidad de la concepción en sus obras, cada una de las cuales se genera a partir de un puñado de ideas sencillas. En otras palabras, sentí que no se había prestado la suficiente atención a una de las pocas cosas que Beethoven manifestó acerca de su música, pero que al mismo tiempo dice mucho: “Tengo la costumbre de mantener siempre la visión de conjunto”.
La Bildung
En mayor medida que a la mayoría de los biógrafos, me preocupa el modo en que las primeras etapas de la vida de una persona determinan su personalidad futura. Es decir, me interesa aquello que los alemanes llaman la Bildung de una persona, el proceso de crecimiento, de aprendizaje en todos los aspectos, de acceso a la madurez a través de la experiencia y la comprensión. Este proceso está moldeado por el lugar y la gente alrededor de los cuales crece una persona, de modo que también me preocupa, y mucho, el examen de los lugares y las personas que ejercieron un determinado impacto sobre mi personaje.
Beethoven nació en Bonn en 1770. De haber nacido en cualquier otro lugar probablemente hubiera seguido siendo un gran compositor, pero no el mismo, porque las fuerzas que moldearon su Bildung habrían sido diferentes. Bonn fue uno de los más liberales entre los pequeños estados alemanes de su época. Al mismo tiempo, Beethoven alcanzó la mayoría de edad en la década de 1780, coincidiendo con el éxito de la Revolución americana y cuando en Europa se respiraba un aire de cambio y de revelación que acabaría materializándose con la Revolución francesa y sus secuelas.
Las últimas décadas del siglo XVIII fueron una época de ilimitada esperanza, tal vez la más esperanzadora de la historia. Cuando empecé a realizar mis investigaciones de cara a la biografía de Beethoven, comprobé que toda la ciudad de Bonn, incluyendo a la aristocracia, se apasionaba por lo que nosotros llamamos la Ilustración y los alemanes la Aufklärung. Beethoven creció en una atmósfera de apasionadas discusiones en cafés y tabernas sobre las nuevas filosofías. Durante sus últimos años en Bonn, el gobernante era el elector Maximiliano Francisco, hermano del emperador austriaco José II, hoy recordado como uno de aquellos ‘déspotas benevolentes’ que trataron de crear sociedades ilustradas a golpe de decreto. Maximiliano Francisco quería implementar en Bonn el mismo tipo de reformas de largo alcance que su hermano estaba promulgando en Viena. Hoy en día nos pueden parecer abstracciones históricas, pero en la vida de artistas como Beethoven no lo eran. Desde su juventud hasta su madurez, en Beethoven resonaron las corrientes intelectuales y políticas de su entorno.
Debido a que creció en la progresista Bonn, Beethoven alcanzó la mayoría de edad como compositor con la apasionada convicción de que el mundo estaba dando un giro histórico hacia gobiernos más racionales y justos, hacia una ilustración política y moral de la sociedad, que la música y las demás artes eran una parte vital del crecimiento espiritual, moral y político de la humanidad, y que él debía entregar su talento musical al mundo para apoyar ese decisivo proceso histórico. Al mismo tiempo, y a pesar de todos sus esfuerzos en favor del progreso de la humanidad, también albergaba el deseo de alcanzar fama y riqueza, así como de convertirse en un nombre inmortal en la historia. Su idealismo y sus ambiciones mundanas fueron en ambos casos desmesurados.
Sin embargo, hay una salvedad que es importante señalar. El hecho de que Beethoven viviera, trabajara y se esforzara hasta la extenuación para servir a la humanidad no contradice la realidad de que, desde el punto de vista personal, fuese un hombre absolutamente paranoico, displicente, solipsista y bastante misántropo, que apenas era capaz de comprender a las demás personas ni tan siquiera de sentir demasiada simpatía por ellas. No podía ver a los otros si no era a través de su propia lente, y a través de esa lente casi nadie estaba a la altura. Beethoven sirvió a la humanidad, pero no sentía por los seres humanos de carne y hueso más que un olímpico desprecio. Si todo esto no parece tener mucho sentido, mi respuesta es que la vida humana no tiene mucho sentido, y eso es algo que todo biógrafo debe tener siempre en mente.
