BAYREUTH / Valer Sabadus, Reginald Mobley y Véronique Gens: festín barroco de recitales
Bayreuth. Margravial Ópera House. 8-IX-2023. Valer Sabadus, contratenor. {oh!} Orkiestra. Violín y dirección: Martina Pastuszka. Obras de Carl Heinrich Graun. Bayreuth. Schlosskirche. 9-IX-2023. Reginald Mobley, contratenor. Christine Plubeau, viola da gamba, Violaine Cochard, clave. Obras de Purcell, Haendel y Sancho. Bayreuth, Ordenkirche St. Georgen. 10-IX-2023. Véronique Gens, soprano. Ensemble Les Surprises. Clave, órgano y dirección: Louis-Noël Bestion de Camboulas. Obras de Lully, Desmarets, Collasse, Destouches, Charpentier y Rebel-Francoeur.
Tres recitales, tres, en apenas dos días y con una ópera en medio de la que ya se ha dado cuenta en esta misma publicación. En el Festival de Ópera Barroca de Bayreuth se suceden los conciertos de forma frenética y, como veremos, las propuestas son variadas y muy atractivas.
Comenzamos esta crónica con el recital que el contratenor rumano-alemán Valer Sabadus (o Varna-Sabadus) [arriba, en la foto] ofreció junto al grupo polaco {oh!} Orkiestra con arias de ópera de Graun en el inigualable –no nos cansaremos de recalcarlo– Teatro de los Margraves, un recinto parecido al de la corte de Berlín construido por iniciativa de Federico II de Prusia que se inauguró en 1742 precisamente con una ópera de Graun: Cleopatra e Cesare. Y es que Federico II el Grande era hermano de Wilhelmine, la fascinante margravina de Brandemburgo-Bayreuth y auténtica promotora del conocido como Teatro de los Margraves. Ambos compartían intereses literarios y musicales, manteniendo una relación epistolar de gran complicidad.
Carl Heinrich Graun –no confundir con su hermano Johann Gotlieb– es un compositor que pertenece a la generación posterior a Telemann, Graupner, J.S.Bach y Haendel. Nacido en 1704, tras su formación en Dresde comenzó su carrera cantando como tenor y muy pronto empezó a componer óperas en alemán. Su carrera dio un salto cuando entró al servicio de Federico de Prusia, siendo éste todavía príncipe, en la corte de Rheinsberg. Una vez convertido Federico en rey (1740), Graun será nombrado kapellmeister y, como tal, recibirá el encargo de componer óperas, ahora en estilo italiano, para el flamante teatro de la corte. El recital que nos ocupa se centra precisamente en esa época, con un programa que incluía oberturas y arias de las óperas Rodelinda, regina de’ Longobardi, la mencionada Cesare e Cleopatra, Adriano in Siria, Demofoonte, Artaserse, Catone in Utica, Alessandro e Poro y Montezuma, todas ellas basadas en libretos de Metastasio, excepto la última, escrita por el propio rey Federico. Estos títulos hicieron de Graun, junto con Hasse, el compositor que mejor representaba en Europa el estilo napolitano en los años 40 y 50, con sus melodías fáciles y atractivas y una escritura virtuosística a mayor gloria de sopranos y castrati.
Por lo tanto, Valer Sabadus se enfrentaba a un reto nada fácil y, a juzgar por su prestación en las arias de la primera parte del recital, totalmente fuera de su alcance. El contratenor mostró graves carencias técnicas, que se ponían especialmente de manifiesto en los pasajes de coloratura, junto a un volumen pequeño, con una emisión delgada, sin cuerpo. Los agudos en los da capo eran muy forzados y terminaban con frecuencia en un pequeño grito. El conjunto polaco {oh!} Orkiestra, grupo colaborador del festival dirigido desde el violín por Martina Pastuszka, mantenía la tensión con un acompañamiento muy entusiasta y una buena ejecución en las oberturas que interpretaron entre las arias, si bien las trompas sonaban destempladas. El resultado general no terminaba de ser convincente.
El panorama mejoró en la segunda parte. Sabadus se entonó, la voz empezó a correr mejor, la afinación era menos errática y, aunque la linea de canto seguía siendo irregular, logró buenos momentos, especialmente en la lánguida “Misero pargoletto” de Demofoonte y terminó con el público enfervorizado con la cavatina “Si per la rea congiura” de Montezuma. Sabadus, que cantó con los decorados del Flavio que se está representando estos días como fondo, respondió al siempre agradecidísimo público alemán con hasta tres propinas: dos meritorias interpretaciones de las maravillosas “Vedrò con mio diletto” de Il Giustino de Vivaldi y “Crude, furie degli orridi abissi” de Serse de Haendel, y la repetición del da capo de “Misero pargoletto”.
