BARCELONA / Marc Minkowski y Nadine Sierra dan emoción a ‘Manon’ en el Liceu

Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 20-IV-2023. Reparto: Nadine Sierra, Michael Fabiano, Alexandre Duhamel, Laurent Naoumi, Albert Casals, Tomèu Bibiloni. Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Marc Minkowski. Director de escena: Olivier Py. Massenet: Manon.
En Manon, la dicción, la elegancia y el dominio del estilo de los intérpretes marcan la diferencia. Debe haber sufrido lo suyo un músico tan sensible y escrupuloso como Marc Minkowski escuchando a un tenor de dicción francesa tan poco natural como Michael Fabiano, un Des Grieux de tintes veristas que ha liderado el primer reparto del montaje que presenta el Gran Teatre del Liceu. También hay que reconocerle sus méritos al tenor estadounidense, porque, aunque ni su voz ni su técnica parecen las más adecuadas para la ópera romántica francesa, en esta ocasión muestra un mayor cuidado en el control de sus medios y en el uso de las medias voces para solventar los pasajes más delicados de un papel que, a falta de un mayor refinamiento y control del fiato, saca adelante a base de entrega, potencia y mucha pasión lírica. Quizá el Liceu, tras la muy prudente e inteligente renuncia de Javier Camarena, podría haber pensado en otro sustituto (Ismael Jordi, al que nunca vemos por estos lares, es un Des Grieux formidable) para Des Grieux, rol que en el segundo reparto corre a cargo de Pene Pati.
Tampoco Nadine Sierra posee los medios naturales que demanda Manon –una soprano lírica con un centro suficientemente ancho para no sucumbir en las escenas de mayor calado dramático–, pero canta con un gusto tan exquisito, su canto es tan cálido, expresivo y sensual, que logra emocionar al público con un retrato de Manon sincero y conmovedor; curiosamente, no brilló como se esperaba en los pasajes de coloratura más exigentes. La opulencia orquestal que desata Massenet en los dúos pasa factura a las líricas de peso más ligero, pero, gracias al cuidado de Minkowski en el foso, a ese saber respirar con los cantantes, los mejores momentos de la velada se vivieron en la escena de Saint-Sulpice y en el hermoso dúo final, que el director francés recreó con lirismo intenso y sin sensiblerías.
Y es que la dirección de Minkowski, a pesar de actuar con una lesión en un hombro, fue lo mejor de la velada. La orquesta respondió con precisión, equilibrio y transparencia y en todos los actos mantuvo una tensión acorde con la teatralidad de una ópera que, en manos de un director menos cuidadoso, puede resultar indigesta. En cuanto al coro del Liceu, la entrega y las buenas tablas no bastaron para disimular sus actuales carencias: la renovación de la plantilla, con la entrada de nuevas y jóvenes voces, es más necesaria que nunca.
Del resto de voces solistas, cabe destacar el aplomo y la nobleza del canto de Laurent Naouri, quien, a pesar del desgaste vocal, mantiene una clase y un dominio del estilo admirables. De hecho, su Conde Des Grieux fue el papel mejor cantado desde un punto de vista estilístico. Por su parte, Alexandre Duhamel fue un competente Lescaut, aunque algo tosco en algunas frases, y cumplieron, con buen nivel, Albert Casals como odioso y vengativo Guillot de Montfortaine, Tomèu Bibiloni, solvente Brétigny y Pau Armengol, excelente como hostelero. A muy buen nivel estuvieron también Inés Ballesteros, Anna Tobella y Anaïs Masllorens como trío de “actrices” vulgarmente caracterizadas por Olivier Py en una puesta en escena que dejará pobre huella en los aficionados. Hay un exceso de acción teatral, no siempre resuelta con limpieza, pero eficaz y fluida en los cambios de escenas. Aquí se lució, de nuevo, Minkowski, que animó esa acción tan concienzudamente elaborada por Massenet con inagotables recursos orquestales.
El montaje –una producción del Gran Théâtre de Genève y la Opéra-Comique de París, con escenografía y vestuario de Pierre André Weitz e iluminación de Betrand Killy– ha envejecido mal; sigue siendo feo y grosero en su estética de prostíbulos y salas de juego de baja estofa, con neones, celdas y paredes negras que enmarcan la acción. En lugar de la atmósfera decadente del siglo XVIII, que Massenet pinta con esmero con temas y aires de danza en su orquesta a modo de retrato de época, Olivier Py propone con indisimulada zafiedad los lugares más decadentes del negocio de la prostitución y el juego en el que Manon estrella sus ansias de libertad y vida placentera. El problema es que fracasa en el intento, porque la frialdad y fealdad se apodera de la escena y ahoga las emociones líricas más sensuales, que Massenet expresa siempre sin perder la elegancia. Y de elegancia en esta Manon… ni rastro.
Teniendo en cuenta que el Liceu dedica estas funciones a la gran Victoria de los Ángeles –Manon de referencia– en el marco de las conmemoraciones del centenario de su nacimiento, y que la inolvidable soprano barcelonesa fue un prodigio de musicalidad, elegancia y buen gusto, hay que reconocer que esta producción no está a la altura de las circunstancias. Sinceramente, podían haber recuperado el montaje –mucho más coherente y rico en ideas teatrales– de David McVicar del año 2007, editado en DVD por Virgin, con dirección de Víctor Pablo Pérez y Natalie Dessay y Rolando Villazón como protagonistas.
Javier Pérez Senz
(fotos: David Ruano)