BARCELONA / OBC, Shakespeare en música
Barcelona. L’Auditori. 20-X-2023.OBC; Segei Dogadin, violín; Anna Rakitina, directora. Obras de Brahms y Prokofiev.
Cuando Prokofiev compuso en los años 1935-1936 el ballet Romeo y Julieta, las obras de Shakespeare constituían en ese momento uno de los principales objetos de interés de la cultura soviética, aunque con frecuencia sujetas a duras controversias, cuando no directamente intervenidas por la censura. La misma, por cierto, que retrasó tanto el estreno del ballet que el compositor decidió realizar las dos primeras suites de orquesta y más tarde, en 1944, una tercera. Ahora y en Barcelona la tradición shakesperiana en la música adquiere especial intensidad: resonarán todavía los acordes de la suite de Prokofiev en el Auditori cuando el telón del Liceu se levante para la representación de la ópera Antony and Cleopatra, de John Adams, dirigida por el propio compositor.
Volvamos a Romeo y Julieta. Cada una de las citadas suites no es una unidad cerrada, de manera que el director puede confeccionar una nueva suite escogiendo a su voluntad piezas de cada una de las tres originales y ordenándolas según su criterio. La directora Anna Rakitina supo destacar el diferente ambiente de las escenas orquestadas, así en “Montescos y Capuletos” donde marcó con gran efecto el casi brutal ritmo inicial, que adquirió su mayor intensidad en el segundo tema –el tema de Tibaldo– confiado a los metales. En cambio en la escena de “La joven Julieta” acertó con el clima de frescura y vivacidad, con una intervención señalada de intenso lirismo por parte de flautas y clarinetes. Excelente también la versión de “La muerte de Tibaldo”, quizá lo mejor dirigido por Rakitina, donde las cuerdas estuvieron convincentemente vertiginosas, puntuadas por acordes de los metales hasta resolverse todo en los famosos quince golpes de sobrecogedora violencia (¡Prokofiev rehusó disminuir su número a pesar de las súplicas del director de escena!) que marcan la muerte de Tibaldo. En fin, en la escena de “Romeo delante de la tumba de Julieta” la directora resaltó otra vez acertadamente la intervención dramática de los metales y el crescendo puntuado por los golpes de timbales que llevó a la coda con un bellísimo final confiado al extremo agudo de los violines. En general se trató de una rica versión de la suite que permitió además el lucimiento de solistas –flauta, oboe, clarinete, trompa entre otros– y grupos instrumentales de la orquesta.
No habían ido las cosas tan bien en la versión del Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 77 de Brahms. Distingamos: el solista Sergei Dogadin tocó muy bien tanto en los aspectos técnicos y virtuosos como en su versión, con un lirismo contenido unas veces y expansivo otras y superando las famosas dificultades de su parte, las que hicieron que el violinista Joachim, gran amigo de Brahms y a quien estaba dedicada la obra, la llegara a considerar “intocable”. Pero la concepción general de la obra fue poco clara, difusa, con dificultades para mantener la tensión de una obra densa, compleja y larga. Hubo pasajes bellos, sin duda, pero la sombra de la monotonía, casi del aburrimiento se abatió a veces sobre la versión de Rakitina.
José Luis Vidal