Al día siguiente y en la Schlosskirche, apenas a unos metros del Teatro de los Margraves, el también contratenor Reginald Mobley [aquí arriba] cantó un programa en torno a las figuras de Henry Purcell, G.F. Haendel e Ignatius Sancho. Estuvo acompañado para la ocasión por dos excelentes instrumentistas francesas: la violagambista Christine Plubeau y la clavecinista Violaine Cochard.
Mobley es un desconocido para buena parte del público europeo, pues su carrera se ha centrado más en Estados Unidos pero también ha dejado su impronta en el viejo continente, especialmente junto al Coro Monteverdi y John Eliot Gardiner. Yo le recuerdo en una Pasión Según San Mateo junto a estos intérpretes en la Quincena Musical de 2016, emergiendo del coro para cantar “Erbarme dich” y dejándonos a todos boquiabiertos.
En esta ocasión empezó el concierto con un bloque de obras de Henry Purcell, una de sus especialidades. Y es que la música del talentoso compositor británico le va como anillo al dedo a Mobley. Comenzó con “O solitude”, pasando hábilmente del registro de cabeza a la voz de pecho para intensificar algunos pasajes, haciéndolo de forma sorprendentemente natural y sin dar sensación de artificiosidad ninguna. Curiosamente ya no repetiría este recurso en el resto del recital. Siguió un vibrante Crown the altar, haciendo gala de un timbre de gran pureza y un volumen considerable; de hecho es, entre los contratenores que conozco, uno de los que más y mejor proyectan la voz. Completaron este bloque excelentes interpretaciones de “Here the deities appove” y “Tis nature’s voice” –en realidad un aria para tenor–, de sendas odas, Celebrate this festival y Hail! Bright Cecilia, antes de cerrar con otra de las piezas más célebres de Purcell, “Music for a while”. En todos estos números Mobley mostró una sensación de insultante facilidad y una gran expresividad, modulando la voz para conseguir colores muy atractivos. Christine Plubeau y Violaine Cochard prestaron un magnífico acompañamiento, casi siempre en forma de ostinato, manteniendo perfectamente la pulsación, e interpretaron una pieza anónima del Manuscrito Drexel, esa cantera inagotable de piezas para viola da gamba sola transcrita por Plubeau para su instrumento y bajo continuo.
El siguiente segmento estuvo formado por dos cantatas profanas para voz y bajo continuo de la etapa italiana de Haendel: Fra pensieri quel pensiero y Vedendo Amor. Música imbuida por el espíritu de la Accademia dell’Arcadia, con sus pastores que viven amores y desamores en entornos bucólicos, forman parte de ese inmenso corpus de cantatas con destino a los salones de los nobles patronos que acogieron a Haendel en Roma bajo su protección: los cardenales Ottoboni, Pamphili, Colonna y el marqués Ruspoli. Aquí Mobley no brilló tanto, quizás por no sentirse tan cómodo con el idioma -su dicción italiana es mejorable-, aunque fue mejorando conforme se sucedían los recitativos y arias hasta lograr brillar en algunos pasajes, como la segunda aria de Vedendo amor, “Camminando lei pian piano”, con ese inicio que años después le servirá de inspiración a Haendel para el “Va tacito” de Giulio Cesare. Entre ambas cantatas, Violaine Cochard ofreció al clave dos fantásticas interpretaciones del Adagio inicial de la segunda suite de las ocho que componen la colección de 1720 de Haendel y del maravilloso ground de “The mad lover” de John Eccles, que muchos conocerán por la soberbia versión de Thomas Dunford y Théotime Langlois de Swarte.
