BARCELONA / La Orquesta de Lyon y Zukerman conmemoran el 40º aniversario de Ibercamera
Barcelona. L’Auditori. 20-XI-2023: Orquesta Nacional de Lyon; Orfeó Català; Olga Sitkovetsky, piano; Pinchas Zukerman, violín; Miha Person, soprano; Virginie Verrez, mezzosoprano; Dovlet Nurgeldiyev, tenor; Gábor Bretz, bajo. Nikolaj Szeps-Znaider, director. Obras de Beethoven.
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 21-XI-2023: Orquesta Nacional de Lyon; Pinchas Zukerman, violín; Nikolaj Szeps-Naider, director. Obras de Elgar y Brahms.
La Orquesta Nacional de Lyon ha ofrecido dos conciertos en Barcelona. El primero para Ibercamera en el Auditori, el 20 de noviembre, y al día siguiente, en el Palau de la Música Catalana. El primer concierto tuvo características muy especiales. Era el que inauguraba la temporada de Ibercamera y al mismo tiempo, conmemoraba el cuadragésimo aniversario de esta ejemplar agencia. Josep Maria Prat, a la cabeza de la misma, se dirigió en breve y buen parlamento –por breve, dos veces bueno, como sabemos– donde evocó con sencillez momentos y personas afectivamente ligadas a Ibercamera. Entre ellas, un lugar de excepción corresponde a dos eminentes artistas, Pinchas Zukerman y Maria João Pires. Precisamente antes de la pièce de résistence del concierto –nada menos que la Novena sinfonía de Beethoven– estaba programado que ambos músicos interpretaran en una primera parte camerística la Sonata para violín y píano nº 5, op. 24, “Primavera”, esta deliciosa obra de juventud del propio Beethoven. No fue del todo así, al encontrarse enferma la gran pianista e imposibilitada muy a su pesar de acudir a la cita con sus amigos, fue sustituida por Olga Sitkovetsky.
Quizá por lo apresurado de la sustitución, la versión de la sonata Primavera, dentro de unos parámetros indudables tanto de técnica como de concepción, no fue tan bella como era de esperar. La versión serena de Zukerman en el primer movimiento rozó la frialdad y el correcto adagio no fue “molto espressivo”. En cuanto a la pianista, más pareció ejercer de acompañante que de concertante y ya sabemos la importancia que en sus primeras sonatas concede Beethoven al piano. En cambio, el mejor nivel y la mayor complicidad entre los artistas se dio en el rondó final, interpretado de forma galante y jubilosa.
La versión que el maestro Szeps-Znaider ofreció de la Novena fue sin duda muy estudiada, compacta, enérgica, expresiva. Su gestualidad es clara si bien a veces excesiva, la orquesta respondió bien a sus impetuosas indicaciones y sus componentes se produjeron de manera concertante. Ejemplo de su buen hacer fue la versión bien estructurada del complejo Allegro inicial, tanto de sus compases primeros de indecisión tonal como de la afirmación casi violenta en la interpretación de Szeps-Znaider. Cuidó especialmente en el Scherzo la presentación del tema en fugato por las cuerdas y las incisivas intervenciones del timbal y las maderas. Alguna vez, en oposición a su tendencia a lo enérgico e intenso, extremó matices en pianísimos demasiado manieristas, así en la exposición del bellísimo segundo tema, Andante moderato, del Adagio, por unos excelentes segundos violines. De nuevo un pasaje importantísimo, en el cuarto movimiento la exposición por las cuerdas graves del tema que será el de la Oda a la alegría sonó con un pianísimo audaz por lo sutil, algo rebuscado quizá.
Y, por fin, la gran parte coral, pura emotividad y exaltación, en la que la Orquesta de Lyon liberó todas sus energías, sin que le fuera a la zaga la espléndida intervención del Orfeó català, estupendo de afinación, dicción y fraseo. Suficiente en general la intervención de las voces solistas en su inmisericorde particela.
Felicidades a Ibercamera, a la que Zukerman (Josep Maria Prat dixit) animó a que comenzara a preparar su 50º aniversario. Así sea.
El segundo concierto que comentamos fue desde el punto de vista estrictamente musical, es decir desprendido de las emociones que se concitaron en el primero, quizá mejor. Zukerman, esta vez sí, fue el inmenso violinista al que estamos acostumbrados en su versión de la compleja y difícil parte solista del Concierto para violín y orquesta en si menor (op. 61) de Elgar. Director y orquesta pusieron a sus pies cuidadosamente ese flujo melódico continuo, a veces casi brumoso, que asociamos a Elgar, enigma incluido; así lo hicieron en la introducción del primer movimiento sobre la que entró el violín con un recitativo que Zukerman vertió con especial lirismo, desgranando su pura melodía sobre el austero acompañamiento de las cuerdas. El carácter dramático del Allegro molto final y su forma rapsódica parecían convenir muy bien a las características ya mencionadas del director, pero ahora condujo a la orquesta pulcramente a reunirse poco a poco con la intervención inicial a solo del violín, en la que Zukerman dejó muestra definitiva de su musicalidad y comprensión de la obra.
Broche de oro de estos conciertos barceloneses de la Orquesta Nacional de Lyon, y obra en la que orquesta y director dieron lo mejor, fue la Primera de Brahms, esa “Décima de Beethoven” que escuchamos después de la Novena, sin comillas. Magnífica la majestuosa introducción en la que el director cuidó los aspectos contrapuntísticos de una larga frase ritmada sobre los golpes, casi amenazadores, del timbal. Y de nuevo nos encontramos con su lado más atento al intimismo en su versión cálida y refinada del Adagio, una de las páginas más bellas, así interpretadas, del romanticismo brahmsiano. No menos poético que ese Adagio ni menos sereno, pero más animado, fue el tercer tiempo (Un poco allegretto e grazioso), en el que Szeps-Znaider consiguió algo muy refinado, algo así como una pastoral estilizada, una alegría serena. Aquel ímpetu del director del que hablábamos comentando su versión de la Novena volvió a ponerse de relieve, más interno y equilibrado. Por lo que respecta al largo y complejo movimiento final, de nuevo el director cuidó especialmente de unos pizzicatos de un pianísimo un poco rebuscados pero muy adecuadamente crecientes en intensidad y ¿no tenía algo de bruckneriana la manera de subrayar la solemne llamada de la trompa (el cuerno de los Alpes) retomada por la flauta sobre un fondo de trémolo de las cuerdas? Donde, sin interrogantes, recordamos a Beethoven y concretamente la Oda a la alegría que habíamos oído el día anterior fue, claro está, en el tema principal del Allegro non troppo segunda parte del movimiento: el director se volvió hacia los violines y pareció suscitar en la cuerda grave de los mismos la conocida frase que resiste en su broncínea factura a tantas vulgarizaciones. La grandiosa coda culminó, brillante, quizá efectista, sinfonía, concierto y actuaciones en Barcelona de la notable Orquesta Nacional de Lyon.
José Luis Vidal
(fotos: Mario Wurzburger)