BARCELONA / Marina Abramovic evoca el espíritu de Callas en el Liceu
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 9, 10 y 11 de marzo / Marina Abramovic. Las siete muertes de Maria Callas. Libreto de Petter Skavlan y Marina Abramović. Proyecto operístico: Marina Abramović. Música: Marko Nikodijević/ Escenas de ópera de Vincenzo Bellini, Georges Bizet, Gaetano Donizetti, Giacomo Puccini y Giuseppe Verdi.
La apuesta de Víctor García de Gomar por el Liceu de les Arts está teniendo un gran éxito en taquilla. El resultado artístico es mucho más discutible, pero, tanto el montaje del Macbeth de Giuseppe Verdi creado por Jaume Plensa como el espectáculo sobre Maria Callas de Marina Abramovic –7 Deaths of Maria Callas (7 muertes de María Callas)– han atraído al coliseo de la Rambla a un público ajeno a la ópera. Y ése era uno de sus grandes objetivos. De hecho, la performance de la artista serbia ha agotado prácticamente las entradas (apenas quedaron sin vender unas treinta localidades sin visibilidad) en las tres funciones programadas como homenaje a la Callas en el centenario de su nacimiento.
Estrenado en la Ópera de Múnich en plena pandemia, y coproducido por el Maggio Musicale Fiorentino, la Ópera Nacional de París y la Ópera Nacional de Grecia, el montaje de la pionera de las performances es su primera pieza teatral de gran formato, de una hora y media de duración, y cuenta con la actuación de siete sopranos que cantan otras tantas famosas arias de óperas de Bellini, Bizet, Donizetti, Puccini y Verdi, acompañadas por la Sinfónica del Gran Teatre del Liceu bajo la dirección de Antonio Méndez: Gilda Fiume (Addio del passato, de La traviata); Vanessa Goikoetxea (Vissi d´arte, de Tosca); Benedetta Torre (Preghiera, de Otello); Antonia Ahyoung Kim (Un bel di vedremo, de Madama Butterfly); Rinat Shaham (Habanera, de Carmen, papel que Callas grabó, pero nunca interpretó en escena); Leonor Bonilla (Escena de la locura, de Lucia di Lammermoor); y Marta Mathéu (Casta diva, de Norma).
Ópera, performance y videocreación, con la participación del famoso actor Willem Dafoe, se dan la mano en una recreación conceptual de la muerte por amor de siete heroínas operísticas a través de siete arias icónicas, visualmente muy atractiva, pero muy poco emocionante en el plano lírico: la sosa y lenta, a veces mortecina, dirección de Méndez, pegado a la duración de cada puesta en escena videográfica, marcaba férreamente cada interpretación, dejando poco espacio a la personalidad de cada solista. Solventaron la papeleta con oficio y corrección, pero poco más.
Historia, pues, de dos corazones rotos, el de Callas y también el de Abramovic. De hecho, la obra tiene mucho de autohomenaje íntimo, desde la fascinación por la Divina, pero muy personal. La artista serbia, por cierto, permanece tumbada en una cama durante toda la primera parte, con una iluminación pictórica sobre su rostro, mientras van y vienen las siete sopranos, todas vestidas como trabajadoras domésticas. Hay momentos muy hermosos en la performance videoescénica, en especial el salto al vacío de Abramovic desde un rascacielos de Manhattan para evocar la muerte de Tosca, a cámara lenta. Otros, como la Habanera de Carmen, resultan mucho menos estimulantes.
En la segunda parte de la obra, el realismo escénico se adueña del escenario; vemos la habitación de la diva griega en su apartamento parisino y ¡por fin!, Abramovic se levanta de la cama y recrea la muerte de Callas. Entran las empleadas de hogar, recogen el jarrón roto, deshacen la cama, cubren los muebles y espejos y, como golpe de efecto final, reaparece Abramovic dando vida a Callas con lentos pasos mientras suena su voz en una grabación de Casta diva que queda interrumpida con un fundido a negro.
Para los amantes de la ópera, y para los fans de Callas en particular, el espectáculo se queda corto porque las voluntariosas interpretaciones de las sopranos no pasaron de la corrección. Y la música del compositor serbio Marko Nikodijevic que sirve de enlace y ambientación sonora -en la segunda parte actúa el coro liceísta desde los palcos de proscenio- sonó aparatosa en exceso. En cuanto a la estética visual, todo es muy clásico, muy fashion, pero la fuerza magnética de Abramovic, a sus 76 años, esa chispa que prendía en sus performances en salas de museos, con la proximidad del público como gran aliada, queda muy diluida en un teatro de las dimensiones del Liceu. Da igual, porque el entusiasmo del público fue mayúsculo y Abramovic disfrutó las mieles del éxito en su fugaz paso por el Liceu.
Javier Pérez Senz