BAYREUTH / Jeanine De Bique prosigue con su irrefrenable ascensión al Olimpo
Bayreuth. Ordenkirche St. Georgen. 8-IX-2022. Ars Antiqua Austria. Director: Gunar Leztbor. Obras de Aufschnaiter. • Markgräfliches Opernhaus. 8-IX-2022. Jeanine De Bique, soprano. Concerto Köln. Concertino: Yves Ytier. Obras de Haendel, C.H. Graun, Vinci, Telemann y R. Broschi.
El Festival de Ópera Barroca de Bayreuth ha conseguido, aunque sea de forma circunstancial, la increíble paradoja de que en la ciudad más wagneriana del mundo no se hable de Wagner sino de Vinci, de Haendel, de Graun o de un tal Aufschnaiter, artífice indirecto de otra paradoja: que su música —la de un católico— haya sonado en una iglesia protestante de esta ciudad, capital de la Alta Franconia. Alguno pensará que es una estupidez (que lo es) que la música de un católico no pueda sonar en un templo protestante, pero tampoco han pasado tantos años desde que en España algunos curas se opusieran, por ejemplo, a que en sus parroquias sonara la música de ese hereje protestante llamado Johann Sebastian Bach. Casi es comprensible aquella cerrazón, heredada del nacionalcatolicismo franquista; en Alemania, en cambio, desde hace siglos no les han quedado más remedio a católicos y protestantes que aprender a convivir en paz e, incluso, en armonía.
El austriaco Benedikt Anton Aufschnaiter (1665-1742) fue, musicalmente hablando, un clon de Biber, nacido veinte años antes que él. Su música es absolutamente biberiana, y por eso sorprendió tanto cuando el violinista Gunar Letzbor publicó en el sello discográfico Arcana, en 2003, las ocho sonatas de su Op. 4, titulada Dulcis Fidium Harmonia. Lo curioso del caso es que Aufschnaiter, que fue designado por el cardenal príncipe-obispo Johann Philipp Graf Lamberg para suceder al difunto Kapellmeister Georg Muffat en la corte de Passau, había trabajado antes en Ratisbona (no muy lejos de Bayreuth), justo en los años en los que se empezó a construir la Ordenkirche St. Georgen, la iglesia evangélica luterana en la que ayer sonó su música (nota: el dato no es mío, me lo apunta amablemente Max Emanuel Cenčić, director artístico del Festival de Ópera Barroca de Bayreuth).
Ha sido precisamente Letzbor el que nos ha vuelto a acercar a la magnífica música de Aufschnaiter, con las sonatas nº I, III, IV, VI y VIII de la Dulcis Fidium Harmonia, dedicadas respectivamente a San Gregorio, San Agustín, San Jerónimo, San Marcos y San Juan. Salvo la tercera, las otras están estructuradas en dos partias, con una alternancia invariable de movimientos lentos y rápidos. Además de Letzbor, integraban Ars Antiqua Austria en esta ocasión la también violinista Barbara Konrad, el violista Markus Miesenberger, la violonchelista Claire Pottinger, el organista Sergej Tcherepanov y el veterano tiorbista Hubert Hoffmann, que estuvo realmente espléndido. Letzborg conoce mejor que nadie este repertorio violinístico de la Austria barroca y deleitó, al tiempo que se deleitó, con estas hermosísimas sonatas.
El festival pasó de lo sacro a lo profano en cuestión de horas. La velada vespertina presagiaba grandes emociones. Y no defraudó. La soprano caribe (lo siento, me resisto a emplear el adjetivo ‘caribeño’, por mucho que la RAE haya acabado claudicando y adjetivizando lo que ya era un adjetivo; espero que nunca adjetivice los adjetivos ‘mediterráneo’, ‘pacífico’ o ‘báltico’) Jeanine De Bique es una de las grandes sensaciones de la actual escena lírica, justo desde que se dio a conocer en 2018 con una memorable Alcina haendeliana dirigida en Lille por Emmanuelle Haïm (en la que también estaban Jakub Jozef Orlinski o Tim Mead). Su reciente grabación para el sello Berlin Classics de un recital de arias barrocas, titulado Mirrors, junto a Concerto Köln, ha recibido todo tipo de elogios y galardones (merecidísimos, por otro lado).
El recital de De Bique en la Markgräfliches Opernhaus, siempre con Concerto Köln, se basaba en buena medida en la mencionada grabación, con preferencia por Haendel y Graun (Carl Heinrich, pues su hermano Johann Gottlieb se dedicó más a la música de cámara). Muy acertadamente, De Bique huyo del artificio y buscó lo profundo. Es decir, apenas recurrió esas arias agitadas de óperas que hacen las delicias de todos los melómanos, y optó por las arias de sentimiento, que duplicaron en número a las otras. Arias de las Rodelindas de los dos compositores ya mencionados y de la Agrippina haendeliana, pero también del Germanicus de Telemann (la bellísima Rimembranza cruel), uno de los títulos del compositor de Magdeburgo que sonaron en este mismo teatro en tiempos de su impulsora, la margravina Guillermina de Prusia (hermana de Federico el Grande).
De Bique se metió al público en el bolsillo desde el primer momento. Su voz oscura y profunda (no hay, de entre las sopranos que se dedican a cantar ópera barroca, ninguna voz que se le parezca ni por asomo) es cautivadora. El gusto con el que canta rezuma exquisitez. Su gestualidad apabulla. Y por si alguien quedaba aún por conquistar, De Bique concluyó su portentosa actuación con la estrepitosa aria Tra le procelle assorto, de Cesare e Cleopatra, obra de Graun con la que se estrenó el Teatro de la Ópera de Berlín en 1742. La alborozada concurrencia agradeció infinitamente que De Bique la ofreciera también luego como bis final.
Es una lástima que Concerto Köln, dirigida esta vez Yves Ytier, siga sonando igual de plana que siempre. Los pasajes orquestales entreverados en el programa, con pasajes de las óperas haendelianas Partenope y Rodrigo, estuvieron repletos de insustancialidad. No quiero ni pensar lo mucho que ganaría De Bique con alguna de esas orquestas historicistas franceses, italianas o, incluso, españolas cuyos nombres todos tenemos en mente. En fin, fue un pequeño lunar en el segundo día del Festival de Bayreuth, que sigue dando pasos agigantados para convertirse en la gran cita mundial de los barrocófilos cada temporada.
(Foto: Bayreuth.media)
Eduardo Torrico