BARCELONA / “Oh¡pera”, desiguales apuestas creativas en el Liceu
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 05-VII-2023. “Oh¡pera”. Obras de Carlos de Castellarnau, Andreu Gallén, Marian Márquez, Itziar Viloria.
Por segundo año consecutivo, el Gran Teatre del Liceu ha llevado a cabo el estreno de cuatro “micro óperas”, fruto del trabajo multidisciplinar de jóvenes creadores del momento. Equipos creativos procedentes de cinco de la veintena de escuelas de diseño que hay en Barcelona, jóvenes compositores vinculados a la ciudad, libretistas, escenógrafos, diseñadores noveles… que, bajo la tutela del furero Àlex Ollé, artista residente del Liceu y mentor de este proyecto, han visto como sus propuestas se hacían realidad. Cuatro óperas de veinticinco minutos cada una, representadas en una sola sesión en distintos espacios del Liceu (foyer, salón de los espejos, el llamado teatrino del Conservatorio y box cercano al escenario) y que, como condición previa, debían contar con un máximo de seis artistas entre cantantes e instrumentistas. Jóvenes cantantes acompañados por eclécticas formaciones de cámara, procedentes del Conservatorio del Liceu, para una apuesta que tendrá continuidad la próxima temporada con la programación de tres nuevos encargos.
Programación ecléctica con resultados desiguales tanto en lo creativo como en lo musical, que se abrió en el Foyer del teatro con la ópera Nala, compuesta por Andreu Gallén bajo la dirección escénica de Israel Solà y con libreto de Jordi Prat i Coll [arriba, un momento de la representación]. Las voces de Cristófol Romaguera y Josep Rovira dieron vida a una ópera definida días antes por el propio Solà como “una historia de tremendismo rural gay”. Un argumento con el trasfondo de la incapacidad de amar cuando existe la problemática de la adicción, amparado por una música que no escapaba de patrones clásicos en la construcción del tratamiento melódico y rítmico. Fue el debut operístico de Andreu Gallén, autor de musicales como Maremar y L’alegria que passa, con el buen trabajo de unos cantantes que abordaron con solvencia un texto dramático impulsivo.
Resultó más atrevida la segunda propuesta, Hi ha monstres que viuen per la seva curiositat [Hay monstruos que viven por su curiosidad], obra de Carlos de Castellarnau con dirección musical de Lorenzo Ferrándiz , dirección de escena de Cristina Cubells, también libretista junto a Mervat Alramli y la participación de ESDI, Escuela Superior de Diseño. El Salón de los Espejos del Liceu se transformó en un ring de boxeo para dar vida a un texto Baudelaire que describe un sueño repleto de momentos surrealistas y crudos, cuyo entorno es una casa de prostitución. Narración a cargo del actor Màrius Hernández, en el papel de un locutor de radio, participación del bailarín Aleix Lladó y la contundente voz del barítono Pau Camero para dar vida a una intensa dramaturgia reforzada por una música vanguardista, ácida, punzante servida por acordeón, clarinete, saxo, contrabajo y electrónica. Efectista en lo visual, cruenta y sórdida en lo argumental, es una ópera con un sugestivo tratamiento armónico plenamente contemporáneo como complemento a un canto atonal.
Acto seguido, y con el público adentrándonos en las entrañas del Liceu, nos dirigimos hacia el Teatrino, aquella sala de madera del Conservatorio donde sus aulas y escenario trajeron a más de uno recuerdos de la infancia. Ahora quedaba convertido en un espacio oscuro para albergar una ópera con la temática de la muerte digna como trasfondo. Una mujer mayor, encarnada por Anna Tobella, cuidada por su androide, Alba Valdivieso, quiere dejar de vivir. La dependencia tecnológica, el miedo a la soledad, sirven como pretexto para hilvanar un libreto el que se entrecruzan la realidad y la ciencia ficción. Esta tercera ópera, Filles del món [Hijas del mundo], está compuesta por Marian Márquez, con libreto de Ariadna Pastor, dirección escénica de Bárbara Mestanza y musical de Irene Delgado, y cuenta con la participación de LCI, Escuela Superior de Diseño. La experimentada voz de Anna Tobella y el sugestivo canto de la soprano Alba Valdivieso, junto al acompañamiento de violonchelo, violín, clarinete y piano, se unificaron para hilvanar una música repleta de complejidades tonales, ácida, con momentos de bella factura melódica pero siempre fiel a un lenguaje vanguardista y atrevido en lo tonal. Espacio oscuro, uso de elementos audiovisuales, vestuario transgresor, cuidado trabajo de iluminación, recrearon la atmósfera propicia para la que se convirtió en la apuesta más interesante de la noche en su conjunto.
Después de leerse un comunicado contra la censura y en defensa de la libertad de expresión y la democracia, la última parada del trayecto fue en el box cercano al escenario del teatro para asistir a la representación de In the beginning everything was White que, como explicaron días antes sus autores Itziar Viloria, Alex Tentor y Jordi Oriol, plantea de qué modo los límites más extremos pueden finalmente converger. Es un espectáculo que trasciende lo que es una ópera, con la soprano Adriana Aranda como protagonista, acompañada por percusión, guitarra eléctrica y electrónica en vivo. Fuerte carga de decibelios (se repartieron incluso tapones para los oídos para seguir la representación) en una propuesta escenográfica del IED que no escapaba de la estética de la Fura dels Baus. Una caja escénica plastificada separaba el público de los tres intérpretes para servirnos una propuesta atractiva por su vanguardismo, que rompía barreras operísticas preestablecidas y cuyo encaje resultaría incluso más propio en el festival Sónar.
Cuatro propuestas eclécticas para dar oportunidad a las nuevas generaciones de músicos y creadores; apuestas que podrán escucharse en estos espacios reconvertidos del Liceu hasta el próximo domingo.
Lluís Trullén
(fotos: Gran Teatre del Liceu)