BARCELONA / Algo más que un viaje al pasado
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 13-I-2020. Verdi, Aida. Angela Meade, Yonghoon Lee, Clémentine Margaine, Franco Vassallo, Kwangchul Youn, Mariano Buccino. Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceu. Director musical: Gustavo Gimeno. Director de escena: Thomas Guthrie.
El Liceu abre el año con la reposición del montaje de Aida, que recupera el encanto de los históricos decorados de papel pintado realizados en 1945 por Josep Mestres Cabanes, maestro de la gran escuela de la escenografía catalana y auténtico mago de la perspectiva. Setenta y cinco años después de su estreno, el coliseo de la Rambla vuelve a colgar en su escenario los preciosos e hiperrealistas decorados que recrean en humildes tiras de papel el fantástico Egipto soñado por Verdi. Es un ejercicio de nostalgia que, además de permitirnos disfrutar Aida tal y como la aplaudían nuestros abuelos, resulta muy rentable en taquilla al tratarse de una producción propia, con decorados restaurados por Jordi Castells, delicada iluminación de Albert Faura y elegante vestuario de Franca Squarciapino, que, desde el año 2001, ha sido amortizada con varias reposiciones, la última en 2012, y una grabación editada por Opus Arte.
Es algo más que un viaje al pasado. Frente a los despliegues tecnológicos del nuevo Liceu, que abrió esta temporada con el montaje de Turandot del videocreador Franc Aleu, de La Fura dels Baus, este regreso a la más pura artesanía teatral queda claro que el objetivo sigue siendo el mismo, sorprender al público. Y también queda claro que, por encima del ropaje visual, en la ópera, sea con brazos robóticos, luces led y gafas virtuales, sea con decorados artesanos en papel pintado, la emoción está en la partitura. Se vivieron buenos momentos el foso con la segura y bien equilibrada concertación de Gustavo Gimeno en su debut en el Liceu. El director valenciano obtuvo un buen rendimiento de la orquesta y el coro del teatro, asegurando el nervio y la tensión del drama verdiano con picos de alto voltaje y fino sentido del detalle.
Hay cambios en esta reposición, no siempre acertados, con los que el director de escena Thomas Guthrie pretende dejar huella propia en un espectáculo que no necesita añadidos: se echó de menos la humildad y sabio instinto teatral del recordado José Antonio Gutiérrez, que dejaba admirar la escenografía de Mestres Cabanes sin añadidos ni pretensiones de lucimiento personal. Tienen mucho encanto algunos cambios de escena a telón alzado que descubren los trucos y la magia artesanal de la histórica producción, pero se siguen manteniendo tres entreactos que alargan de forma cansina el espectáculo hasta alcanzar las cuatro horas.
Aida, la ópera más representada en la historia del Liceu, cuenta con un pasado de voces ilustres. Pero en esta reposición no se han cubierto de gloria. La mejor intérprete del primer cast fue la soprano estadounidense Angela Meade, luciendo en su debut en la casa una voz pura, muy bella, con pianísimos cautivadores y agudos cristalinos. Frente a una Aida de delicados matices, el tenor coreano Yonghoon Lee, también debutante, las pasó canutas para sacar adelante el Celeste Aida: fue un valiente, pero muy irregular Radamés, de mala dicción, bruscos cambios y, eso sí, gran potencia. Muy atractiva, por musicalidad, fraseo e instinto dramático, la Amneris de la mezzosoprano francesa Clémentine Margaine y notable en su tardío debut liceísta el barítono italiano Franco Vassallo. Sólidas actuaciones del bajo coreano Kwangchul Youn (Ramfis) y el tenor catalán Josep Fadó (Mensajero) en un reparto completado por otras dos voces debutantes, el bajo italiano Mariano Buccino (un Rey discreto) y la soprano andaluza Berna Perles (impecable Sacerdotisa).
(Foto: A. Bofil)
Javier Pérez Senz