BARCELONA / Pires encuentra la esencia de Mozart
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 22-XII-2020. Maria João Pires, piano. Orquesta Sinfónica Camera Musicae. Director: Tomàs Grau. Obras de Mozart
La interpretación por Maria João Pires de la parte solista del Concierto para piano y orquesta nº 20 en Re menor KV 466 de Mozart confirmó, una vez más, que en la pianista lusa se dan las cualidades que la hacen, de entrada, una gran artista, una gran música, una eximia pianista y, esto es lo más importante en este caso, una de las más grandes intérpretes mozartianas –y no solo mozartianas– de la actualidad. Lo es desde hace mucho, pero que mucho tiempo.
Tomemos algunos ejemplos de ello: su entrada en el primer movimiento del concierto. O la sobria elegancia en la exposición del sencillo motivo nuevo, no presente en la anterior introducción orquestal. O, a partir de aquí, la claridad, discretamente teñida a veces de un tono dramático. O el refinamiento en el diálogo con la orquesta, especialmente con los vientos, tan brillantemente utilizados por Mozart en esta partitura sinfónica –el recuerdo de las óperas del compositor no es gratuito–. Podría decirse que Pires cantó con el piano. Al lado de esto, qué densidad, y qué fuerza en los robustos graves, por ejemplo, en la virtuosa cadenza que Beethoven escribió para este movimiento. Junto a ella brilló la orquesta Camera Musicae, bien dirigida por su titular, Tomàs Grau, que se mostró como un concertador adecuado, cerrando el movimiento cerrar con un tutti casi amenazante.
Nada más contrastado con lo que acabábamos de escuchar que el tiempo lento, Romance, término inusitado en Mozart hasta ese momento. Pires expuso el tema (esa “melodía soñadora suspendida fuera del tiempo”, como decía Michel Parouty) con una gracia tersa y lo entregó a la orquesta, que lo repitió con igual sencillez. De nuevo concertó la solista con el cuarteto de cuerdas, discreto acompañante de las modulaciones exquisitas de la pianista. Volvieron para el último tiempo, el Rondó (Allegro assai), orquesta y solista decididamente al Re menor inicial. Y ahora… ¡con qué autoridad expuso Pires el tema inicial y con qué refinamiento jugó con la orquesta, con los vientos, especialmente la flauta y el fagot! De nuevo Pires resolvió la cadencia con dosis iguales de virtuosismo, musicalidad y conocimiento del estilo, antes de que la orquesta se lanzara al brillante final, punteado con humorísticas llamadas de las trompetas sobre el juego de las maderas con el piano.
Fiel a su estilo completamente opuesto a todo divismo, Pires concedió un bis al público, entregado a aplausos interminables. Pero no un bis en solo, sino concertando con los músicos, con la orquesta: el famosísimo Andante (estoy por decir que famoso casi por desgracia, habida cuenta del saqueo al que ha sido sometido por parte de varios cineastas) del Concierto nº 21 en Do mayor KV 467, bellísimo y depurado de toda ñoñez. Pires encuentra sin dificultad la esencia de Mozart, y la transmite.
La velada se cerró con una enérgica versión de la Sinfonía “Júpiter”. Grau buscó en la batuta un equilibrio entre los temas masculino y femenino, cuya oposición caracteriza al movimiento inicial. En este y, sobre todo, en el movimiento final, en pasajes orquestales de una fuerza dada más que por la brillante orquestación por el rigor en que Mozart trata en fugato la forma sonata, Grau cayó momentáneamente –secundado por un más que resuelto timbal- en el exceso. Pero la versión de la sinfonía fue en general satisfactoria conclusión de una gran velada mozartiana.
José Luis Vidal