BAYREUTH / Pablo Heras-Casado y Elina Garanca, nuevas estrellas del universo wagneriano
Festival de Bayreuth. 25 de julio de 2023 / Wagner: Parsifal / Derek Welton (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Georg Zeppenfeld (Gurnemanz), Andreas Schager (Parsifal), Jordan Shanahan (Klingsor), Elīna Garanča (Kundry), Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Pablo Heras-Casado (director musical). Jay Scheib (director de escena).
La inauguración de la temporada de Bayreuth ha servido para consagrar al director musical Pablo Heras-Casado y a la mezzo Elina Garanca como nuevas estrellas del santuario wagneriano. Su presencia en la función inaugural del martes 25 es la referencia más inmediata de una representación que desarmó cualquier expectativa con respecto a la puesta en escena de Jay Scheib que, apoyada en la realidad aumentada, se había convertido en el elemento de referencia de este Parsifal. Lo que comenzó queriendo ser una fiesta visual avanzada por la inclusión de una nueva tecnología capaz de reconfigurar el ‘festival escénico sacro’ wagneriano ha terminado por convertirse en una ceremonia musical que da alas al proyecto de renovación de Katharina Wagner, directora del festival, tan preocupada por diseñar el futuro de este evento, por ahora decididamente inclinado hacia nombres de limitada tradición wagneriana.
El caso de Heras-Casado es paradigmático, pues su historial se consolida con interpretaciones en el Teatro Real de Madrid de El holandés errante y la Tetralogía ofrecida en años sucesivos, al margen de varias en versión de concierto de Parsifal que han servido de entrenamiento previo a las actuaciones en Bayreuth. En todos los casos se hacía evidente algo que aquí ha sido muy palpable: la voluntad por encontrar un espacio personal en el que este repertorio se despoje de una supuesta trascendencia ‘mística’. ‘Tomar distancia es conveniente’ señalaba Thielemann con respecto a la parafernalia sacralizadora de la obra y en ese contexto cabe entender la lectura de Pablo Heras-Casado, dudosa todavía en el primer acto, quizá también por la difícil consolidación de una sonoridad ajustada a las particulares condiciones del Festspielhaus, pero admirable en el tercer acto y muy particularmente en el segundo donde, en esta representación, se alcanzaron cotas históricamente homologables.
Es aquí donde surge Elina Garanca, a cuya Kundry puede rebajársele la condición dramática entendida desde el desagarro enloquecido. No le falta a la mezzo volumen, fuerza, ni capacidad para el rugido, que impulsa con una capacidad expresiva formidable, una línea de canto exquisita y una admirable capacidad para balancearse entre extremos. Kundry es un ser enloquecido y brutal, sometido a reglas musicales de extrema dificultad que Garanca resuelve con pasmosa facilidad, dando la réplica al no menos enajenado protagonista, aquí interpretado por Andreas Schager, una vez caído del cartel el tenor maltés Joseph Calleja. En este caso el mérito está en la fuerza, en la entrega y la afirmación de una vocalidad que antepone la intención a la estricta calidad de la interpretación. Ambos dibujaron un dúo entre titanes poco después de Jordan Shangan demostrara que era capaz de dibujar a Klingsor con verdadero arrebato y volumen.
Parsifal se ha enunciado a través de un reparto importante. Derek Welton encontrando la profundidad sufriente de Amfortas; Tobias Keherer la gravedad de Titurel; George Zeppenfeld, entre los grandes aplaudidos de esta representación, demostrando nobleza e hieratismo en su Gurnemanz. La extraordinaria actuación del coro vino a demostrar todo lo que de experiencia acústico-estética puede tener esta obra en Bayreuth, lo que reitera el valor de lo hecho por Heras-Casado, segundo español que sube al podio de Bayreuth tras la poco valorada actuación de Plácido Domingo en 2018, quien dirigió varias funciones de La valquiria que añaden muy poco a un historial wagneriano cuya brillantez se había consolidado como cantante tras el debut en el papel protagonista de Parsifal en 1992. Por alguna razón, son escasos los españoles que han defendido la causa wagneriana en Bayreuth, desde Victoria de los Ángeles (histórica Elisabeth en 1961 y 1962) a Jorge Rodríguez-Norton que ya se ha hecho habitual en papales secundarios y también está presente en este Parsifal. El mérito de Heras-Casado es, por tanto, un hecho excepcional cargado de distinción.
La cuestión es que en el templo wagneriano se vuelve siempre al símbolo como relicario de una tradición cuya fiabilidad no le exime de fanatismo, particularmente en Parsifal. De ahí la curiosidad por descubrir el invento de la realidad aumentada aplicado a la puesta en escena. La llegada de la tecnología asumía cierta controversia debido a que poco más de trescientos espectadores de los casi dos millares que completan el aforo pudieron colocarse las gafas inmersivas. Ante estos quedó el escenario real dibujado por Scheib, triste, desangelado, aburrido en el primer acto; convertido en una exuberante y naif disposición colorista en el segundo y elevado a la condición de alegato ecologista en el tercero en la que se niega cualquier bienaventuranza en favor de la tristeza inmisericorde de un espacio ruinoso, quizá una mina de litio o cobalto abandonada como representación (he aquí la paradoja) de los peligros inmediatos que las nuevas tecnologías, tan necesitadas de estos materiales, causan en el mundo.
A todo ello se superpone la falsa realidad que a través de las gafas componen un rosario de objetos flotantes que incluye insectos, piedras y luces galácticas en el primer acto; calaveras y plantas exuberantes en el segundo; residuos plásticos en un fondo marino para el tercero. Cuando se dice que Wagner pudo imaginar el teatro del futuro pero que no tuvo tiempo de desarrollarlo conviene mirar a la boca del Festspielhaus, cuadrada, antigua y hoy claramente trasnochada. Añadirle la posibilidad de otra realidad que se presenta en un plano panorámico resulta una experiencia contradictoria que acaba por desfallecer en el momento en el que se descubre que el nuevo universo vive en paralelo a la realidad escénica y que, por alguna razón, se niega a potenciar esos instantes cargados de ritualidad que convierten a Parsifal en una ceremonia.
A Jay Scheib, profesor del Massachusetts Institute of Technology, le sobran medios y le falta intuición teatral, lo que provoca que sobre el escenario se genere una torpe dirección de actores y falta de picardía para resolver el misterio de cuadros cuya dialéctica religiosa, al margen de revelar el principio sincrético de la obra, otorgan a la obra una dimensión representativa fascinante. Scheib ha resuelto sin demasiado engrase la reunión de medios tan distintos como la realidad teatral (obligada aquí a satisfacer a quienes no disponían de gafas) y la fantasía virtual (dedicada a los que han podido disfrutar de la experiencia), aun siendo ambos ejemplos conspicuos de una misma condición en referencia a la reconstrucción de la falsa realidad de ese universo arrebatador y subyugante que es lo wagneriano. En él entran ahora Elina Garanca y Pablo Heras-Casado como nuevos guardianes del Grial. En el segundo caso dejando un poso de orgullo y emoción que puede muy bien ilustrarse recordando el momento en el que al acabar la representación el director apareció en el escenario, solo, desarbolado y sorprendido, mientras todo Bayreuth se convertía en una unánime aclamación.
Manuel Nogales
(fotos: Bayreuther Festspiele/Enrico Nawrath)