Beethoven: Amada lejana, amada inmortal (y VI)
Es una lástima que no fuera posible tampoco el noviazgo de Beethoven con Theresa Malfatti, hija de su médico; un médico que aceptó de mala gana a Beethoven como paciente. No era una familia noble, y eso ya era importante, porque suponía que no había barrera infranqueable.
Pero era familia con fortuna, mientras que Beethoven era un músico con ingresos limitados y muy inestables; Therese era una adolescente, tenía 20 años menos que nuestro enamoradizo Ludwig, que se acercaba a los 40, mal llevados. Es probable que a ella le dedicara Para Elisa. Se había hecho muy amigo de los Malfatti, un asiduo de la casa. Así que cuando se declaró a través de un amigo, no solo le dijeron que no; además le dijeron que no era bien recibido en casa más que para cosas estrictas de música.
Y aquí tenemos que referirnos al ciclo A la amada lejana. Sea quien sea esa amada lejana, es probable que el ciclo de canciones basado en poemas de Aloys Jeitteles esté dedicado a esa mujer. Probable, sí. Pero ni siquiera esto, tan verosímil, lo podemos asegurar.
Por primera vez un compositor lleva a cabo un ciclo de canciones que tienen relación directa, narrativa y dramática. No se puede separar una canción del resto sin que pierda su sentido, y ese sentido se encuentra en el todo. Es el comienzo de los ciclos de enamorados itinerantes, enamorados que se marchan porque no pueden más, enamorados que trazan su biografía, enamorados que miran a lo lejos para adivinar a la que tendría que estar cerca, enamorados que lamentan que su amada haya preferido a otro. Ciclos como Winterreise, como Amor de poeta o Amor y vida de una mujer, o los Lieder eines fahrenden Gesellen e incluso La bella Magelone no existirían, tal vez, sin la innovación de Beethoven.
Es el momento de sugerirles que escuchen este ciclo. Hay numerosas versiones, ustedes verán (si es que me hacen caso, no es imprescindible). Para la audición de los programas de Radio Clásica elegí la de Christian Gerhaher, acompañado por Gerold Huber. Christian Gerhaher, sí, que tanto nos conmovió con sus dos recitales de Mahler, uno en otoño y otro inmediatamente antes de la epidemia.
Ah, ese amor, esa lejanía. La lejanía es pérdida. Mas la lejanía es resquicio, puesto que estar lejos permite sugerir que podríamos acercarnos. La lejanía es evasión, la lejanía es romántica. Es romántica, es decir, subjetiva y exaltada, incluso lugareña y nacionalista. Es romántica, es decir, es ciega, y en consecuencia ver lo que los demás no pueden ver.
Pero ¿acaso fue Beethoven romántico? ¿No fue el último clásico? No puedo sino recordar al poeta:
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Cuidado, don Antonio. Esto, entre nosotros. No repita eso de “la mano viril”, podrían tacharlo de… bueno, de no respetar a la mujer. Usted, que elevó a Leonor, ay pobre Leonor. Usted, que idealizó a Pilar, y ahí parece ser que estuvo usted ciego. He oído en alguna parte que el amor es poderosísimo: te permite ver personas que no existen. Mejor tenerla lejos, ¿no? Idealizar es mejor de lejos. A mí me pasa, se lo confieso. Mi bien amada es como la de Beethoven, lejana. Pero lejanía de verdad. Lástima que uno no sepa componer ciclos de canciones a una amada lejana. En mi limitación, solo supe hacer un monólogo. Créame, se ha hecho varias veces, se ha publicado en dos ocasiones, y acaso se convierta en ópera (breve tendrá que ser). La amada lejana. Se lo debo a Beethoven; el título, ya que no la inspiración.
En cualquier caso, nunca sabremos quién fue aquella “amada inmortal”. Sí sabemos que el corazón de Ludwig van Beethoven, que acaba de cumplir doscientos cincuenta años, era muy propicio al amor.
Santiago Martín Bermúdez