BARCELONA / Abduraimov deslumbra junto a la Filarmónica de Varsovia
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 25-V-2022. Behzod Abduraimov, piano. Orquesta Filarmónica de Varsovia. Director: Andrei Boreyko. Obras de Lutoslawski, Rachmaninov y Grieg.
La Filarmónica de Varsovia puso punto final a la temporada BCN Classics con un concierto enmarcado en la gira española iniciada en Zaragoza y que concluye este jueves en Madrid. Concierto previsto en un principio para la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo pero que los acontecimientos bélicos motivaron su substitución. Previo al programa del concierto, la orquesta dirigida por su titular Andrei Boreyko interpretó el himno nacional de Ucrania, antesala a la música de la Pequeña suite, escrita siete décadas atrás por Lutoslawski, cuyo estilismo basado en melodía populares, los ritmos de danza de compás binario como la lasowiak y su técnica orquestal la han convertido en una de las obras de referencia del compositor polaco. Se percibió el empaque orquestal de una orquesta sólida en las secciones, de sonido robusto, pero bien matizado por la dirección de un Boreyko muy sutil y entregado a la búsqueda del matiz. El certero sonido de la flauta en la fife inicial, la diversidad de colores en una rítmica versión de la polca, el refinamiento de la canción y, por encima de todo, la danza final daba habida cuenta de la calidad de una orquesta que a lo largo de su historia iniciada en 1901 ha vivido un sinfín de vicisitudes.
Pero el punto álgido del concierto llegó con un excepcional Behzod Abduraimov como solista del Concierto para piano nº 2 de Rachmaninov. El pianista uzbeko se ha asentado como uno de los grandes especialistas del legado del compositor ruso. Sirva como botón de muestra su aclamada grabación del Concierto para piano nº 3 junto a Gergiev o la exitosa interpretación del pasado mes de enero de las Variaciones sobre un tema de Paganini en Madrid junto a la ORTVE. Abduraimov es fuerza, entrega, pasión; siempre se ha mostrado un admirador del piano de Schnabel, Cortot, Horowitz y por supuesto del propio Rachmaninov y consecuentemente su pianismo emergía desde los primeros acordes y arpegios del concierto con una fuerza y apasionamiento que no abandonó a lo largo de todo el primer movimiento. El equilibrio que le ofrecieron Boreyko y la Filarmónica (orquesta que siempre sirve un acompañamiento excepcional a los finalistas del Concurso Chopin de Varsovia) propiciaron un segundo movimiento repleto de belleza, lirismo y romanticismo que, sin caer en alambicamientos, se movía por una profunda serenidad. Del piano de Abduraimov ante todo emerge la potencia del articulado, la claridad, el uso del pedal medido, los ataques de acordes, la seguridad y una potencia sonora bien empleada en pro al apasionamiento tan ideal para este concierto de Rachmaninov.
Después del estreno en 1867 de su Sinfonía en Do menor, Grieg ordenó que nunca más fuera interpretada. La partitura fue guardada en la Biblioteca Nacional de Bergen, su ciudad natal, hasta que después de numerosas vicisitudes fue interpretada en 1980 y posteriormente en 1981 en el propio Festival de Bergen. Boreyko sacó partido del sentido descriptivo de una obra canónica, con un primer movimiento con resonancias mendelssohnianas y que anuncia la melancolía de Sibelius y que tiene en su Scherzo las pinceladas rítmicas genuinas de Grieg. Obra raramente escuchada en salas de concierto, de final radiante —donde pudo admirarse el buen hacer de los metales de la Filarmónica— y que dio paso ya fuera de programa a la interpretación de la célebre Polonesa en La Mayor op. 40 nº 1 de Chopin en la orquestación de Grzegorz Fitelberg.
Lluís Trullén
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