El último bloque estuvo dedicado a Ignatius Sancho, personaje fascinante donde los haya. Hijo de esclavos, nació en un barco negrero mientras era trasladado de África a América y perdió a sus padres con apenas dos años. Tal y como contó el propio Mobley, su amo lo mandó a Inglaterra a casa de sus hermanas, donde permaneció como esclavo hasta los veinte años. Un benefactor, el conde Montagu, lo liberó y educó, llegándose a convertir Sancho en un hombre culto e ilustrado, lo que le valió ser conocido como “the African man of Letters”. Montagu le dejó una generosa herencia, que le permitió vivir con holgura. Se codeó con lo mejor de la sociedad de su tiempo, carteándose con hombres de la talla de Laurence Stern o Joshua Reynolds y fue retratado por otro gran pintor de su tiempo, Thomas Gainsborough. Sancho –por si alguien se lo está preguntando, ignoro si el delantero del Manchester United Jadon Sancho es descendiente suyo– fue el primer hombre negro en votar en Inglaterra y allí luchó por la abolición de la esclavitud. Como ven, su faceta como músico es una más entre tantas. Nos han llegado varios libros de canciones y danzas compuestos por él. De entre las primeras Mobley seleccionó cuatro para el recital, dos de ellas sobre textos nada menos que de Shakespeare y David Garrick. Su música es amable, sin pretensiones, adoptando en muchos casos la forma de rondó, con clara influencia de la música popular inglesa, irlandesa y escocesa de su tiempo, recordando a las canciones de otros compositores de su tiempo, como el italiano afincado en Escocia Francesco Barsanti. Mobley interpretó esta música de forma expresiva y con sencillez, sin alardes vocales que hubieran estado fuera de lugar. En cualquier caso, a estas alturas Mobley tenía metido al público en el bolsillo y respondió a los calurosos aplausos con dos propinas. La primera, “In my solitude”, standard de Duke Ellington que popularizó Billie Holiday, resultó un tanto insólita en el contexto de la schlosskirche pero por su temática entroncaba con Purcell. De todos modos, la elección no era sorprendente del todo pues Mobley es un artista muy versatil que canta jazz, musicales y otros repertorios fuera del Barroco; lo que era realmente extraordinario era escuchar el acompañamiento en pizzicato de Plubeau a la viola da gamba como si fuera un contrabajo y el clave de Cochard como si se tratara de un piano. Les diré que el resultado fue inesperadamente sensacional. La segunda propina, más ortodoxa, fue An evening hymn de Purcell, con la que se cerró el círculo de un concierto muy disfrutable.
Perfección. Esta es la palabra que mejor resume el concierto que un día después pudimos disfrutar en la Ordenkirche St. Georgen con Véronique Gens y el Ensemble Les Surprises dirigido por Louis-Noël Bestion de Camboulas haciendo el mismo programa que en su magnífico disco Passion, es decir, arias y fragmentos instrumentales de tragedias líricas de Lully y sus contemporáneos e inmediatos sucesores. Pero más que los compositores, las protagonistas de este programa son las sopranos que encarnaron los papeles principales, o más bien habría que decir las actrices, que es el término utilizado en las crónicas de la época para referirse a ellas, en las que leemos que la voz es tan sólo un atributo más entre muchos otros, con lo que podemos deducir que su presencia y aptitudes dramáticas eran tan importantes o más que sus dotes canoras. El tipo de soprano que encarnaba los roles principales de las tragédyes-lyriques era, tal y como explica Benoît Dratwicki, la grand dessus, antecedente de la grand soprano romántica, actrices-cantantes que representaban papeles de diosas, reinas, madres, hechiceras o magas, todas ellas ya de cierta edad (rôles majestueux, rôles de representation y rôles de baguettes). Mujeres que expresaban una amplia gama de emociones y pasiones, de ahí el título del recital y del disco: amor intenso, ira, deseo de venganza, rabia, celos, etc.
En el último cuarto del siglo XVII dos sopranos destacaron sobre las demás interpretando estos papeles. Primero, entre 1675 y 1682, una tal Mlle. Saint-Christophe de la que no sabemos mucho: protagonizó los principales títulos de Lully-Quinault durante esos años cuando ya pasaba de los cincuenta y, una vez que dio por finalizada su carrera, se retiró a un convento donde terminó sus días. Las crónicas la describen poseedora de una bella voz, alta, elegante y capaz de expresar pasiones enfrentadas. Le sucedió Marie Le Rochois, dominadora de la escena parisina entre 1683 y 1698, de quien se destaca su buen gusto para el canto y la declamación; aunque no era muy agraciada, se admiraba su bello gesto y su preciosa voz. Cuando se retiró, se convirtió en maestra de toda una generación de sopranos.
