BARCELONA/ El Liceu despide el año con un espectacular doblete verista
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 05 y 10-XII-2019. Mascagni: Cavalleria rusticana. Roberto Alagna/ Teodor Illincai, Elena Pankratova/Oksana Dyka, Gabriele Viviani/Àngel Òdena, Elena Zilio /María Luisa Corbacho, Mercedes Gancedo. Leoncavallo: I Pagliacci. Alagna/Marcelo Álvarez, Aleksandra Kurzak/Dinara Alieva, Viviani/Òdena, Duncan Rock/Manel Esteve, Vicenç Esteve. Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dirección musicak; Henrik Nánási. Dirección de escena: Damiano Michieletto. Producción: Royal Opera House, La Monnaie, Opera Australia y The Göteborg Opera.
El Liceu despide el año en buena forma. Tras los excelentes niveles de ocupación en el montaje de Turandot – por encima del 90%- y la notable acogida de la polémica puesta en escena de Doña Francisquita firmada por Lluís Pasqual, las pasiones violentas agitan el coliseo de la Rambla con el retorno del doblete verista por excelencia –Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni e I Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo, en una espectacular producción que ganó el premio Laurence Olivier al mejor espectáculo operístico de 2016 después de su estreno londinense en la Royal Opera House.
Con ritmo cinematográfico y ambientación de corte realista en un pueblo del sur de Italia – la detallista y lujosa escenografía de Paolo Fantin, sobre una plataforma giratoria que da muy buen juego -, el director de escena Damiano Michieletto entrelaza hábilmente las tramas de las dos breves óperas que representan las esencias del verismo como si fueran dos capítulos de una misma historia de celos, amores obsesivos, honores manchados y muertos a cuchilladas.
El juego teatral empieza cuando aparecen dos cómicos de Pagliacci, Nedda y Beppe, en el pueblo donde transcurre la acción de Cavalleria rusticana: los vemos colgando carteles que anuncian para esa misma noche una función de su espectáculo ambulante. Más allá de la pintura costumbrista en Mascagni, es en la lectura de la ópera de Leoncavallo donde cobran vida las más ingeniosas ideas teatrales de Michieletto; resuelto de forma admirable, el segundo acto muestra, como en un juego de espejos, las obsesiones y frustraciones de un Canio que espera su turno para salir a escena y sufre angustiosas alucinaciones mientras el público celebra entre risas los flirteos de Colombina.
La dramaturgia es mucho más previsible en la ópera de Mascagni. La ambientación popular, el desfile de imágenes religiosas, con un paso de la Virgen que la pobre y excomulgada Santuzza mira con obsesiva culpabilidad, cae en los tópicos del pesebrismo. Con todo, la lectura de Michieletto ofrece simetrias inesperadas y crea lazos argumentales entre ambas óperas que consolida con suma eficacia en los dos intermezzi.
Musicalmente, el director húngaro Henrik Nánási apuesta más por la musicalidad que por la exaltación verista, lo que siempre es de agradecer en obras que llevan la violencia y la tensión dramática a sus más peligrosos extremos. Nánási perfila con finura los detalles de la orquestación, especialmente en Pagliacci, controla el pulso del relato sin sobrecarga sentimental y obtiene una buena respuesta de la orquesta y el coro del Liceu, con la plantilla ampliada y la estupenda colaboración de Veus-Cor Infantil Amics de la Unió de Granollers. Conxita García, titular del coro liceísta, apuesta también por la calidez y la musicalidad en las brillantes escenas corales que animan el doblete verista.
Roberto Alagna ha salido más que airoso del agotador reto que supone cantar los papeles de Turiddu y Canio en la misma función. Controló sus medios -quizá hubo exceso de cautela en algunas escenas de Cavalleria– pero su Mamma, quel vino è generoso tuvo calor e intensidad expresiva, a años luz del trabajo de Teodor Illincai en el segundo cast: un Turiddu gritón y de afinación dudosa. Muy irregulares las dos sopranos que asumieron el papel de Santuzza: Elena Pankratova exhibió medios y agudos más potentes que Oksana Dyka, pero ambas resultaron poco adecuadas estilísticamente y un tanto artificiales en la pintura del temperamento siciliano de la desdichada Santuzza: tiene recursos y agudos potentes, pero resulta fría y fuera de estilo. Se disfrutaron magníficas interpretaciones de Mamma Lucia, a cargo de Elena Zilio y María Luisa Corbacho, mientras que Mercedes Gancedo fue una Lola impecable vocal y teatralmente.
Decepcionante, con un canto áspero y una monotonía exasperante el barítono Gabriele Viviani: funciona bien su incisiva dicción en algunas escenas de Alfio, pero su Tonio fue de una mediocridad alarmante. La actuación en el segundo cast de Àngel Òdena fue mucho más satisfactoria: cantó Alfio sin trucos, con un fraseo musical y acentos intensos. Y como Tonio fue superior en todos los aspectos, con un canto que en el célebre Prólogo alcanzó momentos de desbordante expresividad y agudos valientes.
La calidad del fraseo, la dicción incisiva y la entrega de Alagna como Canio compensaron la pérdida de brillo en los agudos. Por su parte, Marcelo Álvarez brindó un Canio enérgico, con dureza en la emisión, pero con momentos de gran fuerza. Aleksandra Kurzak fue una Nedda sensacional, con una voz bella y muy bien manejada. Dinara Alieva también estuvo muy bien en este dificil papel, pero Kurzak resultó más brillante. Como intérprete de Silvio, fue notablemente superior Manel Esteve, con un fraseo mucho más noble y cuidado que su colega Duncan Rock, con físico de galán a su favor, pero vocalmente irrelevante. Vicenç Esteve completó el reparto con un Beppe de buena línea y soltura escénica.
Javier Pérez Senz