BARCELONA / Herreweghe conquista la cima
Barcelona. Palau de la Música. 21-XII-2022. Beethoven: Missa solemnis. Eleonore Lyons, soprano. Eva Zaïzick, contralto. Iker Arcayürek, tenor. Hanno Müller-Brachmann bajo-barítono. Orchestre des Champs Elysées. Collegium Vocale Gent. Director: Philippe Herrewege.
La interpretación de la Missa solemnis de Beethoven es de una dificultad casi legendaria. Se trata, por supuesto, de dificultad técnica —baste con un ejemplo: la dificilísima parte del coro—. Pero se trata, sobre todo, de la dificultad conceptual o, si se quiere mejor, espiritual. En las acertadas notas al programa que firma Jaume Radigales, se da cuenta de que la planificación orquestal (y, añado yo, vocal, especialmente el papel importantísimo del coro) convierte la partitura “en una de las obras más difíciles de dirigir del primer Romanticismo”. Y recuerda a Riccardo Muti, quien definía la obra como “la Capilla Sixtina de la música” (no se ‘atrevió’ a dirigir esta obra hasta 2021). E, incluso, después de ello, Muti seguía declarando que era consciente de la imposibilidad de conquistar completamente “la cima de esta montaña, ya que es demasiado alta. Pero puedo intentar aproximarme un poco”.
Así las cosas, podemos decir que Philippe Herreweghe logró llevar a su orquesta, su coro y sus vocales muy cerca de esa cima. Lo hizo con la dirección más sabia y sobria, pero también más empática, que pueda imaginarse —rara vez los brazos se separaban del tronco y con eficiente movimiento de los antebrazos parecía distribuir equilibradamente las prestaciones instrumentales y vocales—, con atención precisa a la frase y a los formidables pasajes contrapuntísticos, hechos suyos por Beethoven de su personalísima y revolucionaria manera.
Contó Herreweghe para alcanzar tan buenos resultados con una orquesta en estado de gracia, un ejemplo de cómo los logros de la interpretación musical con criterios historicistas pueden ser flexible para verter con toda propiedad la música del primer Romanticismo y, concretamente, una tan compleja como esta del último Beethoven. En cuanto al coro, el ‘suyo’, el de Herreweghe, el Collegium Vocale de Gante, rozó siempre la perfección, técnica y conceptual. Parecían los cantantes demostrar que no es gratuita la legendaria dificultad de la escritura vocal beethoveniana —no se ‘ensaña’ Beethoven con las voces, como se ha dicho—, sino consecuencia de un personalísimo tratamiento del texto latino de la misa católica, diría que heterodoxo, pero mejor diré beethoveniano. Lo mismo se puede decir del cuarteto de solistas vocales. Físicamente integrados en el coro —no delante de la primera fila de cantantes, sino en el centro de esa primera fila—, mostraban así su ‘empaste’ con el conjunto vocal, sin merma de la individualidad de los momentos verdaderamente solistas. Cantando concertadamente —por ejemplo, el cuarteto sobre Qui tollis peccata mundi, del Gloria, o el Et incarnatus est del Credo, interpretado, como pide la partitura, a mezza voce—, o en solo —el bajo barítono en el Agnus Dei y, sucesivamente la contralto, el tenor, la soprano—, no sabría marcar diferencias entre ellos: voces más que suficientes —cosa poco frecuente en los elencos habituales de oratorios—, timbradas, reguladas y expresivas.
La orquesta estuvo a esa altura o quizá mejor. Una buena medida de su perfección la dio la parte solo instrumental en el Praeludium que precede al Benedictus: qué riqueza de timbres y matices, qué delicada polifonía. Esta interpretación de la Missa solemnis de Beethoven —el busto del compositor en lo alto del escenario de Palau, vigilante de su música— nos dio el regalo poco frecuente de un tiempo de plenitud, física y espiritual.
José Luis Vidal
(Foto: A. Bofill / Palau de la Música Catalana)