Hoy por hoy no hay nadie que pueda defender estos papeles con la solvencia y la calidad de Véronique Gens. En sus más de treinta y cinco años de carrera, su voz ha evolucionado desde una soprano lírico-ligera hasta una lírica plena, de gran anchura pero manteniendo unos agudos envidiables; sin llegar a serlo, diríamos que su voz apunta a la de una soprano falcon. El instrumento conserva un timbre de gran belleza, una emisión limpia con un vibrato natural, muy controlado. Y su presencia es imponente: muy alta, elegante, es una dignísima sucesora de las Saint-Christophe y Le Rochois. Podríamos decir que es una gran dama del canto si no fuera porque esta expresión, de tan manida, ha perdido parte de su verdadero significado. Difícil destacar algunos momentos del recital porque su prestación fue excelsa en todo momento. Desde la maravillosa “Désirs transports” de Circe de Desmarets, con la que abrió el concierto a ritmo de chacona, hasta “Noires filles du styx” de Médée de Charpentier, con sus audaces disonancias, el recital fue un deleite continuo y una lección de declamación y de cómo se canta esta música prodigiosa, fruto de un dominio técnico y una adecuación estilística que roza la perfección. Es casi inconcebible imaginar una interpretación mejor. El equilibrio que logra Gens entre implicación dramática y elegancia declamatoria y canora en “Toi qui dans ce tombeau” de Atys o en ese prodigio que es “Enfin, il est en ma puissance” de Armide, última y quizás mejor tragedia de Lully, es realmente admirable.
Algunos de los números que cantaba Gens precisaban de la intervención de un coro, que en el concierto estuvo formado por tan sólo cinco miembros pero, eso sí, cinco auténticos solistas de lujo: Cécile Achille y Amandine Trenc (sopranos), Marcio Soares Holanda (haute-contre), François Joron (tenor) y Sebastien Brohier (bajo). Su nivel de implicación y el trabajo previo en los ensayos para adaptarse a las condiciones acústicas de la Ordenkirche St. Georgen -por cierto, magníficas- cambiando su ubicación en la iglesia en cada número, hicieron que sonara como si fueran muchos más y el equilibrio con la soprano y la orquesta fue modélico. A destacar su intervención en alternancia con Gens en “Quel malhereuse mere…” de Proserpine de Lully, en la mencionada “Noires filles du styx” de Médée de Charpentier, el delicado “choeur de sommeil” de La Diane de Fontainebleau de Demarets o en “La mort, la mort barbare…” de Alceste deLully, con un final de un virtuosismo extraordinario y un acompañamiento orquestal electrizante.
Por último, una mención merecidísima a la orquesta y su director, Louis-Noël Bestion de Camboulas, auténtico artífice de que todo funcionara como la seda. Aunque quizás no muy conocido para el gran público, el grupo Les Surprises es hoy por hoy uno de los mejores conjuntos en la interpretación de la música barroca francesa. Su excelente grabación de Issé, pastoral heroica de Destouches, sólo nos hace esperar más registros y tener la oportunidad de verlos en España. Su prestación en el concierto fue deslumbrante, superior a la del disco. Hicieron gala de un sonido muy bien empastado, potente en algunos momentos, de gran lirismo en otros, todas las secciones brillaron, desde la cuerda a cuatro o cinco partes, pasando por los oboes y la flauta hasta la percusión de Manon Duchemann, incansable durante todo el concierto, heredera de la histórica Marie-Ange Petit. Particularmente destacables resultaron la atmósfera que crearon en “Voici le favorable temps…” de Le triomphe de l’amour de Lully, uno de los más bellos nocturnos de la música barroca francesa, o la trepidante “tempestad” de Thétis et Pélée de Collasse. Bestion de Camboulas, dirigiendo desde el clave o el órgano, hizo un gran trabajo para conjuntar todos los elementos en un perfecto equilibrio, con una dirección vigorosa y chispeante. Perfectamente marcados los ritmos con puntillo de las oberturas, destacadas las disonancias, chispeantes y ágiles las danzas, todo rezumaba vitalidad, emoción y buen hacer. La complicidad con Véronique Gens saltaba a la vista y la cantante dejaba ver que se siente muy a gusto con este grupo.
En definitiva, un concierto de esos que se recuerdan durante mucho tiempo para cerrar un fin de semana inolvidable en Bayreuth.
Imanol Temprano Lecuona
(Fotos Bayreuth Baroque/ Clemens Manser & Bayreuth Media)