BARCELONA / Don Giovanni cae en su lucha contra la Covid-19
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 28-X-2020. Mozart, Don Giovanni. Christopher Maltman, Miah Persson, Véronique Gens, Luca Pisaroni, Ben Bliss, Adam Palka, Leonor Bonilla /Sara Blanch, Josep-Ramon Olivé/Toni Marsol. Coro y orquesta del Liceu. Director musical: Josep Pons. Director de escena: Christof Loy.
Al final, las drásticas medidas de seguridad impuestas por Generalitat, que decretó la suspensión de la actividad en teatros y salas de música, se llevaron por delante las cuatro últimas funciones de Don Giovanni, la primera ópera escenificada en el Liceu desde el estallido de la pandemia. El montaje, procedente de la Ópera de Fráncfort, con puesta en escena de Christof Loy y dirección musical de Josep Pons, ya nació seriamente afectado por las restricciones horarias que obligaron a recortar 15 minutos de la genial ópera de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto de Lorenzo da Ponte, para acabar la función a las once de la noche. Después, llegó el toque de queda, y se adelantó una hora el inicio del espectáculo para salir a la diez. El tercer y último golpe fue la suspensión de toda actividad cultural en Cataluña, que puso fin a este extraño y accidentado Don Giovanni.
Pudimos asistir al estreno, el día 24 y a la última función, la del día 28, en la que dos cantantes tuvieron que ser sustituidos in extremis tras los pertinentes análisis de seguridad: la soprano Leonor Bonilla dio positivo en Covid-19 y, en su lugar, Sara Blanch asumió el papel de Zerlina. Y el barítono Josep-Ramon Olivé, aunque dio negativo, fue sustituido, por seguridad, por Toni Marsol en el papel de Masetto.
Pena y resignación, primero por los cortes, centrados en el segundo acto, que eliminaron de la versión vienesa estrenada en 1788 el poco frecuente duettino bufo de Leoporello y Zerlina, la soberbia aria de Elvira Mi tradì y la escena final. Tampoco se interpretó Il mio tesoro, lo que siempre es una pena, aunque no figure en la versión de Viena.
Hasta aquí las malas noticias. Sin ser nada del otro mundo, el montaje de Loy funciona con eficacia, ambientado en un palacio ya desvencijado y vacío en el que vemos a un Don Giovanni solitario y envejecido obsesionado por seguir ampliando su catálogo de conquistas, pero sin conseguirlo. El barítono Christopher Maltman transmite bien -un galán de largos cabellos blancos- esa imagen de antihéroe que Loy dibuja con agresividad y cinismo; un Don Giovanni vocalmente potente, rotundo en los acentos, que aparece más cansado y vencido por el paso del tiempo en el segundo acto. Logra un buen trabajo, en plena sintonía con el experimentado y muy bien perfilado Leoporello del barítono-bajo Luca Pisaroni.
Funcionan mejor las voces masculinas en este montaje truncado por la Covid-19: el bajo Adam Palka es un sonoro y notable Commendatore que, por cierto, luce más porte de galán que el burlador de Sevilla. Y el tenor Ben Bliss es un notabilísimo Don Ottavio, con el color vocal y la línea elegante que pide el personaje y que, en la función del 28, cantó una Dalla sua pace de manual. Josep-Ramon Olivé fue un Masetto de fina musicalidad y cuidado fraseo, mientras que Toni Marsol, que cuatro horas antes del inicio de la función ni se imaginaba que acabaría saliendo a escena, cumplió el reto con tablas y un canto más incisivo.
Antes de causar baja en el reparto, Leonor Bonilla convenció con una Zerlina de bella voz y exquisitos matices; Sara Blanch también tuvo bellos momentos vocales y teatralmente salió del paso con apuros, cantando algunas escenas finales con partitura. La soprano Miah Persson, que tiene en repertorio Donna Elvira, debutaba como Donna Anna en este montaje. La línea y la voz son buenas, pero no acaba de hacerse con el personaje. Su colega, Véronique Gens, habitual Donna Elvira en los últimos montajes liceistas, ya no está en su mejor momento vocal y, aunque teatralmente domina bien el personaje, la voz acusa el paso del tiempo. El coro del Liceu cumplió su cometido con solvencia, guardando las distancias de seguridad llevando mascarillas, un serio incordio que, además, pasa factura a la calidad y el color de las voces.
Y hemos dejado para el final lo mejor del montaje, la soberbia actuación de la orquesta del Liceu bajo la igualment soberbia dirección de Josep Pons. Una lectura ágil, flexible, de texturas transparentes y delicados colores. El foso elevado no deja de añadir inconvenientes al equilibrio de una plantilla reducida, con los reflejos y el sentido camerístico de los conjuntos de época, y una entrega formidable. Por último, aplaudir con ganas el excelente trabajo de Dani Espasa al clave (ubicado en un palco lateral) dando encanto y fina ornamentación a los recitativos.
(Foto: A . Bofill)
Javier Pérez Senz