BARCELONA / El Liceu mira al futuro con ‘Turandot’
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. Lunes, 7 de octubre de 2019. Giacomo Puccini: Turandot. Iréne Theorin, Jorge de León, Ermonela Jaho, Alexander Vinogradov, Toni Marsol, Francisco Vas, Mikeldi Atxalandabaso, Chris Merritt. Orquestra Simfònica i Cor del Gran Teatre del Liceu Dirección del Coro Conxita García. Cor Vivaldi- Petits Cantors de Catalunya. Dirección musical: Josep Pons. Dirección de escena y videocreación Franc Aleu .Codirección de escena Susana Gómez .Escenografía Carles Berga, Franc Aleu .Vestuario Chu Uroz Tecnologías multimedia José Vaaliña . Iluminación Marco Filibeckç . Producción Gran Teatre del Liceu.
El 7 de octubre de 2019 ha sido una fecha marcada en rojo en el calendario del Gran Teatre del Liceu de Barcelona para iniciar su andadura de cara a recuperar su condición como uno de los epicentros operísticos internacionales. Un estreno mundial de producción propia de Turandot firmado por Franc Aleu nos rememoraba aquella versión que, de la mano escénica de Núria Espert, reabría el coliseo aquel 7 de octubre de 1999. Y el Liceu preparó su noche a conciencia. Autoridades como José Guirao, ministro de Cultura, Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, Quim Torra, Predient de la Generalitat, Ada Colau, alcaldesa de Barcleona o Maria Luisa Carcedo, ministra de Sanidad entre otros políticos, así como grandes personalidades del mundo de la cultura y que en el campo de la música destacaban Antoni Ros Marbà, Benet Casablancas, Jaume Aragall , Albert Guinovart o Joan Matabosch dentro de un largo etcétera, asistieron a esta función inaugural de temporada que a priori prometía altas dosis de espectacularidad. Un elenco vocal de campanillas encabezado por las voces de Iréne Theorin , Jorge de León , Ermonela Jaho acompañadas por Chris Merritt y Alexander Vinogradov darían vida al Turandot mas tecnológico e impactante.
Pero el resultado final se quedó a medio camino en su objetivo de transmitir al público el entusiasmo depositado en esta nueva producción. Una pirámide central, alegoría del poder, mantiene cautiva a la princesa Turandot, cuyo personaje, más que mostrarse gélido y malvado, se presentará como víctima de la tradición imperial. Dos grandes brazos robóticos, maléficos, ubicados en el vértice de la pirámide a cada lado del trono del emperador, grandes anillos que van girando sobre la pirámide, vestidos luminiscentes, hologramas… todo para situarnos en un universo que distaba no solamente de una China tradicional sino que nos aproximaba a un capítulo de ciencia ficción interestelar al más puro estilo Star Trek -en el que no podían faltar barras luminiscentes a modo de espadas tipo láser más propias de Star Wars– y un vestuario que todo lo que poseía de avance tecnológico le faltaba de gusto estético. Los más de noventa cantantes del coro con sus gafas virtuales están subyugados a Turandot dentro de una representación en que el estatismo escénico fue una constante y de la que hay que destacar de todos modos momentos de una gran espectacularidad con una precisa iluminación coordinada a la perfección con el derroche tecnológico presente en el escenario. Y el fin último de la futurista propuesta escénica firmada por Francesc Aleu y Susana Gómez se encuentra en el mensaje final cuando Turandot encuentra la comprensión de lo que significa el verdadero amor en Liú. Turandot entregará su corona espacial a un Calaf prendado por su fascinación obsesiva que siente hacia la princesa y una humanizada Turandot besará y derramará sus sinceras lágrimas de amor hacia Liú.
