BARCELONA / El Beethoven de Paul Lewis
Barcelona. Palau de la Música. 10/11-X-2021. Beethoven: Conciertos para piano nº 1-5. Obertura de Coriolano. Paul Lewis, piano. Franz Schubert Philarmonia. Director: Tomàs Grau.
La que fue Orquesta Simfònica Camera Musicae se presentó en el Palau con el nuevo y sugestivo nombre, Franz Schubert Philarmonia, y con las mismas cualidades y limitaciones. Entre las primeras, un entusiasmo de sus componentes, con una media de edad joven, una actitud de escucharse entre los grupos orquestales, una buena convicción; entre los segundos, un sonido falto de empaste, alguna deficiencia técnica, un insuficiente trabajo de preparación, a juzgar por los resultados. La orquesta eligió para esta flamante ocasión un solista de lujo, el pianista Paul Lewis, y un programa de gran envergadura, importancia y belleza, la integral de los conciertos para piano y orquesta de Beethoven, repartidos en dos días. En el segundo, además, el director titular Tomàs Grau dirigió como obertura la de Coriolano, en una versión un tanto ruidosa y prescindible. Grau estuvo en general eficaz como concertante, aunque posiblemente pendiente de la concepción del solista; no podemos hablar en realidad de su interpretación personal.
Lewis es un pianista de indiscutible calidad. Su técnica y su virtuosismo producen estupor y admiración, pero estas cualidades tienen su reverso: el intérprete puede dejarse arrastrar por ellas hacia la ejecución brillante y vertiginosa. Alguna vez Lewis, sencillamente, corrió demasiado, precipitó el tempo. Así pasó por ejemplo en su versión del concierto en Si bemol mayor, el Segundo, el menos interesante de los cuatro —es sabido que fue el primero en componerse, aunque segundo en publicarse—, donde la bella transición hacia el tercer tiempo del final del Adagio pasó sin pena ni gloria. Esperábamos mucho de la versión de Lewis del concierto en Sol mayor, el Cuarto, el más osado, el más innovador de la serie: obtuvimos mucho, por ejemplo, la misma exposición del tema inicial por el piano, algo completamente innovador y que Lewis interpretó con natural simplicidad, el desarrollo vertido con sobrio legato, la limpieza y agilidad de los tríos. Pero también en el final del movimiento Lewis se lanzó a la carrera, con el riesgo de perjudicar la concertación con la orquesta. En el transcendente Andante la desnuda oposición entre la melodía casi quejumbrosa del piano y el ataque aseverativo, grave, de la orquesta sufrió de una casi violencia de esta última.
Lo mejor de los dos días fue la versión, absolutamente redonda, del concierto en Do menor, el Tercero, con que finalizó la primera velada. ¡Cuánto ha avanzado en este concierto Beethoven respecto a los dos anteriores! La orquesta mejoró visiblemente (propongo audiblemente) su intervención en la introducción, consiguiendo un aire de solemnidad, levemente marcial y ella junto con el solista mantuvieron en seguida un diálogo, donde Lewis se condujo como un maestro en la modulación. Una potentísima cadencia contrastó con la serenidad del Largo, en el que destacó la intervención de fagot y flauta sobre los arpegios del piano.
De nuevo en la versión del concierto en Do mayor, el primero publicado, la tentación de la velocidad se apoderó de Lewis y la de tocar muy fuerte del director y de la obediente orquesta, con lo que quedó un primer tiempo desarreglado, con unos chirriantes unísonos por parte de la orquesta. Lewis aceleraba, paraba y retenía de una forma personalísima pero desconcertante. Todo se serenó en la versión del Largo donde se alcanzaron altas cotas de belleza, con una afortunada intervención del clarinete sobresaliendo en el diálogo de la orquesta con el piano.
El Emperador, el grande y famoso Quinto concierto, en el tono heroico de Mi bemol mayor, merece sin duda el piano de gran cola —no como sus antecesores, singularmente los dos primeros— y necesita de un intérprete tan poderoso como Lewis. La imponente versión que pianista y orquesta consiguieron se abrió solemnemente por la rotunda e intensa ejecución por parte de Lewis de la cadencia sobre el acorde inicial de la orquesta. Acabada la exposición del tema principal, orquesta y solista abordaron el segundo tema en pianísimo, en el que destacó la amplitud del diálogo entre ellos y la fantástica ejecución de los importantes trinos, que llegan incluso a asumir una entera frase melódica, por parte del pianista. La bellísima transición del Adagio hacia el rondó final fue admirablemente vertida por Lewis, que consiguió con acertado punto de misterio esa atmósfera irrepetible de vacilación y duda, antes de encarar el brillantísimo rondó (Allegro ma non troppo) del último movimiento. Su interpretación, de un virtuosismo brillante coronada con una coda realmente triunfante desencadenó una explosión de aplausos y vítores que jalonaron con entusiasmo estas dos beethovenianas jornadas.
José Luis Vidal