BARCELONA / La ‘Primera’, con su escolta

Barcelona. Palau de la Música. 9-II-2020. Orchestre Révolutionnaire et Romantique. Lucy Crowe, soprano. Director: John Eliot Gardiner. Obras de Beethoven.
Tenemos que felicitarnos los melómanos barceloneses por el hecho de que John Eliot Gardiner haya escogido el Palau, una sala que le es especialmente grata, en su gira por muy pocas y escogidas ciudades en las que está ofreciendo la integral de las sinfonías beethovenianas al frente de la excelente Orchestre Révolutionnaire et Romantique.
Como si la Primera, relativamente breve y todavía tan haydiana, necesitara ser arropada, Gardiner hizo que a su interpretación precedieran y sucedieran unas obras, todas ellas de la misma época y del primer lustro del siglo XIX, es decir contemporáneas de la sinfonía. Una excepción fue la obertura de Leonore, la última obra con número de opus (op. 138), la que conocemos como Leonore I, creada en 1828. Por cierto, el recitativo y aria Ach, brich noch nicht, du mattes Herz / Komm Hoffnung aparecía en el programa de mano también como op. 138, cuando en realidad pertenece a la ópera Leonore op. 72, que es de 1805, o sea que con ellos seguimos estando en la primera época de Beethoven y en el primer lustro del siglo XIX.
Abrió el programa la obertura de Prometeo (en realidad del ballet Las criaturas de Prometeo, de 1801), en cuya interpretación ya se pusieron de relieve las muchas cualidades y pocos defectos (y a lo largo del programa, cada vez menos) de la orquesta. Entre las primeras una impresión de autenticidad (los vientos y el timbal, instrumentos ‘naturales’), brillantez del sonido, precisión del ataque, con una dirección por parte de Gardiner entregada y de gestualidad elegante y amplia, enérgica en pasajes, acariciadora en otros —en algunos, meciendo literalmente la música— alternando el uso de la batuta en los primeros con el de las solas manos para conseguir mayor expresividad. Entre los defectos, el principal un cierto desequilibrio entre las cuerdas y los vientos, entre los cuales las trompas naturales, de técnica tan difícil y exigente, incurrieron en leves fallos (por ejemplo, acompañando el aria de Leonore).
Ese desequilibrio se hizo más patente en la versión de la Primera sinfonía, al tocar los violines de pie (me parece más un tic para hacer ‘música antigua’, pues en el resto del programa tocaron sentados). La introducción lenta, puro Haydn sí, pero que se abre, como es sabido, con un acorde disonante del todo extraño a la tonalidad de Do Mayor, un acorde, para la época inesperado y revolucionario, sonó en manos de Eliot bellísima e igualmente la aérea transición al Allegro inicial. Y aciertos así se producirían sin descanso en la versión de la sinfonía, momentos gozosos de una interpretación que, en conjunto, pareció un poco carente de una concepción determinada. Salvadas las distancias sería más toscaniniana que furtwängleriana.
Las hemosísima Aria de Concierto Ah perfido op. 65 (creada en 1796 pero publicada en 1801), tan mozartiana en forma y concepción y tan menos mozartiana en su escritura vocal, exigente, casi cruel, y los ya citados recitativo y aria de Leonore fueron cantados por la soprano Lucy Crowe. No le faltan cualidades a esta intérprete, pero cantar esforzadamente da gola esas partituras y descuidar la dicción, especialmente en los poderosos recitativos, perjudicó el resultado final.