BARCELONA / Ruth Reinhardt y Alexandra Conunova brillan con la OBC

Barcelona. L’Auditori. 26-XI-2021. Alexandra Conunova, violín. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC). Directora: Ruth Reinhardt. Obras de Janácek, Brahms y Dvorák.
La directora alemana Ruth Reinhardt, junto a la violinista moldava Alexandra Conunova (que actuó en sustitución de la anunciada Patricia Kopatchinskaja), fueron las dos estrellas invitadas por la OBC en programa dedicado a Janácek, Brahms y Dvorák, en un Auditori que presentó en esta ocasión una muy buena entrada. En dicho programa figuraba el Concierto para violín en Re Mayor de Brahms, acompañado por una sinfonía bellísima aunque demasiado infrecuente en nuestros escenarios, como la séptima de Dvorák. El interés evidente de ambas obras se veía incrementado por el talento que a priori debían derrochar estas dos artistas, cuyas carreras atesoran notorios reconocimientos.
El concierto se abrió con Jealousy de Leos Janácek, página orquestal que debió de ser utilizada como obertura de su ópera Jenufa. Su orquestación, repleta de claroscuros (desde las atmósferas luminosas a los sombríos episodios que transmiten una dramática fatalidad), proporciona un juego de texturas elocuentes en las que Reinhardt supo inmiscuirse y desplegar sus dotes de directora elegante, versátil y comprometida con la búsqueda de colores expresivos, matizados con esmero por la orquesta.
Reinhardt nos siguió seduciendo con su pasional propuesta de la Sinfonía nº 7 de Dvorák. La austeridad y circunspección que surge de las cuerdas graves de la orquesta en el primer motivo del Allegro maestoso, el lirismo de las frases reservadas a flautas y clarinetes, los motivos brahmsianos de los que Dvorák parecía no poder desprenderse, y la grandeza y solemne orquestación del último apartado previo a la recapitulación del tema inicial, propician un sugerente material musical que motivó la entente entre una entregada Reinhardt y una inspirada OBC. La directora alemana sacó el máximo partido de los pasajes más rotundos y majestuosos (frases del Scherzo que exhalan a gran velocidad el melodismo checo inherente a Dvorák) o el modulante Allegro final, cuyas atmósferas por momentos dramáticas, por momentos exultantes de entusiasmo, conducen a un final radiante en modo mayor, Fue una Séptima más elocuente que reservada, más pasional que reflexiva.
Previamente, la violinista Alexandra Conunova abordó una de las obras más señeras del repertorio, como es el Concierto para violín de Brahms. Dos aspectos juegan a favor de esta gran violinista: por un lado, su técnica depurada, que ha sido reconocida en numerosos concursos internacionales desde que en 2012 se proclamara vencedora del Joseph Joachim de Hannover; por otro, la sonoridad cálida que extrae de su violín. Conunova planteó un Brahms que respiraba serenidad, nunca desbordante ni artificioso de líneas. El fraseo elegante, el cuidadoso movimiento del archetto, la plasticidad que en todo momento otorga a sus líneas melódicas nunca rígidas en concepción, contribuyeron a que su Brahms técnicamente infalible poseyera una calidez sonora de muchos quilates. La violinista moldava no peca ni de excesiva elocuencia ni de un desbocado juego de contrastes dinámicos ni expresivos que puedan truncar la desbordante musicalidad romántica que emana del concierto. Buscó el diálogo orquestal, ensamblarse con una OBC que estuvo muy bien conducida por Reinhardt, y así poder disfrutar al máxime de la constante intensidad musical de esta joya concertante.
Grandes aplausos para, fuera de programa, ofrecernos la que en su primer motivo podía parecer el Preludio de la Partita nº 3 en Mi mayor para violín solo de Bach, pero que no deja de ser el tema inicial del primer movimiento (Obsesión) de la Sonata para violín nº 2 “Jacques Thibaud” de Ysaÿe. Conunova resaltó con acierto la constante citación del motivo Dies Irae dentro de un mar de elementos virtuosísticos que surgen de esta exigente partitura.
Lluís Trullén