BARCELONA / Varvara: cálculo de riesgos

Barcelona. L’Auditori. 3-XII-2019. Temporada de Ibercamara. Varvara, piano. Obras de Beethoven y Liszt.
Dos sonatas de Beethoven, la op. 27, “Claro de luna”, nada menos, y la op. 81, “Los adioses”; y, en la segunda parte, la gran Sonata en Si menor de Liszt. En un aparente cálculo de riesgos, estos se dan sobre todo en la interpretación de la monumental y dificilísima sonata de Liszt. En ese mismo cálculo la sonata Claro de luna de Beethoven no sería un problema. Su primer y segundo movimientos son ‘fáciles’ y el tercero no presenta dificultades para un buen pianista. Y la pianista rusa Varvara es mucho más que eso. Pero las cosas, si se las mira con detención no son así. Hemos oído decenas de veces la Claro de luna, tenemos una cierta representación mental de cómo debe ‘sonar’, en parte por las veces, no pocas, que la hemos oído a grandes maestros. Cuando la versión que escuchamos se desvía de esa preconcepción, quedamos un poco decepcionados, salvo que su novedad nos cautive con una fuerza semejante o mayor que la que ejerce lo que he llamado representación mental. Bien, no fue ese el caso del Beethoven de Varvara. No le faltó, por supuesto, bondad técnica, ni elegancia, ni fina gradación de sonoridad; pero le faltó profundidad conceptual. Ese es el riesgo mayor de programar la Claro de luna, su aparente facilidad se convierte en una dificultad. Varvara es una grandísima pianista, pero su Beethoven no convenció. O, al menos, no convenció del todo.
La parte del león fue, entonces, la sonata de Lizt. Y aquí la pianista estuvo en su mejor terreno. Las casi insuperables dificultades técnicas de su ejecución, sus exigencias virtuosísticas no fueron un problema para Varvara, pero también en el terreno de la concepción intelectual de la obra estuvo muy satisfactoria, supo dar con la sonoridad adecuada en lugares tan diversos de la compleja obra como los que van del intimismo lírico o casi impresionista a la potencia casi sinfónica y deslumbrante. No cabe duda de que nos dio una sucesión de grandes momentos, casi irreprochables cada uno de ellos en su ejecución, pero quizá faltó un punto de continuidad: la sonata de Liszt es también una narración y quizá en la versión de Varvara la sucesión de aciertos no estuvo lo suficientemente trabada como para dar completa razón de la nada superficial coherencia de la obra.