BARCELONA / Fructíferos contrastes a cargo de Patricia Kopatchinskaja y la Bamberger Symphoniker
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 19-I-2023. Patricia Kopatchinskaja, violín. Bamberger Symphoniker. Orfeó Català. Director: Jakub Hrůša. Obras de Pärt, Stranvinsky y Dvorák.
Una obra contemporánea, la Berliner Messe de Arvo Pärt, estrenada en 1990; otra significativa de la época neoclásica de Stravinsky, el Concierto para violín en Re mayor, de 1931; y para cerrar el programa, la archiprogramada Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák, estrenada en Nueva York en 1893 y que dio un final conservador y tradicional a un concierto de fuertes contrastes. La veterana y eficaz orquesta de Bamberg mostró una versatilidad muy notable abordando tan diferentes estilos y maneras. Desde la limpidez casi minimalista de la Misa hasta el tardío Romanticismo con ecos de melodías populares típico de Dvorák, pasando por la fuerza, a veces casi violenta, del Concierto de Stravinsky, la orquesta consiguió en cada estilo la expresividad adecuada.
La Berliner Messe le fue encargada a Pärt para la celebración de la 90ª Jornada Católica de Berlín, en 1990. Y formalmente resulta cumplir las condiciones litúrgicas que la Iglesia recomienda —o quizá exige— para una misa cantada. Para empezar, su duración, que viene a ser la de una missa brevis, después que en el texto no haya repeticiones, además que las voces y los instrumentos se produzcan de manera que el texto —naturalmente en latín— sea entendido. El Orfeó Català cumplió con todos esos requisitos, que redondeó con una cuidada pronunciación del latín —naturalmente, en la pronunciación de la Iglesia Romana—. La obra es de una muy bella sencillez, las notas musicales y las sílabas del texto van aparejadas. “Cada paso —explica el mismo Pärt— deriva del texto, de manera que no es el resultado de la llamada inspiración, sino de alguna cosa más objetiva”. El coro asume en esta obra la parte del león, pero el delgado acompañamiento orquestal tiene breves interludios instrumentales delicadamente expuestos por los músicos de Bamberg. Por citar un ejemplo, los interludios en el Hosanna del Sanctus.
Si la Berliner Messe puede convenir el concepto de sencillez expositiva, el Concierto para violín y orquesta de Stravinsky contiene fuerza, dinamismo, ritmo y una exigencia técnica para el solista evidentísima. La obra utiliza todas las posibilidades técnicas del violín: acordes, dobles cuerdas, trinos, registro agudo, armónicos… La violinista Patricia Kopatchinskaja reunió todas las características necesarias, técnicas y artísticas, para dar una excelente versión de su parte. Y no solo las necesarias, sino también otras: para empezar, la physique du rôle, pues vestía la violinista una copia del traje diseñado por Larionov en 1921 para los Ballets Rusos, un traje lleno de fantásticos colores y contrastes. Para seguir, Kopatchinskaja toca descalza, como si quisiera imprimir a su sonido una fuerte conexión telúrica, apropiada para el dinamismo de la obra. Su dominio de la obra quedó patente ya en la Toccata inicial, en el ritmo casi mecánico que imprimió al dinámico tempo rápido. Así también funcionó en el tiempo final, Capriccio, mientras que en las dos Arias centrales se produjo con una expresividad que, en la primera, se ejerció sobre todo en rivalidad con la orquesta y en la segunda consiguió acentos dolorosos en un clima que podríamos denominar ‘confidencial’.
Ofrecer después de esas obras del atribulado siglo XX la Sinfonía del Nuevo Mundo, sin duda una obra importante de la tradición postromántica en su versión nacionalista, fue todo un contraste —uno más en un concierto que tuvo muchos y fructíferos—, hasta podría decirse que fue chocante. Como era de esperar la Sinfónica de Bamberg desplegó su sonido propio, cálido y profundo, en la versión de una obra fundamental en el gran repertorio sinfónico. Jakub Hrůša es un director de gesto elegante y eficaz. Fue la suya una versión tradicional, con brillantez y grandeza, pero cayó a veces en manierismos y rubatos (que, por así decir, no hubiera aprobado Brahms, pero sí, por ejemplo, Liszt). Como regalo, una jocunda versión de la Suite americana del propio Dvorák cerró un concierto acogido con aplausos prolongados y entusiastas de un público que, felicitémonos, llenó por completo el Palau.
José Luis Vidal
(Foto: Antoni Bofill / Palau de la Música Catalana)