BARCELONA / OBC: Rachmaninov revisitado y comparado
Barcelona. L’Auditori. 4-III-2022. Denis Kozhukhin, piano. Orquestra Sinfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya OBC). Director: Matthias Pintscher. Obras de Ravel y Rachmaninov.
“Festival Rachmaninov” es el nombre que la OBC ha escogido para referirse a una integral de los cuatro conciertos para piano de este compositor, a la que se suman alguna otra de sus obras sinfónicas, más una obra de Ravel y otra de Prokofiev, todo esto repartido entre los conciertos de abono del 4 al 6 y del 11 al 13 de marzo.
¿Obedece a algún designio concreto la programación, en la primera parte del concierto que comentamos, el primero del festival, de la Rapsodia española de Ravel precediendo a la primera obra de esta revisión de Rachmaninov, sus Danzas sinfónicas? Puede ser que al programar estas dos obras en un bloque se haya querido subrayar la contemporaneidad, casi estricta, de los dos compositores, el francés nacido en 1875 y el ruso, en 1873. En todo caso, si con esta disposición se nos invita a la comparación de estas dos obras, las Danzas salen bastante malogradas: posterior su creación en casi treinta años a Rapsodia raveliana, se trata de una obra, más que conservadora, retrógrada; su muy relativo modernismo queda ahogado por el exceso lírico, retórico, incluso grandilocuente, típico de Rachmaninov.
En todo caso, Matthias Pintscher estuvo mejor dirigiendo esta casi tediosa obra, de la que sacó todo el provecho posible, que dirigiendo la fantástica partitura de Ravel, el refinamiento de la cual, su sutil inspiración con aroma español —español desde la cosmopolita visión de París— su luminosidad, su sortilegio sonoro, si bien perceptibles también en la versión de Pintscher, quedaron más bien apagados.
La versión que Denis Kozhukhin y la OBC dieron bajo la batuta de Pintscher del Segundo concierto para piano y orquesta —la obra más popular del compositor, y no el cuarto como por error apareció proyectado en los sobretítulos del Auditori— se movió en los parámetros con que el director había abordado la anterior partitura de Rachmaninov. Kozhukhin es un pianista poderoso, capaz de obtener el volumen necesario para medirse con las oleadas melódicas en fortísimo de la orquesta, pero también convincente en los pasajes de sereno lirismo del Adagio o en el comienzo pianísimo del Allegro scherzando final. Pero la versión en general del concierto adoleció de alguna superficialidad —cierto que la obra no es precisamente profunda— y de alguna desmesura. Vaya entre lo más positivo de la velada el buen hacer de los solistas de las maderas, especialmente flauta y clarinete, y de la trompa.
José Luis Vidal