BARCELONA / Fiesta vocal en el regreso al Liceu
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 27-IX-2020. Sondra Radvanovsky soprano. Piotr Beczala, tenor. Camillo Radicke, piano. Obras de Verdi, Puccini, Giordano y Mascagni.
Los responsables del Liceu respiran tranquilos tras superar con éxito la inauguración de su temporada después de seis meses sin abrir las puertas al público. Desde el estallido de la pandemia, en el coliseo de la Rambla solo entraron plantas, exactamente las 2.292 plantas que ocuparon sus butacas el pasado 22 de junio en una performance del artista conceptual Eugenio Ampudia. Lo dieron por streaming y la foto del interior del teatro transformado en un inmenso jardín dio la vuelta al mundo. Menos insólita, pero también atípica, ha sido la foto del regreso del público al Liceu en tiempos de pandemia. Cuesta acostumbrarse a ver la imagen de un teatro medio lleno o, según los ánimos, medio vacía, pero así ha sido: a la inauguración de la temporada han asistido 1.124 espectadores -la mitad de su aforo- con mascarillas y las distancias que exige la normativa vigente del Procicat, con dos butacas juntas para personas que son grupo de convivencia, seguidas de una libre a cada lado.
Tras el incidente del Teatro Real que acabó con la suspensión de una función de Un ballo in maschera por las protestas del público de los pisos superiores por no mantener la distancia adecuada, el Liceu ha evitado cualquier riesgo aplicando las normas de seguridad de forma estricta. De hecho, han aplicado un criterio más restrictivo, rebajado el aforo al 50 por ciento aunque que la resolución del 21 de septiembre de Salud permite ocupar el 70 por ciento del aforo. La obsesión por la seguridad prima en un Liceu que quiere transmitir al público una sensación de tranquilidad minimizando riesgos y creando un entorno lo más seguro posible. Lo han conseguido con una batería de medidas que van desde los claros protocolos de acceso gradual del público por franjas horarias al control de máquinas termográficas, recorridos de entrad y salidad marcados de forma clara, al uso obligatorio de mascarillas en todo el teatro.
En lo musical, el éxito fue tan rotundo como previsible. Un público con ganas de disfrutar de la ópera en vivo recibió y aplaudió con entusiasmo durante hora y media, sin descanso, a Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala, bin acompañados, por cierto, por Camillo Radicke. Son dos artistas muy queridos en la casa y se entregaron a fondo, con generosidad y valentía en un programa absolutamente trillado, sin riesgos ni novedades, a base de muy conocidad arias y dúos de Verdi, Puccini, Giordano y Mascagni.
Funcionó bien la combinación de Verdi y maestros del verismo, aunque no dejara de decepcionar la falta de imaginación en la selección de las piezas, todas mil veces programadas. Para las sorpresas hubo que esperar a la generosa tanda de propinas, entre ellas la Canción de la luna de Rusalka. La preciosa aria de Dvorák amplió el abanico lírico de Radvanovsky quien, por cierto, deslumbró, también en las propinas, con una messa di voce espectacular en Io son l´umile ancella de Adriana Lecouvreur.
Beczala fue a por todas, siempre elegante, cálido en el fraseo y valiente en el agudo. La voz, muy bella, sonó más natural en aguas verdianas (Luisa Miller y el dúo de Un ballo in machera) que en las incursiones veristas, resueltas a base de fuerza y derroche pasional, pero con tensiones que llevan al límite su vocalidad. Estuvo sensacional, por arrojo e intensidad, en una interpretación apasionada de E lucevan le stelle que disparó el entusiasmo del público. En el dúo final de Andrea Chénier forzaron al límite y, cosas de la pasión verista, bajaron la guardia, sin respetar en todo momento las distancias de seguridad, cantando con una proximidad física de excesivo riesgo frente a la Covid-19.
El generoso caudal, la fuerza y brillantez en los agudos y la sólida técnica de Radvanovsky levantaron pasiones, especialmnte en las páginas de mayor calado verista. Entre lo más memorable, La mamma morta, de Andrea Chénier, una antológica Vissi d´arte, de Tosca y la pieza de Cilea anteriormente citada. Derrocharon temperamento y generosidad en una fiesta vocal que terminó en los más ligeros terrenos, ideales para Beczala y ya no tanto para Radvanosky de la opereta con el celebérrimo dúo de La viuda alegre de Lehár, dicho con gracia y prudencia al apuntar unos pasos del famoso vals, poniéndose y quitándose la mascarilla.
Javier Pérez Senz