BARCELONA / András Schiff: Bach al piano, naturalmente
Barcelona. Palau de la Música. 8-IV-2021. András Schiff, piano. Obras de Bach y Beethoven.
No es frecuente programar obras juveniles de Bach, pero supone una excepción el Capriccio sopra la lontananza del suo fratello dilettissimo BWV 992, una obra deliciosa ya desde su expresivo título y sus más expresivos subtítulos que encabezan las bien definidas secciones de la obra. La preciosa interpretación de Schiff respiró una frescura y ligereza nada superficiales, sino compatibles con el rigor. Y esto desde el límpido arioso inicial hasta el aria del postillón seguida de una fuga all’imitazione della posta, de la que Schiff ofreció una interpretación de divertido virtuosismo, con sus notas repetidas que remedaron el sonido gritón y gangoso de la trompa del postillón, una auténtica creación aparentemente ingenua, como improvisada, y en realidad cuidada exquisitamente hasta el mínimo detalle.
Por seguir con músicas con título e, incluso, programa, Schiff tocó a continuación la Sonata nº 26, en Mi bemol mayor op. 81a, “Los Adioses”. Consigue el intérprete dotar de profundidad a lo más sencillo, en este caso, el motivo descendente de tres notas que nos sitúa en el breve adagio introductorio, y recrear un clima de inquietud, quizá de tristeza, que resuelve luminosamente con un contundente ataque subito que da paso al Allegro. Igual perfección en su versión del movimiento lento, el Andante espressivo, cuyo título, Die Abwesenheit (La ausencia) ya deja intuir el aire de soledad y alejamiento –qué concentración la de Schiff, qué virtuosismo esencial desgranando la mano derecha un cantabile que casi tiembla sobre los acordes de la mano izquierda.
A continuación, volvimos a Bach, en este caso el Ricercar a tres –es decir, una fuga a tres voces- de La ofrenda musical BWV 1079. Si tuviera sentido resucitar la vieja cuestión de la ‘legitimidad’ en la interpretación de las obras para teclado de Bach con el piano moderno, la versión de Schiff de esta canónica fuga —como en otras ocasiones, sin una clara precisión de para qué instrumento o instrumentos estaba concebida—, con la independencia de las líneas de canto y con la consecución al mismo tiempo de su cohesión armónica, habló por sí sola: Schiff interpreta a Bach al piano, naturalmente, y no lo hace de una manera digamos ‘vergonzante’, como intentando ocultar las abiertas posibilidades de un Steinway. Al contrario, las utiliza sabiamente eligiendo aquellas que convienen mejor al carácter y la escritura intemporales de Bach.
Del universo de Bach, de nuevo sin pausa alguna, casi sin respirar —se acercaba la hora del toque de queda—al de Beethoven… Y qué Beethoven: la última sonata, la Sonata en Do menor nº 32 op. 111, una cumbre del pianismo universal y una cumbre de la interpretación de Schiff. Elijamos, por ejemplo, la transición del Maestoso inicial al Allegro con brio ed appassionato: qué impresionante la mano izquierda batiendo un crescendo amenazador hasta resolverlo en el fortissimo del tema de tres notas, expuesto con una fuerza dramática. En contraste, la serenidad conseguida en la versión de la Arietta que sirve de tema a las variaciones finales. El arte de la variación magistralmente dominado por Beethoven —por esa época, el compositor trabaja en las Variaciones Daibelli— encontró en Schiff un intérprete sabio, capaz de mantener el tempo lento a lo largo de todos los temas y de expresar de diversas maneras el dolor y la emoción con suma concentración y sobria, pero poderosa, contención.
José Luis Vidal
(Foto: Peter Fischli)