El pasado como modelo

Con respecto a la música de Beethoven, pude comprobar que una de las pautas de su gran originalidad, ya desde su adolescencia, era que tomaba el pasado como modelo para luego hacer con ese pasado, en todos los aspectos, algo ‘más’. Se apropió del pasado escribiendo piezas ‘más’ largas, ‘más’ intensas emocionalmente, para conjuntos ‘más’ grandes, con ‘más’ grado de contraste que en el pasado y variando ‘más’ los esquemas formales tradicionales del estilo clásico vienés, como la forma sonata y el tema con variaciones. Esto me lleva a una de mis conclusiones centrales acerca de su personalidad artística. Desde su época hasta la nuestra, Beethoven ha sido calificado como un revolucionario musical, ‘el hombre que liberó la música’, y así sucesivamente. Mi impresión, sin embargo, es que Beethoven no tenía ninguna intención revolucionaria. De hecho, jamás se llamó a sí mismo ‘revolucionario’, y no hay nada en su música que reniegue de ningún aspecto del pasado en el que su propio arte se fundaba. Los revolucionarios odian tanto el presente como el pasado, y su objetivo es eliminar tanto este como aquel. Beethoven no albergaba tales propósitos. Durante toda su vida se mantuvo fiel a la tradición clásica vienesa, por mucho que la personalizara, la forzara y la extendiera.
Otro aspecto de Beethoven que me gustaría apuntar es que se trata de un artista cuya mentalidad se formó en el siglo XVIII, pero cuyo primer público fue la generación romántica de comienzos del siglo XIX. Existen tres aspectos que cabe señalar en el trabajo de un artista que decide exponerse ante el público. En primer lugar, aquello que el propio artista considera que está haciendo, y por qué. En segundo lugar, aquello que el público considera que el artista está haciendo, y por qué. A menudo estos dos aspectos difieren mucho: Beethoven, por ejemplo, escribió música imbuido de una implacable preocupación por la forma y la lógica orgánica, que sin embargo fue recibida por una generación que se preocupaba más por la emoción y la evocación que por la forma y la lógica. Por último, cuando la obra de ese artista se presenta ante el público, la respuesta de los críticos y de los aficionados repercute en el propio artista y puede ejercer un determinado efecto en su obra. Resulta significativo que los primeros comentarios críticos de importancia acerca de la música de Beethoven fuesen escritos por E. T. A. Hoffmann, cuyas historias breves pobladas de compositores locos, autómatas y Doppelgängers se convirtieron en elementos fundacionales de la sensibilidad romántica. Beethoven, quien verosímilmente leía todo lo que se escribía sobre él, envió una nota de agradecimiento a Hoffmann. Existe además una carta suya de contenido casi surrealista que nos da a entender que conocía, e incluso había leído, los cuentos de Hoffmann. No pretendo especular acerca del modo, si lo hubo, en que la reacción a su música de los primeros románticos pudo afectar a la propia obra de Beethoven, porque la inspiración es un asunto misterioso, pero tengo la sensación de que pudo ser uno de los elementos que contribuyeron a su sublime estilo final. Los románticos le dieron a Beethoven un enfoque nuevo a su arte, que a su vez contribuyó a la propia evolución de su arte.
Todo esto sucedió mientras él mismo se mantenía fiel a sus raíces en la Bonn de finales del siglo XVIII, especialmente la de la década revolucionaria de 1780, y a sus principales modelos y héroes, con Mozart, Haydn, Haendel y Bach a la cabeza. Finalmente acabé calificando a Beethoven no como un revolucionario, sino como un ‘evolucionista’ radical. Su radicalidad residía en la individualidad de su arte, que parece surgir desde lo más profundo de su propia personalidad. Numerosas veces he recurrido a la metáfora de un Mozart que pretende seducirnos mientras que Beethoven nos agarra por las solapas exclamando que tiene algo muy importante que decirnos. Beethoven intensificó la sensación de la presencia del artista detrás de su arte. Su radicalidad se encuentra también en la manera en que supo dotar a cada una de sus grandes obras de un carácter distintivo, en un grado mucho mayor que cualquier compositor hasta entonces. Cada una de sus obras principales posee una personalidad única y poderosa. Cada vez que decidía acometer un determinado género, su intención era hacer con él algo diferente. Pensemos, por ejemplo en la enérgica e intensa Quinta sinfonía en Do menor y luego en la amable y pastoral Sexta, que no sólo contiene pocas tonalidades menores, sino que incluso tiene relativamente pocos acordes menores. La Sexta es virtualmente la anti-Quinta.
