BASILEA / Concerto en B…

Basel. Martinskirche. 23.I.2020. Kammerorchester Basel. Sol Gabetta, violonchelo. Sylvain Cambreling, director. Obras de I. Stravinsky, W. Rihm y F. Mendelssohn-Barthóldy.
… B de Gabetta y Cambreling, por supuesto. Y, aun más, de la orquesta de cámara de Basilea, que, como buena parte del resto de formaciones sinfónicas de la ciudad, afrontaba con este concierto una de sus últimas actuaciones en el “exilio”, en tanto concluyen las obras de remodelación emprendidas en 2016 por el estudio Herzog&de Meuron en su sede habitual, el Stadtcasino, a siete meses de su ansiada reapertura.
Sirva este preámbulo para explicar, de una parte, la total ocupación del limitado aforo de la Martinskirche (incapaz de asumir con suficiencia la demanda habitual de localidades) y, de otra, las perfectibles condiciones acústicas del templo, que se dejaron notar, por ejemplo, en la escasa presencia del registro grave en la versión de la obra que inauguró la velada: el Concerto in Re, de Stravinsky, obra ligada a la ciudad del Rhin, como encargo de Paul Sacher para su orquesta, antecesora espiritual de la que regía en esta ocasión Cambreling. Con gesto seco y preciso, el director francés brindó de él una ejecución vitalista y de timbres mates, con articulación ligera en el primer movimiento y vertiginoso tempo en el rondó conclusivo, tras obtener un difícil equilibrio entre ironía y contenida expresividad en el “arioso” central.
Plato fuerte de la cita era el estreno en Basel –tras el absoluto en Ginebra tres días antes y como parte de una gira suiza, extendida a Grenoble y Freiburg– de Concerto en Sol, concebido por el más que prolífico Wolfgang Rihm ad maiorem gloriam de una Sol Gabetta espléndida, en su continuada prestación solista y en sendas exigentes cadenze. Concebida en un solo trazo y con marcado carácter episódico, la nueva composición del autor de Karlsruhe reincide en el tono crepuscular de sus últimos años, ya desde el diálogo inicial entre violonchelo y trompa, y en el claroscuro armónico ‘bergiano’ de los pasajes lentos y cantabile, para configurar un discurso de tenso dramatismo, aligerado por la discreción del acompañamiento orquestal y por la vivacidad de las transiciones scherzantes, como la que conduce al cierre ambiguo y anhelante de la obra.
Ocupó toda la segunda parte la Sinfonía n. 3 ‘Escocesa’, de Mendelssohn, servida con metales naturales –con explicable desfallecimiento en el “Adagio”– y timbales históricos; en ella, Cambreling no olvidó su dedicación al repertorio romántico para firmar una interpretación fluida y detallada, de cuidado diseño en la introducción y notable control de los tutti en el primer movimiento. Con extrema claridad de dicción, los tiempos centrales, apoyados en una cuerda compacta, mostraron un cierto distanciamiento emocional, que se desbordó, gracias en parte a una elección de tempo moderada, en el “Allegro vivacissimo” final, donde el viento madera brilló por su capacidad de empaste; la contundencia de la coda ‘maestosa’ desató una reacción del auditorio lo suficientemente generosa como para despedirlo, en una noche especialmente invernal, con un bis que trajo calor rítmico estival: el scherzo del también mendelssohniano Ein Sommernachtstraum, preludio de venideros sueños veraniegos en el renovado Stadtcasino…