BAYREUTH / Wagner y su ‘Ocaso’ se imponen sobre la tontuna escénica
Bayreuth. Festspielhaus. 10-VIII-2022. Wagner: El Ocaso de los dioses. Andreas Schager, Catherine Foster, Mika Kares, Olafur Sigurdarson, Michael Kupfer Radecky, Aile Asszonyi, Christa Mayer, etcétera. Orquesta del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Pietari Inkinen. Dirección de escena: Valentin Schwarz.
Tras una semana de abucheos e indignación, El Anillo del Nibelungo según el director de escena austriaco Valentin Schwarz (1989) ha concluido el jueves en Bayreuth con una reprobada representación de El ocaso de los dioses. No era para menos: el montaje sintetiza el cúmulo de disparates y sandeces que marcan esta fracasada propuesta escénica sin más pies ni cabeza que la empanada mental de su perpetrador. Convertir, como hace Schwarz, el personaje de Gunther en adefesio mitad Pocholo mitad Rappel acaso sea el “invento” más remarcable de tan bochornoso ocaso de El ocaso. ¡Imagínese el resto! Por fortuna, el pentagrama salió indemne del atentado. En los momentos más épicos y excelsos -Visita de Waltraute, Muerte de Siegfried, Inmolación de Brunilda…-, algunos espectadores incluso optaron por cerrar los ojos para no contaminarse de la necedad escénica. Fue, en definitiva, el triunfo de la música sobre la tontuna y el capricho.
El peligroso foso invisible fue bien gobernado por el finlandés Pietari Inkinen, quien coronó el Ring con la nitidez, elocuencia y temple de las tres jornadas anteriores. Confirió grandiosidad, dramatismo y protagonismo sinfónico sin mermar la sustancial presencia vocal. Hubo detalles, colores, lirismo e idiosincrasia wagneriana. El Coro del Festival —convertido en “gibichungo”— brilló en sus vigorosas voces masculinas en la impactante escena del segundo acto, perfectamente engarzado en el tejido orquestal, empeñado en su evocador torrente de Leitmotive y en el calibrado discurso narrativo de un podio meticuloso durante toda la función —también durante todo el Anillo— a no dejar detalle inadvertido ni nota ni silencio en el tintero. Con todos sus méritos, Pietari Inkinen será reemplazado el próximo año en la dirección de este Ring por Philippe Jordan. Algo ya anunciado incluso antes de que el finlandés comenzara su trabajo en Bayreuth.
Los abucheos y pataleos de protesta se tornaron bravos y vítores cuando, en el turno de saludos, aparecieron en escena los cantantes. No era para menos. Andreas Schager culminó su Sigfrido inagotable. Heroicamente cantado, sobrado de medios y arrojo. Con un fiato casi a lo Melchior, como también su entrega y consistencia vocal. Indemne a la tontería escénica y leal al personaje y a su creador. La escena de su muerte a traición fue la culminación de una actuación que corrobora su condición incontestable de mejor representante actual de Sigfrido en la tierra.
Si dos días antes, en Siegfried, Schager contó con la discreta Brunilda de Daniela Köhler, en esta ocasión fue Catherine Foster la encargada de dar vida a la valquiria de las valquirias. La soprano inglesa se superó a sí misma con una encarnación que transitó con ductilidad por los diversos momentos emocionales que recorre el personaje, desde la doméstica felicidad inicial, a la traición, el engaño, la rabia, el dolor y, finalmente, la gran escena final, en la que coronó, ajena a la fea estupidez escénica, una Inmolación de perfilada emoción melódica y dramática. Estuvo sencillamente inmensa por poderío y calidad vocal. No vaciló en los afilados agudos y cantó con la belleza suprema que requiere el sublime momento. Firme e insobornable en el fraternal encuentro con la Waltraute entonada y convincentemente cantada por Christa Mayer.
El tercer gran protagonista de El ocaso, el supervillano Hagen, fue defendido con carácter y robusta proyección por el bajo finlandés Mika Kares, hoy una estrella de méritos evidentes, cuya carrera internacional comenzó en el Palau de les Arts de València. El Gunther pocholorrappelizado fue reciamente defendido por el barítono Michael Kupfer Radecky. Olafur Sigurdarson, por su parte, revalidó su Alberich enjundioso en la gran escena del comienzo del segundo acto, con su malvado hijo Hagen. Correcta sin más la discreta Gutrune de Aile Asszonyi. Las muy bien cantadas y engarzadas Hijas del Rin superaron en su conjunto a las claramente descompensadas tres nornas. Este Ocaso de los dioses supone la culminación del peor Anillo del Nibelungo de la moderna historia del festival fundado por Richard Wagner en 1876. Un atentado en su propio casa, en el Festspielhaus donde precisamente vio la luz esta obra cumbre de la historia de la humanidad. TRISTE.
Justo Romero