En cuanto a la vida de mis personajes en tanto que hombres y artistas, para formarse una idea cabal de ellos es esencial escuchar atentamente lo que dicen, ya sea en su correspondencia o en persona (una carta es más fiable; los recuerdos de otras personas acerca de lo que dijo alguien son siempre cuestionables). Al comenzar una biografía elaboro una cronología básica y añado a ella la mayor parte de las cartas disponibles. Una vez leídas y releídas las decenas o centenares de páginas con las propias palabras de mis personajes, acabo por adquirir una comprensión intuitiva acerca de su carácter, de cómo eran. Es evidente que, muy a menudo, resulta imposible encontrar aquellas cosas que encierra el corazón de una persona que pueden ser susceptibles de explicar algún aspecto decisivo de su personalidad. Si uno logra revelar un secreto, no hay garantía de que tal secreto explique algo, y si lo hace, es muy posible que no entendamos la explicación. No hay respuesta a esta inevitable incapacidad de la biografía, que no es otra que nuestra incapacidad última para conocer al otro, más allá de señalar que cualquier cosa que una persona hace, dice o escribe la revela de una manera que trasciende lo superficial, si uno sabe cómo leer los signos. Nadie puede decir o escribir cinco palabras sin revelar algo sobre sí mismo. Si pudiera ver a Beethoven caminar por la calle y hablar con él durante dos minutos, mi idea de él sería sin duda diferente.
Esto quiere decir que debo escuchar atentamente no sólo aquello que mi personaje dice, sino también lo que quiere decir; y escuchar con la máxima atención, aunque el personaje mienta, o aunque lo que diga parezca incoherente. Finalmente, si he prestado la suficiente atención, puedo llegar a saber cómo hablaba esta persona, e incluso sus declaraciones más oscuras empiezan a cobrar sentido. Y cuando el personaje escribe una carta, debo tener en cuenta en qué momento de su vida la escribió y a quién la estaba escribiendo, cuál era la historia entre ambos.
Cartas
En este sentido, quiero citar cuatro cartas que Beethoven escribió en un solo mes, agosto de 1819.

A su mecenas, el archiduque Rodolfo: “Las incesantes preocupaciones relacionadas con mi sobrino [Karl], que ha caído en un estado de corrupción moral casi absoluta, son en buena medida la causa de mi indisposición. A principios de esta semana yo mismo tuve que volver a asumir su tutela, ya que el otro tutor había renunciado después de que el muchacho hubiese cometido muchas malas acciones por las que me ha pedido que le perdone”. Beethoven había adoptado al hijo de su difunto hermano y trataba de alejarlo de su madre, a quien llamaba ‘La Reina de la Noche’. Por su parte, Rodolfo era su alumno de piano y composición y su más generoso mecenas, además de ser el hermano del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En sus cartas a Rodolfo, Beethoven nunca adoptó un tono sardónico o crítico, como sí lo hizo a menudo con sus editores, y por lo general su actitud era deferente, como por lo demás lo debía ser cualquiera al dirigirse a un miembro de la realeza (aunque tampoco llegó nunca a rebajarse).
Ese mismo mes, a un conocido vienés: “Han intentado recientemente que mi sobrino comparezca ante una comisión. Esto no puedo permitirlo. El chico es inocente y puedo testificar en lo que a él concierne. El escaso apoyo que ha recibido del tutor que nombré […] junto con las malvadas intrigas de la madre, es la única razón por la que a mi pobre sobrino y pupilo le han suspendido los estudios durante todo un año”. Esta es una de las pocas acusaciones de Beethoven a la madre de Karl, Johanna, que probablemente sea cierta. Él la consideraba capaz de cualquier cosa, incluso de ejercer la prostitución y envenenar a su marido. Johanna, por supuesto, no era ninguna asesina, aunque probablemente era todo un personaje. A Beethoven le costaría años arrancar a Karl de la casa de su madre y convertirlo en su pupilo.
El trato hacia Karl fue un ejemplo más de su personalidad ferozmente arbitraria y de su inestable temperamento: podía ahogar a Karl bajo expresiones y muestras de afecto un día, y darle una paliza al siguiente. Cuando Karl entró en la adolescencia, ambos pelearon como fieras. He aquí otra carta de ese mismo mes, a otro conocido: “Lo mejor sería renunciar a la tutela sin designar a nadie y dejar a Karl completamente a su suerte. Porque es un completo desvergonzado y es más apto para la compañía de su propia madre y de mi pseudohermano”. Por supuesto Beethoven no albergaba en absoluto semejantes intenciones, como él mismo reconoce unas líneas después.
