BARCELONA / Y con Montsalvatge llegó lo mejor
Barcelona. Palau de la Música. 1-VI-2022. Marta Mathéu, soprano. Francisco Poyato, piano. Obras de Schumann, Toldrà y Montsalvatge.
Dentro de las muchas particularidades del canto de la soprano Marta Mathéu, debemos entresacar su versatilidad para amoldarse a diversidad de estilos con una personalidad interpretativa innegable que le ha acarreado infinidad de éxitos en su trayectoria. Siguiendo un paso firme, nunca ha cerrado ninguna puerta a géneros como el operístico, liderístico u oratorio, marcándose retos tan comprometidos como el que deberá afrontar el próximo julio en el Liceu —teatro en el que debutaba poco tiempo atrás con la Berta del Barbiere— cantando el rol de Norma.
Ahora, en la sala del Petit Palau, la soprano catalana presentaba, acompañada al piano por un excelente Francisco Poyato, una selección de lieder del Myrten de Schumann, junto a canciones de Toldrà y las siempre excepcionales Cinco canciones negras de Montsalvatge, de las que tantos recuerdos imborrables dejaron las interpretaciones de Caballé, Victoria de los Ángeles o, por supuesto, la sugerente versión en la voz de Teresa Berganza. Y en la noche del miércoles sobresalió muy por encima de todo su versión de este ciclo de Montsalvatge. La voz de Mathéu se sumergió en el ‘antillismo’, en lo mordaz, en el pesar subyacente tras la pérdida —en palabras de Alberti— de la Perla azul del mar de las Antillas, en la plasticidad y delicadeza, en el ritmo vivaz del Canto negro o en la placidez del Punto de habanera sobre el poema de Nestor Luján. Era una Mathéu que había profundizado en el sentir de cada verso, que moldeaba la voz con sugerencia, con encanto, para dejarnos una versión de muchos quilates con un colorismo muy parejo al de la versión de María Bayo.
Esta interpretación emergió tras una versión de una selección de los deliciosos Myrthen de Schumann que recaló en sus aspectos más introspectivos. La voz de la soprano no fluyó a lo largo de la tesitura con plena naturalidad —en especial en el registro bajo— con una proyección excesivamente pálida por la que se disipaban matices relevantes para ahondar en la plenitud de la música de este ciclo. Afloraron momentos bellísimos como el siempre sensacional Widmung o Die Lotosblume en el que las palabras de Rückert y Heine respectivamente y la música de Schumann surgían bajo una musicalidad en el canto de muchos quilates.
Afrontó el lied catalán de Toldrà con la naturalidad que debe prevalecer en el melancólico Maig y supo acomodar la plasticidad de su voz en la canción de amor Camins de fada. La raíz popular, el sentido ‘noucentista’, el refinamiento de unas melodías bellísimas como Abril —a la que faltó una mayor claridad de dicción— o Festeig rubricaron una buena actuación de Mathéu con un Francisco Poyato impecable a lo largo de todo el recital. Música de Toldrà y la repetición de Canto negro pusieron punto final a este concierto con una Mathéu que tiene su punto de mira dirigido a un tour de force como será la Norma prevista para el mes de julio en el Liceu.
Lluís Trullén