BARCELONA / Benjamin Grosvenor: pasión, poesía y técnica
Barcelona. Palau de la Música. 22-XI-2021. Benjamin Grosvenor, piano. Obras de Brahms, Liszt y Chopin
Solo con ver el programa que presentaba Benjamin Grosvenor en el recital ofrecido en el Palau de la Música el día de Santa Cecilia, ya se apreciaba la valentía del pianista británico, que no tenía reparos al incluir dos cumbres de la literatura pianística romántica de la exigencia de las Sonatas en Si menor de Liszt y Chopin. Exigencia no solamente debida a su conocida complejidad técnica, sino a la necesidad de afrontar el reto con una aportación que desgrane el desbordante contenido musical que ambas obras maestras encierran en sus pentagramas. Grosvenor ha dedicado sus dos últimos lanzamientos discográficos a Chopin (conciertos para piano) y a Liszt (con la grabación presentada a inicios de este año, para celebrar la renovación de su contrato con Decca, que comenzó en 2011). Se trata de dos autores autores en los que ha profundizado cuidadosamente hasta llegar a unas cotas interpretativas asombrosas
Ante un Palau que presentaba una entrada que no llegaba ni a la mitad del aforo, Grosvenor inicio su recorrido con los tres intermezzi que integran el Op. 117 de Brahms. Estos tres Andantes son de una sensibilidad expresiva extrema. Grosvenor desgranó con calidad y una refinada poesía la atmósfera nostálgica que a la manera de balada nórdica sugiere el Intermezzo en Do sostenido menor o el tono elegíaco que se revela tras los arpegios del Intermezzo en Si bemol menor. Fue un preámbulo bellísimo antes de adentrarse en la colosal sonata lisztiana.
Son muchas las dificultades al que un intérprete debe someterse al interpretar la Sonata en Si menor de Liszt, siendo la principal de ellas la realización de una lectura cohesionada y programática, para lograr elevar su dimensión arquitectónica a través de la compleja sucesión de sublimes momentos musicales. Dramatización, pasajes de un lirismo onírico confrontados con la densidad organística de los acordes hímnicos del Grandioso, la dulzura propia de Fausto que se ha de entretejer con un arrebato mefistofélico, el tremendo precipitato con sus octavas, su complicado momento fugado para desvanecerse en el final… Y es la cohesión de los distintos elementos la que Grosvenor supo hilvanar de modo magistral. Llevó al extremo la sonoridad forte en el Grandioso, acometió el celebérrimo pasaje de octavas con un tempo extremo, saldó los saltos con una precisión milimétrica y el final se elevó hasta lo sublime para captar toda la trascendencia de la pieza y cerrar el círculo con un epílogo que rememoraba aquellos ya lejanos siete sombríos primeros compases del Lento sotto voce inicial.
Ya en la segunda parte, la Berceuse de Liszt (un claro homenaje a la obra homónima de Chopin, de la que además de su tonalidad toma su estructura de variación e ideas temáticas ornamentales), Grosvenor nos sedujo por su sensibilidad y buen gusto, por su poética, por una elegancia diferencial en que técnica y expresión se fusionan en un todo mágico. Otro buen presagio para adentrarse en la Sonata en Si menor de Chopin. En ella Grosvenor derrochó una técnica deslumbrante en el Scherzo (su mano derecha volaba sobre el teclado con una precisión del articulado realmente asombrosa) y, sobre todo, nos cautivó por la ensoñadora interpretación que planteó en el Largo. Un cantábile planteado en el punto justo de rubato, de una elegancia expresiva que, sin caer en una exageración del pathos emocional, sí que seducía por su buen gusto y equilibrio. Es la suya una manera de comprender a Chopin sin caer en las desmesuras expresivas ni en una frialdad, nada que rompiera aquella atmósfera repleta de serenidad. El Presto no tanto fue todo arrebato, vehemencia, pasión, fogosidad. El pianismo de Grosvenor, nunca desbocado, no dejaba de lado la oportunidad de exponer su dominio técnico, su virtuosismo, su fortaleza en los ataques, para culminar una una sonata en la que confluyeron delicadeza poética y apasionamiento. Aplausos y más aplausos que, ya fuera de programa, fueron recompensados con dos de las Danzas argentinas de Ginastera. Grosvenor, sin llegar todavía a los treinta años, atesora unas cualidades musicales que le auguran una carrera plagada de éxitos.
Lluís Trullén