Y Liú fue una vez más el personaje que no enamoró a todos, y más cuando su rol lo encarna la espléndida Ermonela Jaho que volvía al Liceu después de que en enero de 2016 encarnara una memorable Desdémona verdiana. Una voz prístina, con dominio delicadísimo del fiato, de diáfana proyección cantaba con un gusto exquisito y transmitiendo el punto justo de emoción en el aria “Signore, ascolta”; nos cautivó con “Tu che di gel sei cinta”, un canto extremadamente puro acompañado por su faceta de actriz que siempre estaba a la par con su voz. Una Liú emocionante, sin llegar a ser sobrecogedora, pero que profundizaba en lo más sincero y trascendente de una de las grandes heroínas y más excelsas creaciones puccinianas. Por supuesto la voz de Iréne Theorin volvió a proyectarse con toda su fortaleza en el rol de Turandot, papel que ya llevó un año atrás al Real en la producción de Robert Wilson. Esta voz indisociable a los roles wagnerianos nos propuso una Turandot majestuosa, contundente exponiendo un centro vocal equilibrado y unos agudos a momentos excesivos en decibelios. Cantó con seguridad y fortaleza el esperado “In questa reggia” sobreponiéndose al nutrido cuerpo orquestal. Su aplomo y presencia escénica nos transmitían esta Turandot poderosa y que poco a poco va perdiendo su fortaleza al vislumbrar su futuro, a pesar de su negativa, junto a Calaf. Buen trabajo de Irene Theorin que sin llegar a ser una Turandot inolvidable maneja con tablas todas las facetas de este exigido rol pucciniano. Y como siempre Jorge de León, se mostró como una voz ideal para afrontar el rol de Calaf haciendo gala de un registro agudo poderoso que en ningún momento sufre por problemas de afinación. Un Calaf que transmitió a nivel de personaje todo su orgullo, su negativa a ceder ante las demandas de abandonar su amor por Turandot pese al estatismo escénico que en general marcaba toda la representación. Voz brillante, quizás falta de un punto de emoción, pero que ante todo saldó con valentía con un canto que sabe modular a la perfección los registros de dinámicas. A la postre, un gran trabajo por parte de Jorge de León. El bajo ruso Alexander Vinogradov amoldó su poderosa voz para encarnar el rol de Timur y Toni Marsol (Ping) Francisco Vas (Pang) y Mikeldi Atxalandabaso (Pong) –pese a un trabajo de movimiento escénico que a momentos resultaba poco menos que ridículo visto la apuesta futurista de la producción- superaron sin dificultad todas sus intervenciones. Destacar asimismo el rol del emperador Altoum encarnado en una voz histórica como la de Chris Merritt.
Mención especial merece la labor de la orquesta del Gran Teatre del Liceu bajo la batuta de Josep Pons. Su dirección ha comprendido a la perfección el complejo lenguaje que reservó Puccini para la orquestación de Turandot. Esta transcendencia del lenguaje que parece reunir dentro de una misma paleta de color una simbiosis de estilos encaminados a un relato estético próximo al simbolismo, produce unas texturas en que el matiz de la armonía alcanza un grado de sutileza que no debe escapar a toda dirección que se precie. Y Pons recaló en el detalle, cuidó los volúmenes de los más de noventa profesores de la orquesta para producir una amalgama indivisible entre voz e instrumentos haciendo prevalecer el sinfín de sabores harmónicos, de escalas modales y pentatónicas que discurren en esta obra maestra orquestal. Buen trabajo asimismo del coro, a momentos excesivamente contundente en cuanto a volumen pero que cumplió con su cometido dejando entrever un futuro más que prometedor. Y es este futuro prometedor el que esperamos en esta nueva etapa liceísta cuya dirección artística ha recalado en Víctor García de Gomar. Una etapa precedente en la que a base de la programación de títulos tradicionales y un período de austeridad se ha logrado capear los graves problemas económicos –todavía hay que acometer los políticos y las consecuencias derivadas de los mismos- y poder así volver a situar el Gran Teatre del Liceu como un referente operístico internacional.
Lluís Trullén