Finalmente, otra carta al archiduque Rodolfo ese mismo mes: “En el mundo del arte, así como en toda nuestra gran creación, la libertad y el progreso son los principales objetivos. Y aunque nosotros los modernos no podemos exhibir la solidez de nuestros antepasados, el refinamiento de nuestras costumbres ha ampliado también muchas de nuestras percepciones”.
Bien fuera que se encontrase en un estado de ánimo idealista, paranoico, colérico o desesperado, el lenguaje de Beethoven es siempre directo, concreto, sincero y sin ironía (con excepción de alguna que otra ironía contundente y amarga). Sin embargo, debido a su carácter volátil, muchas de las cosas que dice no pueden ser tomadas al pie de la letra. Esto es algo que él mismo comprendía en sus momentos de mayor lucidez. Tal y como escribió de sí mismo: “Fuera de la música, todo lo que hago está mal hecho y es estúpido”. Sospecho que Beethoven era un bebedor empedernido, como lo habían sido su padre y su abuela. Murió de cirrosis hepática. No creo que bebiera mientras componía, pero muy probablemente gran parte del tono a menudo pendenciero y poco meditado de sus cartas se debía a que bebía cuando las escribía. A pesar de todo, en sus cartas a los editores, que representan el grueso de su correspondencia, se mostraba como un meticuloso corrector de pruebas, y como un agudo hombre de negocios cuando se trataba de cerrar un acuerdo.

He hablado de escribir con respeto por la vida tal como fue vivida, de informar sobre esa vida de forma clara, ecuánime y completa. Añado que la vida de una persona no se vive principalmente en ideas y abstracciones, sino en sentimientos. Las emociones también son hechos, y constituyen una parte importante de la historia. En mi opinión, un escritor debe ser ante todo claro y legible, pero también debe saber cómo transmitir las emociones que su historia encierra de modo que el lector pueda entenderlas. Muchas de esas emociones son evidentes: Brahms amaba a su madre, y sintió una enorme tristeza cuando ella murió. No se necesita una cita para saber estas cosas, basta con ser una persona. Las relaciones sentimentales, o la ausencia de ellas, son parte de la historia. El hecho de ser excepcionalmente apuesto (como lo era Brahms) o excepcionalmente feo (como lo era Beethoven), es una parte significativa de lo que le sucede a una persona.
La forma y el estilo de vida de mis personajes son la forma y el estilo de mi libro; sus temas son mis temas. Me resisto a interpretar, y lo hago sólo cuando algo me parece obvio. Muy a menudo son mis propios personajes quienes hacen la interpretación por mí. En el caso de Beethoven, me obsesionaban sus palabras en las que afirmaba sentirse ‘el más miserable de los mortales’. Proceden de lo que conocemos como el Testamento de Heiligenstadt, la carta no enviada que escribió a sus hermanos en 1802, cuando se dio cuenta de que su sordera y su salud no harían sino empeorar, y se enfrentó a la decisión de si vivir con aquello o terminar con todo. Y su profecía resultó acertada: su vida estuvo llena de miserias, y sólo consiguió hacerla soportable y significativa gracias su arte. En mi libro, también su música tenía que redimir su vida y hacerla soportable; de ahí el subtítulo, Tormento y triunfo. El triunfo es la música, por supuesto. El libro es un continuo contrapunto de triunfos y tormentos que a veces se iluminan mutuamente, y a veces no.
Cuando estaba a punto de terminar mi biografía de Charles Ives, me topé con una frase del filósofo Stanley Cavell que expresaba a la perfección el método al que yo mismo había llegado de forma intuitiva. Creo que se trata de una buena manera de concebir la biografía, y no sólo la biografía. Dice Cavell: “La manera de superar correctamente la teoría… es dejar que sea el objeto de tu interés el que te enseñe la manera de concebirlo”. Por eso, durante los años de trabajo en un proyecto, escucho a mis personajes con extrema atención. ¶
(*) El libro Mozart: the Reign of Love de Jan Swafford ha sido publicado este mes de diciembre
Jan Swafford es escritor y compositor
(Artículo publicado en el dosier dedicado a Beethoven en el nº 363 de SCHERZO, de junio de 2020)