BARCELONA / Una gran Kundry en un buen Parsifal

Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 25-V-2023. Nikolai Schukoff, Elena Pankratova, René Pape, Matthias Goerne, Evgeny Nikitin, Paata Burchuladze. Orquesta y Coro del Liceu. Dirección: Josep Pons. Director de escena: Claus Guth. Wagner: Parsifal.
Se esperaba mucho más del regreso de Parsifal a la cartelera liceísta, en el mismo montaje, firmado escénicamente por Claus Guth que el coliseo de la Rambla estrenó en 2011. Las expectativas eran muy altas, tanto por la calidad de las voces reunidas como por la probada solvencia de Josep Pons como director wagneriano y el buen momento que atraviesa la orquesta del Liceu. Pero, al menos en la función del estreno, no se consiguió dar el paso que convierte a una buena función en una velada excepcional. Todo funcionaba razonablemente bien, pero la emoción no acababa de prender en el escenario. Al final, quedó la satisfacción de haber asistido a una buena función de Parsifal, lo que no es poco.
Dada la tradición wagneriana de la casa y la grandeza de la última ópera de Richard Wagner, lo primero que cuesta entender es la cantidad de butacas vacías, y eso que solo se han programado seis funciones hasta el 7 de junio. Si añadimos una significativa fuga de espectadores tras el segundo acto, habrá que ir poniendo en tela de juicio la vigencia de la pasión wagneriana en el coliseo barcelonés.
Del montaje de Claus Guth –con Aglaja Nicolet como responsable de la reposición–, basta decir que mantiene intacta su turbadora capacidad de situar al espectador frente al espejo de su propia lectura de este festival escénico sagrado, tan rico en símbolos, creencias y referencias religiosas y políticas. Guth pone su inquietante mirada en esa vieja Europa en descomposición que Thomas Mann retrata en La montaña mágica, y sitúa la trama en un sanatorio en el que se quiebran los cimientos de la fe y los anhelos de redención. La soberbia escenografía giratoria de. Christian Schmidt, iluminada con extraordinarios matices por Jürgen Hoffman, y las videoproyecciones de Andi A. Müller mantienen su fuerza teatral, al igual que los mil detalles de la cuidadísima dirección de actores y el tour de force del bailarín Joaquím Fernández. Lástima que el desgaste de los elementos giratorios de esta coproducción de la Ópera de Zúrich y el Liceu provoque excesivo ruido en escena, especialmente molestos cuando se trata de música tan bella y conmovedora.
En el primer acto, Josep Pons tardó en fijar el rumbo; tras algunos errores en los metales y un irregular sentido narrativo, el sonido orquestal fue ganando calidez y el nivel de calidad fue sumando enteros. En el segundo acto, el drama wagneriano cobró una vida musical y teatral mucho más intensa, con detalles apasionantes en el color orquestal y los acentos dramáticos. Pons opta por un Wagner muy transparente, equilibrado y ágil en los tempi, y con detalles camerísticos de gran finura, pero en la representación faltó ese punto de grandeza y fuerza espiritual capaz de conmover al espectador en sus escenas más memorables.
La soprano Elena Pankratova se apuntó la mejor actuación de la velada con una Kundry de voz poderosa, atractivos colores y temperamento dramático. En el muy digno Parsifal del tenor Nikolai Schukoff hay que aplaudir la entrega y la solvencia técnica, pero la voz no es especialmente bella y se echa en falta mayor brillo lírico. El bajo René Pape convenció con un notable Gurnemanz, más por dominio del estilo y fraseo incisivo que por riqueza expresiva; en algunas escenas faltaba algo más de expresividad y convicción teatral.
Quizá no se encontraba en plena forma –aunque nada se anunció al inicio de la función–, pero el barítono Matthias Goerne no acabó de encontrar el camino vocal y expresivo para dar plena vida a Amfortas. Correcto Klingsor a cargo del bajo-barítono Evgeny Nikitin, un punto estridente, y muy decepcionante, por el desgaste vocal, el Titurel del otrora impactante bajo Paata Burchuldadze. A destacar el buen nivel en los escuderos –brilló especialmente el tenor Facundo Muñoz– y, a pesar de algunas estridencias, en las muchachas-flor. El coro del Liceu, reforzado por voces de la Coral Cármina, y el Coro Infantil Amics de la Unió realizaron una buena labor, pero las carencias en la sección femenina del coro liceísta siguen siendo muy evidentes.
Javier Pérez Senz
(foto: A. Bofill)