BARCELONA / Mendelssohn por Savall, transparencia y romanticismo
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 6-X-23. La Capella Nacional de Catalunya, Le concert des Nations (Lina Tur Bonet, concertino); Flore van Meersche, soprano; Diana Haller, mezzosoprano; Jordi Boixaderas, Silvia Bel, Laura Aubert, Lluís Marquès, Joana Vilapuig, Mireia Vilapuig, Jaume Madaula, recitadores; Pau Carrió, director de escena; Jordi Savall, director musical. Mendelssohn: Sueño de una noche de verano.
El Sueño de una noche de verano es sin duda una de las obras más populares de Mendelssohn, al menos en su versión de suite orquestal que reagrupa la Obertura –bella y famosa, compuesta en 1826 por un Mendelssohn de solo 17 años, es decir quince antes de que compusiera el resto de la obra– el Intermezzo, el Notturno, la Hochzeitsmarsch (“Marcha nupcial”, cruelmente banalizada en millones de veces y arreglos y, a veces), el Finale. En su versión completa, mucho menos frecuente, se trata de la citada Obertura (op. 21) y la Música de escena para dos sopranos, coro femenino, narradores y orquesta (op. 61). Cabe destacar que la fresca inspiración del compositor, motivada por la lectura de la comedia de Shakespeare, se mantiene quince años después y, en expresión de Rémi Jacobs, “el milagro se cumple una segunda vez… Si la técnica ha madurado, las ideas continúan siendo igual de jóvenes. Es por eso por lo que la Obertura y la Música de escena, que se complementan tan armónicamente, deben ser interpretadas juntas.”
Esa versión completa es la que propuso Jordi Savall al frente de dos de sus conjuntos acostumbrados y excelentes, Le Concert des Nations y La Capella Nacional de Catalunya, de dos voces solistas, las de la soprano Flore van Meersche y la mezzosoprano Diana Haller, que encarnaron, respectivamente, los Elfos I y II de la comedia de Shakespeare. Finalmente siete narradores dieron vida a múltiples personajes de la obra, para cuyas partes se utilizó la traducción catalana del original inglés debida a Joan Sellent y adaptada por Pau Carrió. Este último dirigió la representación semiescénica de la obra con convincentes resultados, gracias a los ágiles movimientos de las integrantes del coro, las solistas vocales y los narradores.
Es conocida la tendencia de grandes especialistas en lo que por convención llamamos “música antigua”, y que fundamentalmente era el barroco, a ampliar su repertorio hacia adelante. Savall ha demostrado su solvencia en esa singladura –baste pensar en su Beethoven–. Aquí se trataba de conseguir la expresión más puramente romántica, de dar con el tono ingenuo, fresco, desde la bulliciosa Obertura hasta la marcha fúnebre del final, con su carácter de fingida tristeza (fagot y clarinete dialogando sobre un discreto acompañamiento del timbal). Como era de esperar en un maestro del contrapunto como es Savall, la transparencia de texturas apartó la versión de lo empalagoso y restituyó su prístino carácter y sonido a pasajes cuya banalización posterior ya comentábamos.
Precisamente la atención a la transparencia de texturas (sin merma de la expansión de la melodía romántica) estuvo especialmente presente en la interpretación de la obra que había precedido a la música escénica: la Sinfonía nº 4 “Italiana”, del mismo Mendelssohn. Otra vez una obra celebérrima de envergadura, donde la expresión romántica parece buscar la admirada forma clásica. En su interpretación por Le Concert des Nations, pudo apreciarse el buen trabajo que imprimió a las cuerdas la concertino Lina Tur Bonet al atacar con brillantez y agilidad el primer tema del Allegro, a 6/8 en staccato, de acuerdo con la concepción de Savall del movimiento, incisiva y luminosa. En el Andante se lucieron oboe, fagot y violas cantando el tema conductor. El famoso saltarello del Presto final sonó al principio más abigarrado que incisivo, pero pronto se disipó esa apariencia gracias al gesto de Savall que impuso un ritmo franco y obstinado sin que ello perjudicara el elegante fraseo previo al torbellino final.
José Luis Vidal
(fotos: Sergi Panizo)